Respuesta a la pobreza y al imperio: negación

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 Saul Landau*

En la década de 1970 Martin Agronsky, un  conductor de programas de comentarios de fin de semana en Wáshington, invitó finalmente al venerable I.F. (Izzy) Stone a ser parte de los "expertos" del "establishment". Desde principios de la década de 1950 hasta principios de la de los de 1970, Izzy había planteado los temas fundamentales a los lectores de Stone’s Weekly –no más de 100 000. Izzy trataba la desigualdad de ingresos tanto como axioma de las relaciones económicas capitalistas como fenómeno sostenido por el presupuesto anual de EEUU –es decir, parte integral del sistema "democrático" capitalista.

También cuestionaba la veracidad de la versión oficial estadounidense de la Guerra Fría con la URSS, presentada como la fortaleza mundial del mal que buscaba extender su nefanda doctrina por todas partes; de ahí la necesidad de cada vez más dinero para la "defensa" del mundo libre. Tales opiniones "peligrosas" que él presentaba con hechos y argumentos, hicieron que los medios evitaran a Stone –hasta que dejó de publicar su semanario.

Entonces, los periodistas del establishment lo abrumaron de elogios por su "heroico e imaginativo periodismo". (Ver Myra McPherson, Todos los gobiernos mienten: la vida y época del periodista rebelde I.F. Stone, 2006.)

Mientras el panel de TV discutía el presupuesto esa mañana, los expertos más importantes se enfocaron –como de costumbre directamente en la periferia–. Después que habían presentado sus banalidades, Izzy dijo que el presupuesto reflejaba la propensión de clase del Congreso. Por tanto, continuó, las grandes corporaciones y los bancos siempre serían los mayores beneficiarios. Se hizo silencio –durante un segundo aparentemente interminable. En términos de la TV: el desastre.

La primera aparición de Izzy como experto de Wáshington también fue la última. Hay cosas que no se pueden decir en los medios principales o en un discurso político –es decir, si uno quiere estar regularmente en TV o ser un candidato importante.

La interminable campaña presidencial mostró las versiones contemporáneas de la negación institucionalizada. Por ejemplo, la mayoría de los miembros del público e incluso del Congreso ven todos los días a personas desesperadamente pobres al hacer su viaje de la casa al trabajo y viceversa, en las calles, cerca de su hogar o desde sus autos. Sin embargo, aceptan implícitamente un dogma: bajo ninguna circunstancia permitan el uso de las palabras "gente pobre" en el discurso político.

Cando el congresista de Ohio Dennis Kucinich fue candidato en las primarias demócratas, hizo caso omiso de esta regla establecida. Los medios y la elite política lo trataron trivialmente y lo colocaron en las fronteras de la demencia. Después de que Kucinich reportara un Ovni –no una nave espacial extraterrestre, sino algo que pudiera ser un nuevo misil de la Fuerza Aérea– los miembros de los medios charlatanes de la TV se burlaron de él y sugirieron que era un excéntrico de los Ovnis. No era de extrañar que hablara con simpatía de la gente pobre e incluso los defendiera.

Irónicamente estos críticos de los medios creían que Cristo había resucitado de entre los muertos y había volado al cielo en las Pascuas.

¿Experimentan los electores esta brecha entre la retórica política y la realidad como parte de la propia realidad? ¿Será que el mecanismo de negación –no mencionen a los pobres– permite a los republicanos tildar a sus rivales demócratas de "demasiado a la izquierda" cuando se refieren al aumento de impuestos a los que ganan más de $250 000 dólares al año y utilizan etiquetas (socialista, redistribucionista y colectivista) como si Dios hubiera incluido como pecados en algún lugar de los Diez Mandamientos todos esos "istas"? 

Aun más: los candidatos republicanos rutinariamente acusan a los demócratas de realizar la "guerra de clases" –que quiere decir que el partido del burro quiere quitar dinero a los que tienen un enorme exceso de lucro sucio para dárselo a la chusma, a los estafadores del seguro social, a los holgazanes. Traducción: a toda la gente pobre.

Los republicanos señalan que todos los que están por debajo de cierto nivel de ingreso ni siquiera merecen que se les describa como "gente", a no ser en el contexto de "esa" gente.

Los demócratas corrientes tienden a responder a los ataques republicanos de "clase" con la torpe defensa de decir que no representan a la gente pobre, sino que se identifican con la "clase media", un velo verbal para cubrir el hecho de que no reconocen –de palabra o de hecho– la miserable existencia de millones de personas, muchos de los cuales no votan.

En septiembre de 2007, las cifras federales de pobreza de EEUU mostraron que un 12,5 por ciento de los norteamericanos –37,3 millones de personas– viven en la pobreza, según el Buró del Censo de EEUU. En 2004, el Centro de Investigación y Acción de los Alimentos aseguró que sus estudios demostraban que 40 millones de niños norteamericanos padecían rutinariamente de hambre en el curso de la semana. (www.frac.org/Press_Release/10.28.05.html)

¿A qué clase pertenecen los 50 millones de norteamericanos que carecen de atención de salud? ¿Son de "clase media" las familias que ganan menos de $40 000 al año? En 2006, el 20% que menos ganó obtuvo ingresos por debajo de $19 178. Millones de adultos y niños carecen de hogar o les queda un par de salarios para carecer de él; miles viven en autos. Pero los aspirantes presidenciales coincidieron durante dos años de campaña en las virtudes inherentes de esa efímera "clase media".

En la vida real, el número de gente pobre creció, pero se hizo menos visible –no a nuestros ojos, sino para los parámetros del discurso político.

¿Temieron perder votos los candidatos de los dos grandes partidos por mencionar a las decenas de millones de miserables de la tierra, o provocar el ridículo de los medios y, aún más importante, alienar a los grandes donantes?

Ninguno de los dos grandes candidatos habló de un plan nacional de salud, a pesar de que la nación cada vez está más enferma. Los medios reportaron que las tasas de diabetes recientemente habían aumentado al doble debido en gran medida a malos hábitos alimentarios. La obesidad se convierte en un problema nacional entre los jóvenes. Mientras tanto, el costo de la atención médica aumenta, gracias en gran medida a los precios absurdos que cobra la oligarquía farmacéutica.

Los candidatos se comportaron como si "EEUU como número uno" fuera para toda la eternidad, aunque nos hemos convertido en el número uno de los laboratorios de metanfetamina y de gente de color tras las rejas. En el debate político, el tema del matrimonio "gay" superó las discusiones de la pobreza. Solo la oración en las escuelas pareció desaparecer –temporalmente– de la agenda política de la derecha (¡gracias a Dios!).

Mientras ocurría el desastre económico provocando una congelación del crédito, los despidos masivos y una dramática caída en el consumo, los candidatos y el Congreso se dedicaron al discurso verbal acerca del rescate de los bancos, los agentes de bolsa y las compañías de seguros, los propios creadores de las condiciones de desastre.

Millones perdieron sus hogares o están a punto de hacerlo, mientras los candidatos no se atrevieron a cuestionar las agresivas políticas exteriores. El congresista Barney Frank (demócrata por Massachusetts) hizo un llamado a reducir en 25% el presupuesto de defensa. El Secretario d Defensa Gates advirtió que tal medida extrema pondría en peligro "nuestra seguridad". Ningún experto cuestionó esa declaración. Es más, corrieron rumores de que Obama mantendría en su cargo al supuestamente moderado Gates.

¿Habrá borrado la memoria la carga de los medios? ¿No recuerdan los republicanos a los venerables republicanos de la década de 1950, no a Ronald Reagan, sino aquel comunistoide de Dwight Eisenhower y su coterráneo de Nebraska, el senador republicano Howard Buffett (el papá de Warren)? Buffett y Eisenhower creían que el compromiso permanente de luchar por "la libertad" –o por cualquier otra razón– en el extranjero un día iba a volver como un bumerán para golear a este país.

Después de ganar las elecciones de 1952, Eisenhower juró terminar con la guerra de Corea. "Cada arma que se fabrique, cada barco que se bote al agua, cada cohete que se lance significa en el sentido final un robo a  aquellos que pasan hambre y no son alimentados, a aquellos que tienen frío y no son abrigados", declaró en la primavera de 1953. "Este mundo en armas no está gastando dinero solamente. Está gastando el sudor de sus trabajadores, el genio de sus científicos, las esperanzas de sus niños (…) Esta no es de ninguna manera una forma de vida en su verdadero sentido. Bajo las nubes de la guerra, es la humanidad clavada en una cruz de hierro".

McCain prometió quedarse en Iraq, mientras aumentaba el número de tropas en Afganistán. Los discursos de campaña de Obama hicieron hincapié en el ahorro de US$10.000 millones mensuales en la guerra de Iraq, pero incrementar la presencia militar norteamericana en Afganistán –mientras ataca a Osama bin Laden y compañía en Pakistán.

El lenguaje de demostración de poder caracterizó los discursos de la campaña. ¿No vieron los analistas la incongruencia entre más gastos militares en momentos de incremento de la deuda y del déficit, mientras se erosiona la infraestructura interna? Los estados y ciudades acumularon enormes déficits, las juntas escolares contrataron actividades pedagógicas –pero el dinero se fue a los bancos, y ninguno de los dos candidatos lo cuestionó

Los monitores del discurso político en el "establishment" prohíben la mención del imperio, y por tanto no pueden admitir su decadencia. El hecho es que "nosotros" no podemos darnos el lujo de mantener un imperio. "Nosotros" seguimos siendo el número uno mientras "nosotros" descendemos por la pendiente estadística de mortalidad infantil, expectativa de vida y calidad general de vida. A medida que empeora la recesión, "nosotros" escuchamos acerca de cómo todos apoyan a "nuestras tropas".

Ningún figurón político se atreve a citar las conclusiones del historiador Gabriel Koldo acerca de la guerra de Iraq: "Una vez más se confirmó la lección del pasado siglo: cualquier guerra, incluyendo las que se desarrollan con armas de alta tecnología, es un asunto sucio, problemático y prolongado que pronto se desvía". En su lugar, la elite política estadounidense defendió el escudo de misiles para "proteger Occidente" contra futuros misiles iraníes. Sombras de la Guerra Fría.

Tales programas y el lenguaje que los acompaña menoscaban las posibilidades de Obama de promover otro Nuevo Trato, poner a la gente a trabajar y arreglar la infraestructura podrida. Obama debiera escuchar el consejo del populista conservador Pat Buchanan –"liquidar el imperio"– en vez de permitir que figuras del "establishment" perpetúen la ideología de la negación imperial.

* Miembro del Instituto para Estudios de Política, escritor y productor de más de cuarenta filmes, disponibles por medio de http://roundworldproductions.com/Site/Films_by_Saul_Landau_on_DVD.html

EN: http://progreso-semanal.com

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