Ser panameño se está poniendo peligroso

Marco A. Gandásegui.*

A fines de 2009 una voz de protesta se levantó para denunciar la represión de los pueblos indígenas. "Pertenecer a un pueblo indígena se está poniendo peligroso en Panamá. Por un lado, de un plumazo se borra el Programa de Educación Intercultural Bilingüe. Por el otro, tal como en tiempos de la colonia española se quemaban códices mayas, los grabados indígenas, la historia, la lengua. Lucy Molinar, la actual ministra de Educación, pretende prohibir soñar, hablar, escribir en lengua kuna, ngobe, emberá, buglé, bri bri a las siguientes generaciones”, dice un pronunciamiento.

 
Hay otras voces en el país que protestan porque esa realidad que golpea a los pueblos indígenas es la misma que sufre todo el pueblo panameño. Ser panameño se está poniendo peligroso.

De un plumazo se cierran escuelas por falta de mantenimiento, se borran los programas de historia que no se ajustan a los nuevos gobernantes, la filosofía es un lujo de tiempos pasados y el español se convirtió en redundante. Según la voz profunda de los pueblos originarios “ser miembro de una comunidad indígena es imposible.

Ni pensar de participar en ceremonias, practicar danzas ancestrales, contar cuentos a orillas de las nubes, beber agua fresca de las cordilleras. En pleno corazón de la comarca Ngóbe Bugle, el gobierno anunció la apertura de la mina Cerro Colorado, sin importarle los poblados indígenas que se encuentran aledaños.

Ser indígena para el Estado significa: invasor, errante, extranjero en sus propias tierras y territorios”.
 
En el resto de la república se llega a los mismos extremos. Es imposible tener acceso a un empleo decente. La flexibilización en las empresas privadas está al orden del día y la “terciarización” es la nueva carta de presentación en el sector público.

En las áreas más céntricas de las ciudades, la población no cuenta con servicios de agua potable, el alcantarillado ha sido abandonado, el transporte público se deteriora , los servicios de salud se hacen inaccesibles y las escuelas son vandalizadas. Las comunidades del país se han convertido en peligros para sus habitantes. Pareciera que fuera una población sobrante que los gobiernos han entregado al crimen organizado.
 
La protesta indígena señala que “ser del pueblo naso implica peligro para la empresa Ganadera Bocas S. A., porque violenta el derecho a la propiedad privada que está por encima de la propiedad colectiva… Nade vale que la nación naso estuviera antes de la creación del Estado panameño, mucho antes de la invasión y colonización española, mucho antes que esta empresa comprara esas tierras. Ser del pueblo naso significa para el gobierno: pueblo en vía de extinción”.
 
En el resto del país el acaparamiento, pillaje y el asalto está al orden del día. En sesiones extraordinarias, celebradas durante la última semana del año 2009, la Asamblea de Diputados aprobó el proyecto de ley que convierte –inconstitucionalmente– todas las costas, islas y riberas en coto para el enriquecimiento de unos pocos especuladores. El presidente Martinelli sancionó la ley y la mandó a publicar en la Gazeta Oficial.

Los piratas ahora tienen patente de corso.
 
Las protestas de los pueblos indígenas sirven de lección para los panameños que todavía no despiertan ante el despojo violento, el crimen organizado y los ajusticiamientos cotidianos de los cuales son víctimas. El costo de la vida aumenta, el precio de la canasta básica sube constantemente y el empelo escasea.

La inseguridad que se vive en el país –al igual que en las comarcas indígenas– es el resultado de las políticas públicas que hay que cambiar en 2010. Si el actual gobierno no asume su responsabilidad, entonces el pueblo tiene que organizarse para iniciar la marcha hacia 2014 y elegir nuevos mandatarios con visión de país.
 
Ser ngobe, emberá, naso, kuna –panameño– es ver, oler, oír, sentir la tierra como un ser viviente, nuestra Madre Tierra.
 
* Profesor de la Universidad de Panamá e investigador asociado del CELA.
En
ALAINET.

 

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