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De todas las artes, la mayor –dice el escritor Aristóteles España– es la poesía, porque es la más exigente y la que menos pide. No juega una paradoja España, se estaciona en la realidad. Esa en la que –para citar a Rolando Cárdenas–: “Anda la poesía en las palabras roncas de antiguos bebedores”.
El poeta partió en 1994; no demasiados fueron a dejarlo a ese lugar donde el cuerpo se pudre y nacen los recuerdos tanto de lo que fue como de lo que pudo tal vez no ser.
Estuvo a solas con sus gatos Cárdenas esas semanas previas a su deceso. Con ellos y pobre. Y con un manuscrito: su último texto. Tenía 57 años y nunca olvidó "que hay cosas que decir" o que es necesario "después salir hacia el alba".
El alba tras la muerte de Cárdenas tiene un nombre: amistad. Fueron sus amigos –en especial el también escritor Ramón Díaz Eterovic– quienes juntaron su obra dispersa en un puñado de libros y algunas revistas para que no se olvidara en un país colmado de olvidos y medias memorias. Gracias a esa tarea, a que fue bueno "…sentarse entre amigos y vasos / a observar como todos abandonan algo suyo", la obra de Rolando no se ha perdido.
Acercarse a ella, a su obra, es un viaje calmo –no exento de peligros, sin embargo (la poesía es exigente, decíamos)– por un territorio que obliga a considerar "que estamos hechos de recuerdos, / un poco de tiempo que crece sin escucharnos / y de muchas cosas que no comprendemos."
Pertenece el poeta a esa raza que no necesita explicar sus textos. Es de verdad una voz única entra las de los poetas chilenos.
La puede encontrar aquí
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