Roberto Savio: Mi encuentro con el Che

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En 1963  hice un viaje a Venezuela. Era entonces un joven reportero para una revista italiana, Rinascita, y al entrevistar el presidente Rómulo Betancourt éste me habló de qué tanto estaba preocupado, como socialdemócrata, del surgimiento de una guerrilla en Venezuela.

Me puse entonces a buscar a su líder, que era Teodoro Petkoff, y no pude dar con él. Pero hablé con simpatizantes, y de allá surgió una encuesta con los campesinos que eran los que Petkoff quería enrolar, siguiendo el modelo cubano. Llegué a la conclusión que la realidad era profundamente distinta y que la guerrilla no iba a tener éxito.

De Venezuela viajé a Cuba, donde conversando con varias personas les conté de mi encuesta venezolana, y de mi convicción que la experiencia de Cuba no se iba a replicar, cosa que no le gustó a varios de mis interlocutores.

Estaba alojado en el hotel Nacional, y mientras dormía me desperté por unos insistentes golpes a la puerta. Eran las dos de la mañana. Era un miliciano, en uniforme verde olivo, que me dijo que el Comandante Guevara quería verme. Me vestí, y el miliciano me llevo al Ministerio de Industria, del cual el Che era ministro.

El edificio estaba totalmente apagado, menos el último piso. El miliciano le dijo a otro miliciano de guardia que me esperaba el Che, y subimos al último piso, donde otro miliciano me llevó al despacho del Che, y me anunció, y me dijo que entrara. Entré en el despacho, y me encontré en un gran cuarto, forrado de madera tropical, y una larga mesa llena de una cantidad de papeles: del otro lado estaba sentado el Che.

El Che se levantó y me interpeló: “¿Y por qué la guerrilla en Venezuela va a fracasar?”.  Se dio cuenta que yo estaba desconcertado, y me dijo: “Antes que todo, a este hora nos va a venir bien un café”. Abrió la puerta y le dijo al miliciano que nos trajera dos cafés.

El miliciano apareció rápidamente con una bandeja con los dos cafés, y se dirigió hacia  el Che, el cual le dijo: “pero chico, los huéspedes primero”. El miliciano se acercó a mi lado izquierdo, y giró la bandeja hacia mí. Al hacerlo, la metralleta que tenía colgada en su espalda derecha, vino a dar con mi sien izquierda.

Un reflejo  instintivo me hizo dar un brinco, y golpear la bandeja.  Y, con mi horror, las dos tazas de café rebotaron sobre la mesa, manchando una increíble cantidad de papeles, tantos que si hubiese querido hacerlo, no lo hubiera logrado. Quedé paralizado, y el Che me dijo: “Finalmente, llega una persona que de un solo golpe me elimina tantos papeles”. Y desde ahí le tomé un gran cariño.

Conversamos hasta las cuatro de la mañana. Por cada explicación que le daba al Che, éste se mostraba nada convencido, y me pedía más detalles. Nunca aceptó ninguno de los argumentos que le ofrecía, y me quedé con la impresión de una persona de extraordinaria calidad humana, pero muy obcecada.

Al final el Chè me regalo un libro suyo, “La guerra de guerrillas”, con una dedicatoria que decía: “A Roberto Savio, en recuerdo de una extensa noche de verano, sin pretensión de adoctrinación, el Che”.

Pasaron muchos anos. Yo hice en 1973 una larga encuesta de tres episodios de una hora sobre el Che y su muerte, que la Televisión Italiana, para la cual trabajaba como corresponsal jefe en América Latina destruyó, transmitiendo en su lugar dos episodios de 50 minutos, totalmente diferentes, pero usando mi material, y mi nombre. Cuando protesté porque se había usado mi nombre, me despidieron.

Mi encuesta estaba hecha sólo de entrevistas, mas de cien -hoy imposibles de realizar-, desde la única que dio el Secretario del Partido Comunista de Bolivia, Mario Monje, al sargento Mario Terán  que mató al Che en La Higuera, a Sheldon, el ranger estadounidense que entrenó a los soldados de la contraguerrilla, a Holleender, el jefe de los servicios de inteligencia norteamericana en Bolivia, a Salvador Allende. Y de allá no me ocupé más del Che.

Un día, mi secretaria (mientras tanto había creado la Inter Press Service, en el 1964, y  la despedida de la RAI me había permitido ocuparme a tiempo completo de la agencia), me anunció la visita de un diputado venezolano, del cual desgraciadamente no recuerdo  el nombre. Mientras le preguntaba qué era lo que quería, se abrió la puerta y el diputado me dijo: “Oye chico, ¡qué mañana difícil nos hiciste pasara con el Che!”, como si hablara de algo que había pasado hacía poco.

Resulta que tras mi charla con Guevara me fui al hotel a las cuatro de la mañana, y el Che fue a una casa donde estaba alojada una delegación de la guerrilla venezolana, los despertó, y les dijo: “Ha estado aquí un tano, que me ha presentado una serie de razones por las cuales la guerrilla va a un fracaso”.

Y les fue recitando todas mis razones, y pidiéndoles que las contestaran. Y el diputado me dijo: “fue una mañana difícil, porque estabas bien informado, y con argumentos reales”.

Descubrí así que el Che, lejos de ser obcecado, como había pensado durante tantos anos, había registrado todos mis argumentos, y los había usado para chequear con los guerrilleros venezolanos qué tenían como respuesta. No me queda ninguna duda que el Che creía en la guerrilla. Pero escuchaba, y mucho más de lo que dejaba ver.

Ver documental sobre el Che Guevara, Investigación sobre un mito

http://www.arcoiris.tv/scheda/es/1448/

 

 

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1 comentario
  1. Dulcinea dice

    Precioso artículo. Muchas gracias.

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