Repartiendo el peak oil

Hace unos pocos días, un importante representante de la industria hizo una afirmación bastante curiosa. Se estaba hablando sobre el futuro de la producción y suministro de gas natural en los EU, y él, comentando sobre las dudas y reparos que generaba esta cuestión, dijo: «Estas dudas parecen propias de cuando creíamos en el peak gas«.

Afirmación curiosa por varios motivos. Primero, porque plantea que el pico del gas es una materia de opinión o, peor aún, de creencia, cuando en realidad la única cosa que es cuestionable es la fijación de la fecha precisa en la cual se producirá esa efemérides. Otra cuestión que plantea esa afirmación es que en última instancia está presuponiendo que la cantidad de gas disponible para su uso industrial en la Tierra es virtualmente infinito, cuando eso es una aberración lógica que además sería indeseable por el problema ambiental que se generaría. Pero en realidad lo que es interesante de esta afirmación es el esfuerzo que se está haciendo en Occidente en negar una realidad que no es ya inminente, sino que ya estamos inmersos en ella.

Podría decirse que la afirmación de que el gas natural es virtualmente infinito (algo completamente absurdo) está motivada por la necesidad. La necesidad es la que plantea la ya indisimulable llegada al peak oil, o máximo de producción de petróleo. Para entender mejor dónde estamos, conviene aquí hacer un pequeño repaso de cómo han evolucionado las previsiones sobre la producción de petróleo que la Agencia Internacional de la Energía (AIE) – la cual, recordemos, siempre ha intentado ser muy optimista en sus proyecciones de futuro – ha formulado durante los últimos años.

En 2010 la AIE reconocía por primera vez que la producción de petróleo crudo había tocado techo hacia 2005-2006. De acuerdo con la previsión de aquel año, se esperaba que la producción de petróleo crudo se mantuviera estable, constante alrededor de los 70 millones de barriles diarios (Mb/d), hasta 2035 y que por tanto el crecimiento de la producción de petróleo en los años ulteriores al 2010 dependía de la capacidad de producir otros hidrocarburos líquidos alternativos, lo que habitualmente se conoce como «petróleos no convencionales».

En 2012 la AIE reconocía (con bastante discreción, eso sí) que la producción de petróleo crudo ya estaba bajando lentamente, asumiendo que para 2035 la producción de petróleo crudo sería 5 Mb menor que en 2005 (una caída de solo el 7%). Evitar el peak oil de todos los líquidos del petróleo quedaba por tanto fiado a la evolución de los hidrocarburos no convencionales.

En 2013 la AIE, en vista de los anuncios de la industria sobre la reducción de su inversión en la exploración y desarrollo de nuevos yacimientos petrolíferos, mostraba una gráfica tremebunda, en la cual se observaba una caída muy rápida de la producción de todos los líquidos del petróleo si no llegaba una inversión suficiente a tiempo. Aún no era la previsión central de la AIE, simplemente un toque de atención: todo un aviso a navegantes que sin embargo no hizo cambiar los planes de desinversión por parte la industria, la cual obviamente no quería inmolarse por un bien común mayor.

En 2016, por primera vez la AIE muestra una previsión en la que se ve decrecer la producción de todos los líquidos del petróleo. Para no hacer la cosa aún más alarmante la gráfica no muestra la previsión para los siguientes 25 años (que es el horizonte temporal que usa la AIE en sus previsiones) sino que lo dejaba en 9 años escasos, hasta 2025. Con todo, la gráfica era muy significativa.

Y en 2018 la AIE parece arrojar definitivamente la toalla. De entrada, preve que de aquí a 2025 la producción de todos los líquidos del petróleo sea hasta un 34% inferior a la demanda esperada para aquel año, guarismo que se podría reducir a un aún grave 14% si EU pudiera multiplicar su producción de petróleo de fracking por 3 y se produjeran algunas otras mejores inverosímiles en el resto del mundo. En este contexto, la AIE alerta que una sucesión de picos de precios de aquí a 2025 es inevitable.

En el mismo informe de 2018 se muestra una gráfica, ésta sí sobre el horizonte de 25 años, que enseña como evolucionaría la producción de petróleo si no se recupera la inversión. Creo que la gráfica se comenta sola.

Por tanto, hay una cosa que debe de quedar clara: la discusión ya no es cuándo se va a producir el peak oil. La fecha exacta puede todavía variar en algunos meses, pero de manera práctica ya se ha producido. Es algo que ya está aquí. Seguir discutiendo cuándo se va a producir es contraproducente. No solo eso: es una distracción. Una distracción que a algunos interesa, pero que en realidad no sirve a nadie. Porque en este momento la cuestión no es cuándo va a comenzar a bajar la producción de petróleo, sino cómo se va a repartir ese descenso de producción. O, dicho de otro modo, quienes tendrán que asumir una mayor reducción de su disponibilidad de petróleo mientras que otros mantienen la suya intacta o incluso crece.

El reparto del peak oil no solo no es una cuestión accesoria, sino que de hecho va a ser lo más importante en la discusión. Los medios de comunicación están transmitiendo y continuarán haciéndolo una imagen confusa de la realidad, lo cual no solo es lo más conveniente para los grandes poderes económicos, sino que por desgracia  acomoda bien con los intereses de las clases medias de Occidente, que van a preferir creer que no pasa nada hasta que la debacle petrolera les llegue de pleno. Como tantas veces me he encontrado, mucha gente en España asume que el problema del peak oil ni es tan importante ni es tan urgente porque simplemente no les está afectando a ellos, a pesar de que, como digo, no es algo que esperemos sino que ya ha pasado.

El reparto del peak oil se está haciendo, y se va a hacer, en dos frentes: uno externo y otro interno. O si lo prefieren, uno entre países y otro dentro de cada país.

Lo que le corresponde a cada país en el reparto internacional es bastante diferente, pero en absoluto tiene nada que ver con la suerte o la mala gestión, que son las excusas que se suelen utilizar para explicar por qué pasa lo que pasa. Analicemos primero la cuestión de los países productores de petróleo.

Hay países que esencialmente se consideran agotados y prescindibles. Es el caso de Yemen que, de ser productor significativo de petróleo, ha pasado a ser abandonado, cuando no llevado al exterminio. No es ninguna coincidencia: la caída de producción en Yemen fue muy abrupta por razones geológicas (petróleo somero y de fácil acceso, lo cual permitió llegar a altos niveles de producción pero que también llevó a una caída rápida de la producción una vez superado su peak oil). Yemen ya solo podría servir como consumidor y como consumidor no interesaba. Éste es también un destino cercano y  probable de Sudán y de Sudán del Sur, que explicaría los movimientos que actualmente tienen lugar en ambos países. Éste sería también, con el tiempo, el destino probable de Argelia o de Nigeria.

Hay otros países productores de petróleo que muestran graves síntomas de agotamiento, pero que por diversas razones no conviene o no se pueden hundir en guerras de exterminio. Es el caso de Venezuela o de México. En el caso de Venezuela, la estrepitosa caída de la producción de petróleo (que de ser más de 2,5 Mb/d a principios de siglo se encuentra ya por debajo de 1,3 Mb/d actualmente) está llevando a una gravísima crisis económica, crisis que se agudiza por el hecho de que la mayoría del petróleo que actualmente producen procede de los petróleos extrapesados de la Franja del Orinoco (petróleo de bajísima calidad y con escaso rendimiento energético y económico).

Aún así, las inmensas reservas venezolanas de ese mal subproducto del petróleo y la cercanía geográfica parecen seguramente tentadoras a los EU, que necesita petróleo pesado para combinar con su petróleo extremadamente ligero proveniente del fracking. Así pues, en vez de dejar a Venezuela sumirse en el inevitable caos de su bancarrota petrolífera, hay un cierto interés internacional, y particularmente de los EU, en meter las narices en los asuntos venezolanos.
Una situación diferente es la de México: con una producción petrolífera también en caída libre desde hace más de una década (sobre todo por la agonía del campo supergigante de Cantarell), pero que por su proximidad a los EU no interesa que se suma en el caos en el que están los países del primer grupo (so pena de desencadenar un flujo migratorio hacia el norte muchas veces mayor que el actual).

El caso de México es interesante, porque las diferentes reformas energéticas (ahora en signo contrario con la llegada de un nuevo presidente de mayor sensibilidad hacia los temas sociales) están evidentemente fracasando en su objetivo de evitar el inescapable descenso energético, a pesar de que casi nadie dentro de México se dé cuenta de que ésa es la causa principal de sus problemas, más allá de gasolinazos y huachicoleo. Este grupo de países van camino de convertirse en Estados fallidos, donde restos de estructuras de poder mantendrán un cierto orden pero en los que las condiciones de vida de la mayoría van a degradarse (como ya lo están haciendo).

Están también los países que aún exportan o pueden producir cantidades significativas de petróleo. Estos países gozan aún de cierto respeto, pero su futuro en los próximos años es muy incierto, y en general es más probable que acaben como países del primer tipo que como del segundo. Tenemos en este grupo a Libia, donde las recientes ofensivas militares despiertan ahora mayor interés de los medios que toda la guerra civil que se desarrolla desde 2011, quizá porque se ve que Libia aún tiene un gran potencial para producir petróleo de calidad en un momento en que nos comienza a faltar.

Tenemos también en este grupo a los países de Oriente Medio en general (con la ostensible excepción de Yemen, comentado arriba), principalmente Irak, Irán y la propia Arabia Saudita. Son países que van a ser respetados durante un tiempo, pero cuyo futuro es más bien negro (y no por el color del petróleo precisamente).

Tenemos, por último, los países productores pero que necesitan importar grandes cantidades de petróleo para mantener su pujante industria. En este grupo se encuentran básicamente los EU y China, las dos grandes potencias que se van a disputar la hegemonía del mundo, con Rusia (que aún exporta petróleo y tiene su propia potencia industrial y militar) como fiel de balanza.

Recuerden: la disminución de la producción de petróleo de todos estos países poco o nada tiene que ver con la buena o mala gestión que realizan de ella. Es un fenómeno de naturaleza geológica, que se ha verificado en decenas de países en todo el mundo, de todo tipo, y de la que no escapa ni Arabia Saudita. El único país que ha conseguido invertir esa tendencia es EU, y eso a costa de arruinarse económicamente, porque en realidad están explotando un petróleo que no sale ni nunca podrá salir a cuenta. No se dejen engañar por los economistas engolados que salen por la televisión. Aquí quien manda es la ciencia, y la Economía no es una ciencia.

Por el lado de los países importadores de petróleo, la clasificación es mucho más simple. Están los países que van a ser arrinconados o lo están ya, y están los países que, por su potencial industrial y militar conseguirán estar algún tiempo más en el candelero. De estos últimos los países de Europa son los mejores representantes. Europa, sin embargo, está condenada a sufrir grandes cambios en las próximas décadas e incluso se arriesga a acabar sojuzgada por un poder superior. Y es que todo aquello que permitió a Europa dominar el mundo en el siglo XIX no solo hace tiempo que se ha desvanecido, sino que en el siglo XXI Europa es probablemente, debido a sus niveles de consumo, un lujo suntuario que el mundo ya no se puede permitir. Cuando más tiempo se tarde en comprender que la actual stravaganza europea no tiene futuro en un mundo agobiado por los límites biofísicos peor le irá a Europa.

Es precisamente en Europa, y en general en Occidente, donde tendrá mayor importancia el frente interno de la repartición del peak oil. Porque la mejor manera de conducir a las masas dócilmente por el camino del descenso inevitable de su consumo es adormecerla con quimeras imposibles y mentiras mientras se va consumando el declive de las clases medias y por ende el de su nivel de consumo.

Por eso, se vende la idea absolutamente quimérica e irrealizable de que todo el mundo tendrá un coche eléctrico cuando, al mismo tiempo, se prevé encarecer y mucho los coches en general, las empresas automovilísticas anuncian nuevas rondas de despidos y los gobiernos preparan nuevos impuestos al diésel y demás carburantes (como hace poco ha anunciado el gobierno socialista en España).

No se va a explicar que realmente ya falta diésel (primera consecuencia del peak oil) y que no hay planes adecuados de alternativas energéticas porque, simplemente, el saco de los milagros está vacío. En vez de explicarle la verdad a la ciudadanía, se prefiere ir tomando medidas aparentemente no conectadas pero que todas ellas redundan en un descenso del consumo, a veces justificándose en la necesaria lucha contra el cambio climático. Cualquier cosa antes que reconocer que nuestro descenso es inevitable y que sería imprescindible debatir cómo vamos a repartir lo que queda.

Estamos en el umbral de la gran crisis. Una crisis que, los que abordamos los problemas de sostenibilidad de nuestra sociedad, llevamos años explicando. Algunas personas que nos han acompañado en estos largos años han comenzado a abandonar o como mínimo cuestionar la causa justo en este momento. Es normal: todos somos humanos, y, al cansancio de mantenerse en esta lucha, se une el lógico y normal deseo de encontrar salidas menos onerosas en lo personal, aunque ese deseo no tenga sustento racional.

Dadas las circunstancias, es un momento poco oportuno para la defección, justo cuando los problemas de los que hemos hablado durante tantos años están a punto de mostrarnos su peor cara. Pero, como digo, es algo humano; en realidad, es otra consecuencia del desigual reparto del peak oil. Los que estamos mejor situados en esta sociedad decadente tenemos todos los incentivos para negarnos a creer aquello que puede echar a perder nuestras cómodas vidas.
En cambio, quienes se han adentrado sin remedio en la senda del descenso energético, y los jóvenes, a los que ya no se les va a dar ninguna otra opción más que el descenso, comprenden que ésta es la lucha necesaria. A aquéllos que ahora marchan solo me resta decirles que les estaremos esperando aquí, con los brazos abiertos, cuando la realidad y la cordura se impongan.
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