Saramago y la banalidad

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

Era atractivo presumir que luego del fin del socialismo
real en la URSS y Europa del Este, y con la Cuba castrista mostrando
al mundo sus desvergüenzas, había concluído la era de
los intelectuales itinerantes de la izquierda internacional, predicando
utopías y vendiendo trivialidades. Pero no, de ninguna manera. He aquí que
el régimen revolucionario venezolano, la misma semana en que se
agudizaba su naturaleza criminal y canalla, nos obsequió con la visita
del escritor portugués José Saramago, un fósil del estalinismo que al
igual que Sartre, Neruda y García Márquez, nunca se cansó de estar equivocado.

Entre otros desatinos, Saramago afirmó que el régimen chavista está
«democratizando las instituciones políticas» del país. Podemos
estar seguros que el escritor desconoce lo que aquí
ocurre, pero ello le tiene sin cuidado. Cosas iguales, y aún
peores, hizo Jean Paul Sartre en su tiempo, como por ejemplo respaldar
la más
extrema violencia si la misma era «revolucionaria», adular a Stalin,
Castro y Pol Pot, y apoyar los horrores de la revolución
cultural china. Albert Camus siempre tuvo razón frente a Sartre, pero la
intelectualidad de izquierda no lo vió así. Al contrario, continuaron
enarbolando sus patéticas certidumbres hasta que el muro de Berlín les
cayó encima, aplastando décadas de imposturas y falsificaciones. Los
intelectuales de izquierda siguen idolatrando a Sartre, a pesar de que
en materia política fue un desastre.

¿Y qué decir de Neruda y García Márquez, cuya presunta ingenuidad
no ha sido sino un impúdico mito, tras el cual se oculta una
funesta irresponsabilidad moral? El primero le escribía
versos ditirámbicos al «padrecito» Stalin. El segundo jamás ha tenido el
coraje de romper con la tiranía castrista, y se escuda tras sus
esfuerzos para ayudar a uno que otro disidente a escapar de las garras
de un totalitarismo que, sin embargo, no se atreve a condenar.
Mario Vargas Llosa siempre ha tenido razón frente a
García Márquez, y siempre ha acertado en sus descarnados análisis de la
política latinoamericana, pero el odio de la intelectualidad de
izquierda aumenta mientras más razón tiene el ilustre escritor peruano.

Hubo una época en que ser de izquierda significaba tener
propuestas, rechazar realidades insatisfactorias y presentar opciones
para superarlas. El derrumbe del socialismo real, el desprestigio del
marxismo, y la revelación de los crímenes que plagan la historia del
comunismo dejaron a la izquierda huérfana. Esa izquierda ciega
se niega a admitir que hoy lo revolucionario es el
capitalismo, la democracia representativa, la concepción liberal de los
derechos del individuo y de los límites del poder del Estado. La
izquierda ya no puede ofrecer el socialismo como alternativa. ¿Qué
le queda entonces? Pues la banalización ideológica, el anti-yanquismo, y
consignas antiglobalizadoras que no por su repetición son menos anacrónicas.

Se me dice que ser de izquierda es comprometerse con la
justicia social, y tengo al respecto dos comentarios: En primer término,
eso también se decía antes, y millones identificaron la justicia con el
fracasado socialismo. ¿Cuál es hoy la propuesta? ¿Y qué se ofrece en
lugar del capitalismo liberal y la democracia representativa? ¿La tragedia
cubana?, ¿el experimento venezolano?, ¿el salvaje modelo chino? En
segundo lugar, ¿qué entiende la izquierda por justicia social, excepto
una aspiración abstracta y bondadosa, sin asidero teórico como tal? La
izquierda despliega consignas como si se tratase de claras fórmulas
político-económicas, y detrás viene la tragedia. La justicia la queremos
todos. Lo importante es: ¿cómo lograrla?

La imprecisión conceptual, un romanticismo tan vacío como peligroso, y
–repito–un visceral anti-yanquismo son los restos del
pensamiento de izquierda en el mundo. Todo ello conjugado con las
banalizaciones de un Saramago o un García Márquez, y anteriormente de un Sartre
o un Neruda, banalizaciones que no obstante tuvieron y siguen teniendo
gravísimas consecuencias, en Cuba, en Venezuela, en todas partes donde
ese izquierdismo sentimentaloide se transforma en opresión y miseria
para la gente, como lo estamos experimentando acá.

Saramago es, desde el punto de vista político, un personaje lamentable.
Anda por allí respaldando a cualquier caudillo que hable mal de Bush y
de los Estados Unidos, y proclame su amor por los pobres, sin
profundizar un ápice sobre los dramas que se esconden tras una
retórica que ha sido y es fuente de muchos crímenes. La Academia Sueca
seguirá premiando a los Saramago de este mundo. Jamás lo hará con un
Borges, un Malraux, o un Vargas Llosa. La cultura de izquierda europea,
la misma que llevó a Rodríguez Zapatero a los brazos de Chávez, lo
impide. Pero la Academia Sueca con frecuencia se equivoca.

1 Escrito en que se denigra o infama a alguien o algo.
Los libelos, como las diatribas, son propios de tinterillos.

2 Una acepción del término pasquín -según el DRAE en Salvador, Uruguay y Venezuela- se refiere al diario o revista que publica artículos e ilustraciones de mala calidad y de carácter sensacionalista y calumnioso.

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* Publicado en el diario El Nacional de Caracas el primero de diciembre de 2004.

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