Setiembre, día 11

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

Muchos habitantes del país -en especial aquellos que no pudieron evitar ser testigos de los hechos- tal vez querrán no acordarse; se piensan sobre un puente: las aguas, se dirán, pasaron y es hora de olvidar. ¿Acaso todos los días no son nuevos? Otros, tercos, se niegan a olvidar. Sienten próximos a los que no están, a los inocentes que murieron.

Unos pocos irán de romería a los cementerios, quién sabe, a conversar con esos que desaparecieron como si nunca hubieran existido. Levantarán la mirada al cielo o la clavarán en el duro pavimento de las calles; disimularán su lágrima, la del año pasado, y del año anterior. Otra, pero la misma del año venidero.

Algún canal de televisión mostrará la humareda posterior al avistamiento de los aviones, a las explosiones. Quienes lo sintonicen sabrán -aunque no se lo digan- que allí murieron héroes, y que sólo fueron criminales los responsables de sus muertes (les podrán decir muchas cosas, pero -incluso quien las diga lo sabe- esos asesinos no fueron más que eso: asesinos. Su proceder no tiene nombre; no lo tendrá aunque pasen mil años).

El país, confundido, se preguntará cuál fue la verdadera dimensión de la masacre, y se preguntará a continuación si es cierto que entre quienes lo gobiernan existen los que pactan, negocian, comparten pan y vino con los asesinos y sus representantes. Los ha visto estrecharles las manos, mostrarles respeto, sonreírles.

Se preguntará el país, confundido, por su futuro; querrá saber -hoy, mañana- si esos de traje y corbata, de tan fácil lengua a la hora de la promesa, experimentan alguna emoción al recordar el 11 de setiembre -y si la sienten cuál es-. Quizá se pregunte tambien hacia dónde lo conducen.

Nada fue igual después de esa mañana. Lenta, porfiada, solitaria, tildada de loca la memoria pugna por recobrar su lugar; ella es la historia, la identidad, la huella, el puente entre las generaciones. La memoria es la única que puede cobrar tamaña deuda, la única que puede perdonar si se hace justicia y de ella, de la justicia, surge arrepentimiento.

La sangre es un color que no se olvida escribió el poeta; y porque no se olvida han querido echarle palada tras palada de tierra y suciedad para ocultarla. Sólo que no es posible la lobotomía espiritual.

Es un día de luto. Y el país, confundido y pese a su confusión, comprenderá y recordará otro 11 de setiembre y probablemente extienda, entonces, su mano solidaria a esos abuelos, padres, tíos, amantes, primos, hermanos, amigos, cuñados de los que murieron en Nueva York.

El país sabe, y ahí no puede haber confusión, que ellos -esos muertos y quienes hoy también los lloran- no formaron parte del equipo de asesinos, no los entrenaron, no los financiaron, no los protegieron, no hacen negocios con ellos.

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