Soya: la esperanza que se volvió maldición

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

En Paraguay el departamento de Itapúa, con una población cercana a los 500 mil habitantes, «es uno de los principales productores agrícolas del país. La bonanza que supuestamente trae aparejada la agricultura mecanizada no se compadece sin embargo de 174 mil personas que viven por debajo de la línea de la pobreza en la región».

«El modelo de producción que se está aplicando, además de destruir el ambiente, tiene devastadoras consecuencias sociales», informaba en octubre de 2003 el periodista Juan Augusto Roa, en el diario ABC Color. «Provoca el desplazamiento de comunidades campesinas que, empujadas por la necesidad, venden sus pequeñas parcelas de tierra y se dirigen a las ciudades a acrecentar los cordones de pobreza».

En la edición del 23 de junio se leía en www.abc.com.py que «Observando en conjunto la suma y resta en torno a los cultivos de soja, tenemos saldo rojo para el Paraguay. Nuestro país (…) destruye recursos naturales que son fundamentales para nuestra supervivencia como nación».

El industrial maderero paraguayo Carlos Petit señalaba al periódico que era «criminal» destruir bosques para cultivar soja. «1.000 hectáreas de bosque generan 36 puestos de trabajo por año, 16 a nivel rural y 20 a nivel industrial. En contrapartida, 1.000 hectáreas de soja permiten 10 puestos de trabajo por año, 8 en el campo y 2 a nivel industrial».

«No se puede olvidar en la lista los daños a la salud humana, por el empleo masivo y descontrolado de miles de toneladas de fertilizantes y agrotóxicos. La población rural satura los servicios sanitarios públicos por problemas dérmicos, renales, alérgicos y respiratorios. (…) El listado de pérdidas no puede excluir severos daños ambientales, por la destrucción de cursos de agua, daños a la biodiversidad y la desaparición de corredores biológicos. Los bosques nativos albergan fácilmente 400 especies forestales diferentes, de diversos tamaños, que desaparecen definitivamente por la ampliación de las fronteras agrícolas».

Una larga y benéfica historia que termina

La soya o soja se cultiva en China hace más de tres milenios. Era, junto con el arroz, el trigo, la cebada y el mijo, una de las cinco semillas sagradas y se la empleaba -y utiliza hoy- también en su farmacopea.

La soja es una leguminosa, adaptable a distintos climas y resistente a las las pocas enfermedades que la afectan. El poroto de soja es llevado a Europa por lo frailes misioneros hacia mediados del siglo XVII. Como la papa americana, no tuvo al comienzo mayor éxito. A principios del siglo XIX se empezó a cultivar soja en Estados Unidos, luego en la Argetnina, en 1862. Sin embargo no se empleó en la alimentación humana occidental sino hasta bien entrado el siglo XX.

La primera cosecha comercial se plantó en 1929 para suministrar semillas para hacer salsa. En la actualidad, empero, la soja es la fuente esencial y dominante de proteínas y aceites, con una multitud de usos tanto en alimentos para personas como en animales. Se cultiva en toda Asia, América -fundamentalmente en EEUU, la Argentina y Brasil-, África occidental y en varias regiones europeas.

Todo muy bien. Hasta que la tecnología genética impuso las variedades transgénicas; es decir: semillas modificadas para resistir el uso de ciertos pesticidas, producidos -oh, casualidad- por las mismas empresas que las venden. El uso industrial de de semillas trangénicas comenzó a medidados de la década de 1991/2000 en EEUU.

«La soya se comporta como un monstruo desatado, fuera de control. El área cultivada con soya aumenta dramáticamente. El monocultivo arrasa con nuestras zonas rurales, consumiendo y desplazando toda actividad agropecuaria alterna, remplazando la diversidad biológica, económica y social con la dependencia exclusiva en un solo producto: el suoyo. Se trata de un mercado que marcha rumbo al desastre. La soya transgénica de Monsanto está provocando la aparición de un gran desierto verde que carga consigo un montón de problemas».

Lo afirma Peter Rosset, especialista en políticas de desarrollo agropecuario y codirector del Institute for Food and Development Policy, de Oakland, California, EEUU (www.foodfirst.org), que agrega: «El Roundup -el pesticida a base de glifosato desarrollado por Monsanto- acaba con la biodiversidad de plantas silvestres, dejando a su paso una especie de tierra quemada y contaminada. Introduce, además, al sistema alimentario, muchos riesgos potenciales para los consumidores, que no han sido estudiados adecuadamente.

«Los seres humanos se han convertido en las ratas de laboratorio de un enorme experimento de manipulación genética».

Amazonia, tierra arrasada

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Durante 2003 el «pulmón del planeta» fue deforestado en un área equivalente al territorio de Haití: casi 25.000 km2 de selva. La quema y tala de los árboles se debe a la necesidad de aumentar territorio para la cría de ganado y cultuvo de soja. Brasil es el principal país ganadero del mundo y, resueltos recientemente los problemas para la exportación de soya a China, este cultivo se disparará.

Los científicos temen, recoge la BBC, que el despeje de la selva afecte el clima global, así como amenace especies únicas de fauna y flora: http://news.bbc.co.uk/hi/spanish/latin_america.

Caso Argentino

El cultivo de soja ocupa una amplia zona ecológica en la Argentina, que se extiende desde los 23º a los 39º de latitud sur, concentrándose principalmente en la Región Pampeana, con cerca del 94% de la superficie sembrada y el 95% de la producción total del país. Santa Fe, Córdoba y Buenos Aires representan las provincias de dicha región con mayor producción por área sembrada y magnitud de los rendimientos.

 

Hacia 1956 en la Argentina no se conocían aún los aspectos básicos de la soja como cultivo. Recién a mediados 1962, se produce el primer cargamento para exportación: 6.000 toneladas con destino a Alemania. La producción se incrementó en los años siguientes hasta alcanzar en la actualidad más de 6.000.000 de hectáreas cosechadas que la convierten en el tercer productor mundial de grano y el primer exportador mundial de aceite de soja y el segundo de harina de soja.

Los cultivos de soja han reducido en un 27 por ciento la cantidad de explotaciones lecheras y provocado un mayor desmonte de bosques nativos irrecuperables en el norte del país.

La soja representa el rubro de exportación de mayor incidencia en el Producto Bruto Agropecuario del país, y el mayor generador de divisas. El costo puede ser más elevado de lo que calcula: la expansión de la soja transgénica arrasó con los cultivos de arroz, algodón, maíz y trigo /www.rel-uita.org/agricultura/transgenicos/expansion-soja.htm.

 
Para alarma de los ecologistas, los agricultores argentinos expanden sus cultivos de soja transgénica a Bolivia y Uruguay al calor de ventajas impositivas y el alto precio del grano, una tendencia que, sin embargo, los expertos consideran pasajera.

En Bolivia y Uruguay no hay grandes impuestos a la exportación de granos y los precios de compra o arrendamiento de los campos son sustancialmente más bajos que en Argentina. Los ecologistas aseguran que el monocultivo de soja en Argentina -tercer productor mundial, detrás de Brasil y Estados Unidos- ha comenzado a contagiarse por toda la región y amenaza a los bosques autóctonos.

 
La mayor preocupación ecologista es el futuro ambiental de la región agrícola boliviana de Santa Cruz de la Sierra, donde la tierra apta para el cultivo vale unos US$ 1.000 la hectárea frente precios que en Argentina van de 2.000 hasta 5.200 dólares. En esta región se pueden obtener dos coscehas anuales.

Herbicidas y otras hierbas**

El herbicida Round up mata a las plantas porque inhibe el funcionamiento de una de sus enzimas,  llamada EPSPS, que es necesaria para que éstas sinteticen ciertos aminoácidos esenciales. La modificación genética realizada en la soja consiste en la incorporación de un gen que produce una versión bacteriana de esta enzima que no es inhibida por el «Round up» y proporciona así resistencia a la planta contra este herbicida. La técnica utilizada para introducir el gen bacteriano de la enzima EPSPS implica también la introducción de otros tres genes en la misma planta.

La doctora. Judy Carman, de la Universidad Flinders de Australia, critica el informe remitido por Monsanto a la ANZFA (Australian and New Zeland Food Authority) según el cual la soja transgénica resistente al «Round up» es segura para el consumo humano y animal.

En opinión de la Dra. Carman, el informe obvia cualquier información sobre dos de este genes «compañeros de viaje» y para el tercero, el CTP de petunia, el informe dice que el producto de este gen es rápidamente degradado in vivo, sin que esto se haya demostrado en el caso concreto.

El informe da también por sentado que la soja transgénica produce una única proteína nueva, la correspondiente al gen EPSPS, y que ésta es digerida in vitro por mezclas intestinales y gástricas de mamíferos. Según la Dra. Carman, en el informe no se explica cómo se hicieron los experimentos in vitro y creé que se deberían haber realizado experimentos in vivo sobre la digestabilidad de esta anzima y de las otras proteínas expresadas en las plantas transgénicas, así como sobre los efectos de esta enzima en la estructura y función intestinal y sobre su capacidad para pasar a la sangre sin llegar a ser digerida.

El informe establece que la enzima es destruida durante el cocinado de la soja antes de ser consumida por los humanos. Sin embargo, la soja cruda se utiliza para el ganado y Monsanto no remite estudios sobre la presencia de la enzima en los tejidos del ganado alimentado con la soja transgénica.

Justo después de que Monsanto remitiera su informe, la compañía solicitó al ANZFA permiso para que los límites permitidos de restos de glifosato (principio activo del «Round up») en soja aumentarán 200 veces. Sin embargo, en el informe los experimentos son realizados con soja transgénica sin tratar con glifosato, lo que los inválida puesto que en la realidad va a ser tratada con herbicida por el agricultor.

Monsanto compara la soja transgénica con la convencional en cuanto a humedad, contenido en fibra, en proteínas, etc., sin encontrar diferencias estadísticas. La crítica viene ahora porque el informe no específica los tamaños de las muestras ni los cálculos que justifican que esos tamaños son aptos para justificar la validez estadística.

En los estudios sobre los efectos de la alimentación con soja transgénica en animales de experimentación, como ratas, pollos y vacas, la Dra. Carman pone en duda que la cantidad de animales empleados sea suficiente para obtener conclusiones estadísticamente válidas y echa en falta estudios comparativos del efecto de la alimentación con soja transgénica sobre la bioquímica, inmunología e histología de las ratas. Tampoco se han considerado los efectos a largo plazo en animales y humanos.

En resumen, la investigadora cree que no hay suficientes datos científicos en el informe para concluir que la soja transgénica resistentes al «Round up» es segura para el consumo de humanos y animales, y sugiere cinco clases de experimentos que deberían ser realizados por científicos independientes de la compañía antes de que se pueda comercializar este producto.

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*Periodista y escritor

** http://biodiversidad.8m.com/documentos11.html.

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