Stephan Austin Hasam / Gregorio Selser, el pacifista elemental

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Texto de 2001 que se publicó bajo el título Semblanza de Gregorio Selser en Equilibrio Económico, revista de la Facultad de Economía de la Universidad Autónoma de Coahuila, Saltillo, México, volumen 3, Nº 13, abril 2002, pp. 230- 252. Fue escrito a modo de homenaje del discípulo preferido a su maestro en el décimo aniversario de su suicidio en Ciudad de México.

La mañana del 28 de agosto de 1991, la corresponsal en México de uno de los principales diarios conservadores germanofederales enunció un seco "gut", cuando su secretaria le informó, al revisar los titulares del día, que el periodista y escritor Gregorio Selser se había suicidado. De hecho el deterioro vertiginoso de su salud, afectada por cáncer en fase de metástasis ósea, era conspicuamente seguido a través de la intervención de su teléfono y del de uno de sus cercanos amigos, con quien charlaba varias veces al día.

Así fue hasta el día en que murió. En una ocasión, pocos días antes de su muerte, telefoneando con aquel amigo, al detectar ambos la habitual intervención hostigadora, preguntó irritado que qué les importaba la plática sobre su visita al médico en Cancerología, (1) a lo que su amigo contestó que la salud de Gregorio Selser era un asunto de relevancia política. Ciertamente, Selser y su obra fueron siempre objeto de minucioso seguimiento en Argentina y, después, en el destierro mexicano.

Advertido en Cancerología a mediados de agosto de 1991 de las perspectivas de invalidez mental por una posible afectación metastática del cerebro, sumado a los fuertes dolores que padecía, que le impedían seguir escribiendo, es decir, viviendo, tomó la decisión interior y secreta, que no compartió con absolutamente nadie, de poner fin a su vida.

El lunes 26 de agosto de 1991 fue a cobrar a la Universidad Nacional su sueldo quincenal como profesor, volvió a casa y, en las primeras horas de la madrugada nublada y húmeda del 27 de agosto, después de haber escrito cuatro cartas de despedida, esperar que durmieran su esposa e hija, ingirió diazepam y se lanzó al vacío desde la cocina de su departamento en un cuarto piso. Fue encontrado muerto horas después, al amanecer, en el zaguán del edificio por el conserje.

Una de sus hijas, Gabriela, se encontraba en México de visita, y tenía boleto de avión para partir esa misma mañana. Selser, en una de las cartas, le pidió disculpas por interrumpirle su viaje, pero no quería que Marta Ventura, su esposa y colaboradora de casi ocho lustros, tuviese que bancar el suicidio y sus secuelas sola. Como un estoico, Selser había mantenido control de su vida hasta el final y muerto solo en la montura, pues no contaba con un amigo y médico para asistirle en su suicidio, como fue Max Schur en el caso de otro escritor y pensador desterrado y atacado por cáncer, Sigmund Freud.

Los restos de Selser fueron incinerados en un crematorio rústico en el fondo de una barranca al lado de un arroyuelo de aguas negras, enclavado en medio de un tugurio con vista a las mansiones en lo alto a lo lejos. Mientras era incinerado, llegaron niños pequeños a pedir limosna a las diez personas que acompañaron a Selser hasta esa barranca. Los chicos siguieron a varias de las personas hasta una tiendita cercana. No querían ni gaseosas ni dulces. Pidieron pan.

Así, el militante socialista autónomo, íntegro, escritor, pensador y publicista crítico, criado en un orfanato en la zona austral de América Latina, quien a los doce años dejó la escuela para laborar y leer y leer —”sentía que la escuela me quitaba tiempo para leer”—, terminó incinerado en el norte del mismo subcontinente, del mismo infierno, en medio de la gente cuya suerte había sido una de sus preocupaciones centrales a lo largo de toda su vida y obra, los miserables de América Latina, que ya son casi todos.

Una educación pacifista socialista

Ciertamente, a los doce años ya había leído Los miserables de Victor Hugo: “aún hoy sigo diciendo que fue la novela que más me impresionó y que, creo, me enrumbó en la dirección social”, (2) le relató a su hija Claudia. Antes ya había leído a Émile Zola, quien lo marcó para toda la vida, no sólo por su novelística, incluyendo Germinal, lectura imprescindible entre ácratas y socialistas, sino también por su ejemplo como publicista comprometido con investigar, documentar y denunciar públicamente la injusticia social, costare lo que costare.

Hasta el final de su vida, ante cada nuevo grupo de alumnos universitarios, al tocar el tema de los antecedentes del fascismo, Selser nunca omitió relatar minuciosamente el Caso Dreyfus, caso paradigmático donde, ante un acto de prejuicio, conspiración de Estado e injusticia social que dividió a un país entero en dos, Zola asumió su responsabilidad pública como intelectual y escritor honesto de decir la verdad incómoda con coraje, costándole a éste prisión —evadida vía el auto exilio— y, finalmente, la vida (3) .

Además, Selser leyó en traducción a los clásicos rusos y a autores de lengua alemana de la época, burgueses y socialistas, algunos, destacados pacifistas y otros, con fuerte tendencia hacia temas históricos y éticos, como Emil Ludwig y Stefan Zweig, Erich Maria Remarque, Ludwig Renn, Leonhard Frank y Thomas Mann. Como Selser después, casi todos éstos murieron en el destierro. Un lugar especial guardaban para él los poetas Heinrich Heine, muerto en el destierro parisino, y Rainer Maria Rilke. Además leyó muchos, muchísimos libros de historia. A los quince años ya tenía su propia biblioteca, “comprada así, de a centavitos”, (4) gracias a las librerías de viejo del entonces Buenos Aires.

Ya de niño, Selser se percató de que Mnemósine le había dotado, como a Clío, con una vocación por la historia y con una capacidad anormal para retener palabras, datos históricos e imágenes de novelas leídas. “A los nueve años era una especie de monstruito por mi capacidad para retener las palabras difíciles […] era una memoria selectiva —le contó Selser a su hija Claudia— porque la acumulación de datos que mi cabeza retiene como una computadora son datos históricos”. Ni una fórmula matemática.

Más adelante precisó: “A veces pienso que mi memoria no es normal, que es como una enfermedad, aunque tal vez no es tanta como yo creo y es algo común esa predisposición para retener”.(5) Selser no se fió de su memoria. Para no errar, su obra siempre estuvo sustentada en el dato preciso, para lo cual Marta Ventura, su compañera colaboradora, y él construyeron incansablemente a través de los lustros, en su departamento, a cuatro manos, dos bibliotecas especializadas: la de Buenos Aires, de más de 12 mil volúmenes, y la del destierro mexicano (1976-1991), de más de 5 mil,(6) con sus dos respectivas y enormes hemerotecas. Sólo la hemeroteca del destierro, sin contar las colecciones de revistas especializadas que contiene, comprende más de 160 archiveros de recortes de prensa rigurosamente clasificados, catalogados y manejados por Marta Ventura: la infraestructura bibliográfica equivalente a dos centros de investigación sobre América Latina y de sus relaciones con el resto del mundo, particularmente con Estados Unidos. (7)

Hacia el final de su vida, ante pregunta expresa del periodista Mauricio Ciechanower, Selser resumió así las líneas rectoras que lo habían guiado a través de toda su vida: “…me considero un pacifista elemental, un hombre de ideas, un hombre pacífico, no violento. He tratado de ajustar mi vida, mi militancia, mi obra, mis libros, a esa especie de pauta que imaginé a los 18 años. Todo lo que escribí, todo lo que limité ha estado inscrito en ese marco de ‘quiero que haya un mundo mejor del que encontré’…”.(8) A esto habría que agregar la noción de que el ser humano es inherentemente bueno o, en alemán, como él solía decirlo entre amigos: der Mensch ist gut; una premisa de los socialistas y ácratas alemanes pacifistas de principios del siglo XX, humanistas radicales como Leonhard Frank, quien tituló así una de sus novelas. (9)

A los 15 o 16 años el joven socialista Selser, antifascista, vivió su primer arresto por cometer el “ilícito” de vender bonos en favor de la República Española. Por ser menor de edad fue puesto en libertad unas horas después. No así en 1940 cuando, apenas alcanzada la mayoría de edad, “reincidió”. Fue detenido y arrestado 10 días por haber participado en una manifestación en apoyo a los Aliados. La Segunda Guerra Mundial ya había estallado en Europa, estaban en pleno auge el fascismo y el clericalismo reaccionario, y el gobierno argentino simpatizaba con los países del Eje. En prisión Selser compartió el espacio con varios argentinos presos por haber peleado en la Guerra Civil Española.

La educación política de Selser fue la de un autodidacta joven proletario de inclinación socialista pacifista, antimilitarista y antifascista en la Argentina de los militares de los años 30 e inicios de los 40, formado en la lectura de la novelística europea clásica, poesía, biografía e historia. No tenía paciencia para ladrillos de teoría gris, y siempre reconoció que le faltaba formación teórica y de índole académica. Por considerar su formación incompleta, el cuestionamiento intelectual aunado a la apertura y la avidez por aprender lo acompañaron toda la vida.

Durante la dictadura del general Edelmiro Farrell, un día a mediados de 1944, a raíz de una denuncia anónima, la policía ingresó en la pensión donde vivía el joven militante socialista y encontró en su habitación dentro del armario panfletos antifascistas y a favor de los Aliados. Como Selser ya tenía antecedentes policiacos desde su primer arresto, le entró miedo y se auto exilió en Montevideo. Tenía 22 años y acababa de concluir la secundaria nocturna que cursó a partir de los 18. Aparte de tener “memoria de elefante”, saber leer y escribir algo —ya había conseguido empleo como “oficinista con redacción propia”—, en asuntos prácticos era “muy tonto y hasta torpe, muy ingenuo”, según su propio diagnóstico retrospectivo. Así lo fue toda la vida; incorregible, hasta el extremo de la seria comicidad chaplinesca.

Una educación latinoamericana

Las moirai que le tejían el destino a Selser desde que había muerto su madre sordomuda cuando él tenía apenas seis meses, lo enviaron a Uruguay para ser barrendero de las calles de Montevideo, primero en los suburbios y después —como ascenso— en la ciudad, y para que se iniciara en la obtención de una educación latinoamericana de primer orden, que le marcaría el rumbo para el resto de su vida. Después de cumplir su labor proletaria de asear las calles montevideanas, frecuentaba los círculos anarquistas y socialistas, además del exilio democrático y de izquierda argentinos: demócratas progresistas, socialistas, comunistas y radicales.

Fue a través de un radical, Santiago Nudelman, a la vez secretario y médico de Alfredo Palacios, que Selser entró en contacto con el primer diputado socialista de la historia argentina, abogado, estudioso latinoamericanista, pionero de la legislación social y obrera en Argentina, así como de estudios sobre la fatiga laboral a principios del siglo XX. Palacios sería el hombre quien más influiría en la vida de Selser. En Montevideo Selser también se vincularía con Carlos Quijano y el círculo que conformó el milagro periodístico que fue Marcha hasta que los militares la liquidaran en noviembre de 1974, y de la que, durante lustros, Selser sería su corresponsal en Buenos Aires (en el exilio mexicano, Quijano lanzaría los Cuadernos de Marcha, que aparecerían hasta 1985).

El gobierno militar argentino, por presión estadunidense y conveniencia táctica, había roto relaciones diplomáticas formales con el Eje apenas semanas antes del fin de la guerra, y el 1° de septiembre de 1945, el fascismo ya derrotado en Europa, el exilio argentino en Montevideo volvió, incluyendo a Palacios y su futuro amanuense en residencia: Selser.

Del segundo semestre de 1946 hasta 1951, cuando Selser se casaría con Marta Ventura, vivió en casa de Palacios, fungiendo como su secretario, ayudante, bibliotecario, interlocutor y alumno, obteniendo una educación más que privilegiada, única, en historia y análisis de América Latina. Durante su estancia reclasificaría una de las bibliotecas más completas existentes en esa época sobre Latinoamérica, y estaría inmerso en uno de los núcleos de pensamiento latinoamericano más ricos e importantes de la época en la Argentina y el subcontinente, en plena era de represión peronista y en un país latinoamericano para el cual América Latina no existía, ni existe.

Si bien en casa de Palacios tenía techo y comida, para mantenerse económicamente Selser laboraba y formaba parte de la Federación de Comerciantes Viajeros. Fue durante ese lustro en residencia que Selser se hizo latinoamericanólogo y analista social y político de primer orden. A esto se dedicaría Selser extra laboralmente, con pasión y por vocación. El medio que utilizó fue la palabra, siempre sustentada en una reconstrucción histórica minuciosa y precisa, rigurosamente documentada, que, por su propio peso, se tornaba en una acusación fulminante contra la mentira y el poder pasados y del momento.

El publicista libre…en su “tiempo libre”

Paralelamente a su actividad laboral de tiempo completo, durante los primeros años de la década de los 50, además de la conformación de la biblioteca y hemeroteca, que hacía junto con Marta Ventura, quien trabajaba como maestra de pintura también de tiempo completo, Selser rastreó desde muy temprano las primeras pistas de la nueva policía secreta imperial de la pax americana: la Central Intelligence Agency (CIA), entonces virtualmente desconocida. En Irán, Estados Unidos buscaba revertir la nacionalización petrolera de Mohammed Mossadegh; y en Guatemala, hacer abortar el gobierno constitucional de Jacobo Arbenz, donde sus reformas habían coartado el poder y afectado el saqueo de años realizada por la United Fruit Company.

Ambas operaciones fueron rotundos éxitos de la CIA para el horror por décadas de las respectivas poblaciones: Mossadegh y Arbenz fueron depuestos y remplazados respectivamente por Mohammed Reza Pahlevi (1953) y Carlos Castillo Armas (1954). Con esos dos golpes, la CIA adquirió notoriedad mundial e hizo que Selser tomara la decisión de escribir libros.

En su reconstrucción histórica del caso guatemalteco con el fin de elaborar una serie artículos, Selser se topó con un personaje que lo cautivó: Augusto C. Sandino, un obrero que había conformado una guerrilla para expulsar a los marines estadunidenses de Nicaragua. Exitoso después de casi siete años de lucha, había sido asesinado a la postre (1934) por un “padrino” de Castillo Armas, el presidente nicaragüense en activo, Anastasio Somoza García. A partir de toda la información que pudo recabar en Buenos Aires, Selser escribió Sandino, general de hombres libres, y pospuso su investigación sobre Guatemala, que después publicaría como El guatemalazo. Mientras redactaba el libro, en pleno 1954 y recién derrocado Arbenz, Somoza haría una visita de Estado a la Argentina. Perón no sólo lo invitaría a dirigirse al pueblo desde el balcón de la Casa Rosada, sino que le otorgaría la Orden del Libertador San Martín y una réplica del sable corvo.

En plena dictadura de Perón nadie se atrevía a publicar el Sandino, pese a que Selser y algunos amigos habían juntado el dinero para la edición. Quienes aceptaron fueron los talleres gráficos ácratas Americalee, en memoria y solidaridad con la causa de su “hermano anarquista Sandino”, a quien los viejos obreros de la imprenta recordaban. (10) La prevista incautación peronista de la edición no ocurrió, en virtud de que a los dos días de la aparición del Sandino en librerías, el 14 de septiembre de 1955, iniciaba el levantamiento que derrocaría a Perón y lo enviaría al exilio para ser acogido por Francisco Franco. El libro pasó por doce ediciones, sólo en Buenos Aires. Le seguiría en 1958 un segundo libro sobre Sandino, El pequeño ejército loco, y, un año después, la versión ampliada a dos tomos del Sandino a casi 800 páginas.(11)

Con una carta de recomendación manuscrita de Palacios y un ejemplar del Sandino recién publicado, Selser se presentó en enero de 1956 en el diario antiperonista y conservador La Prensa. Fue contratado y asignado a la apolítica sección de obras y servicios públicos, donde tuvo empleo estable durante 19 años como redactor anónimo. Al margen de cumplir su horario y responsabilidad laboral de tiempo completo en aquel diario, Selser se dedicó a escribir libros y ser periodista, ser director de la colección “Historia viva” de Editorial Palestra (1958-1966), director de la Biblioteca de América y de la colección “Libros del tiempo nuevo” —ambas de la Editorial Universitaria de Buenos Aires (EUDEBA) (1962-1966)—, y profesor interino de periodismo en la Universidad Nacional de La Plata (1971-1974).

Adicionalmente a la política imperial estadunidense en Centroamérica y el resto del subcontinente, el fascismo, el militarismo y la CIA, siempre la CIA, entre las efemérides que más ocuparon a Selser durante su fase argentina fueron el gobierno de Frondizi, el Onganiato, la Revolución Cubana (1959), la matanza de escolares la Zona del Canal (Panamá) por militares estadunidenses (1964), la invasión a la República Dominicana (1965), la Alianza para el Progreso y el ascenso y aniquilación del gobierno de la Unidad Popular en Chile. Paralelamente concibió y trabajó en su proyecto, quizás, más ambicioso: la elaboración de una cronología de las intervenciones extranjeras en América Latina desde 1776, en el que trabajaría hasta su muerte. (12) Un proyecto que normalmente sería empresa de todo un equipo de investigadores altamente calificados con un especialista para cada periodo y un respaldo bibliográfico descomunal.

Invitado a asistir al II Tribunal Internacional Russell en enero de 1975 como experto en militarismo y en la desestabilización y derrocamiento del gobierno de Salvador Allende en Chile, renunció a La Prensa al no concederle su director, Alberto Gaínza Paz, una segunda licencia sin goce de sueldo. (13) Selser acababa de pasar tres meses —con licencia— en Lima en la redacción del diario Expreso, como un modo de ponerse a cubierto de las amenazas de la “Triple A”. En Bruselas participó en el Tribunal y permaneció tres meses en Europa reporteando, pues había conseguido empleo como redactor internacionalista en El Cronista Comercial, donde laboraría hasta su destierro año y medio después.

Desde siempre estuvo en la lista negra internacional de los distintos servicios de inteligencia y de las fuerzas castrenses de “seguridad nacional” de la región, que habían tomado por asalto el Cono Sur (comenzando por Brasil en 1964) por interés propio y para el imperio estadunidense del que formaban —y forman— parte en calidad de cipayos históricos, y para el imperio vaticano en calidad de cruzados contra los infieles; es decir, como exterminadores, saqueadores y violadores bajo capa de guerreros santos. (14) Sólo faltaba la Argentina.

El Putsch de la “guerra sucia” y guerra santa ocurrió el 24 de marzo de 1976. Ya en la mira de la Triple A —las tres armas como denunciaría Rodolfo Walsh al precio de su vida— mucho antes del cuartelazo, Selser corría el máximo peligro y su exterminio era sólo cuestión de poco tiempo. De hecho Selser aparecía en una lista para ser liquidado, hecho que era del conocimiento del embajador estadunidense Robert “Bob” Hill y de Orlando Letelier en Washington, y de Fernando Reyes Matta y Juan Somavía en México. Los cuatro buscaban la manera de sacar a Selser y ponerlo a salvo. Fue notificado el director en Buenos Aires de la agencia Inter Press Service (IPS), con la que Selser colaboraba intermitentemente desde 1964.

El destierro —la “sobrevida”

Acompañado al aeropuerto por familiares, abogados y periodistas amigos, pero como si fuera algo absolutamente rutinario y estrenando una comisión como corresponsal especial en Panamá de IPS, el 16 de julio de 1976 Selser pasó los controles de los agentes del SIDE, Secretaría de Informaciones de Estado, y de migración en Ezeiza, que le permitieron abordar un avión que lo llevara al destierro que fue, según él, la etapa más productiva de su vida, y en la que recibió el reconocimiento que jamás obtuvo en la Argentina. A este periodo lo calificó Selser como su “sobrevida”.

La primera escala, de casi cuatro meses, fue Panamá, donde Selser paralelamente a su labor de corresponsal, redactó el primer borrador de su libro sobre Benjamín Zeledón, y colaboró en la Radio Nacional.

La segunda escala, la definitiva, sería Ciudad de México, donde arribó el 10 de noviembre de 1976 con un contrato como investigador de la División de Estudios de la Comunicación del Instituto Latinoamericano de Estudios Transnacionales (ILET). Sus directivos, Somavía y Reyes Matta (exiliados en México a raíz del pinochetazo tres años antes), le proporcionaron un espacio laboral para su desempeño intelectual y la carta anual para el ministerio del interior mexicano, es decir, la visa de estancia y trabajo para un refugiado con pasaporte argentino. La salvación, como cualquier desterrado sabe muy bien. Pero había un caveat fuera del control de los directivos: tendría que abstenerse de ejercer el periodismo para no irritar a algunos patrocinadores socialdemócratas ultramarinos del ILET, que consideraban a Selser absolutamente inaceptable. El incumplimiento podría significar la pérdida del trabajo, la carta anual y del derecho a la residencia. Para Selser acatar esa interdicción era como morir en vida, pero la tuvo que acatar…a medias.

En diferentes diarios —muchos en El Sol de México— y el semanario Proceso comenzaron a aparecer artículos escritos con el inconfundible estilo y rigor documental selserianos, firmados desde capitales europeas, como París y Roma, por Gustave Salage, Rubén Jordán, Dieter Knopf, Juan Pratel, Arthur Johns, Kenneth Derrick, Beatriz V. Prando, Enzo Garozzi, Renato Picchia, Wilbur Ellis, Pablo Enrique Maceiras, Sergio Ovalle Baliño, Rodolfo López Almada y otros; casi todas las notas empero escritas en el pequeño departamento Selser de Avenida Río Mixcoac de Ciudad de México.

Los seudónimos eran necesarios por dos razones más: para prevenir represalias dentro de la Argentina contra familiares, incluyendo una hija, y porque los servicios de inteligencia de toda América Latina —salvo los cubanos— operaban como una policía secreta cipaya interconectada (p. ej. Plan Cóndor, atentado Letelier, etc.), amén de que agentes argentinos operaban en México con aprobación de los gobiernos mexicano y estadunidense. En Canadá y en Europa occidental fue parecido.

También en la Argentina Selser había utilizado seudónimos como Jorge Pérez Rocco, Murillo de Brito, Paul Ambrister, Javier Orrego, Guastave Salage, Louis Hanotoux, Altair Meneses y otros en coyunturas particularmente peligrosas, y cuando trataba temas especialmente delicados relativos a los militares de la región, la dictadura brasileña, los escuadrones de la muerte o la iglesia católica y su ultraderechista Opus Dei.

En 1978 Selser comenzó a colaborar como redactor-editorialista internacional en el diario paragubernamental El Día con plena libertad, por invitación de su director Enrique Ramirez y Ramirez. Además de que el diario otorgaría la carta de trabajo, Ramirez y Ramirez aceptó que Selser trabajara en casa, es decir, en su biblioteca y hemeroteca. Prigobiernista en materia de política mexicana, El Día fue progresista y muy crítico en política internacional. Así Selser contó con el respaldo irrestricto de un miembro de la corte del gobierno anfitrión para ejercer libremente su arte y oficio; con otro caveat: no inmiscuirse, de ninguna manera, en los asuntos políticos de México, bajo la advertencia de que quien lo hiciera podría ser obligado a que abandonara el país inmediatamente y sin juicio previo.

Esta prohibición, el artículo 33 de la constitución mexicana, regía —y rige— para todo ciudadano de otra nacionalidad.(15) Selser la acató cabalmente, incluso absteniéndose de incluir México en la hemeroteca y de hablar siquiera sobre asuntos políticos mexicanos, no se diga en público, sino hasta en conversaciones privadas, y pese a que la política latinoamericana era uno de sus campos profesionales. Las palabras a Carlos Payán, director de La Jornada, en su carta póstuma son absolutamente ciertas y precisas: “…siempre fui respetuoso de las leyes de México, a cuyo pueblo amé y al que deseé servir con mis trabajos. Me voy con la conciencia cabal de haber cumplido con el país y con su pueblo”.(16) En el par de ocasiones en que, sin proponérselo, rozó al gobierno mexicano al analizar temas internacionales, recibió reprimendas inmediatas.

Cuando la administración Bush (padre) propuso a John Dimitri Negroponte como embajador en México, Selser alertó y divulgó tenazmente ante la opinión pública mexicana la trayectoria proconsular de este diplomático-agente de inteligencia, sólo hasta el instante en que el gobierno mexicano dio el beneplácito a su nombramiento. La misión principal de Negroponte en México se sabría después: el Acuerdo de Libre Comercio de América del Norte (ALCAN). (17)

El 30 de septiembre de 1987 Selser renunció al El Día. Después de la muerte de Ramirez y Ramirez, el diario paulatinamente fue dejando de ser lo que había sido, aunque Selser siguió contribuyendo al suplemento dominical El Gallo Ilustrado, del que fue, además, asesor permanente hasta su muerte. Pasarían entonces catorce meses en que Selser casi no tendría tribuna en México, aunque siguió escribiendo notas para medios del exterior —europeooccidentales y latinoamericanos— y para Prensa Latina, y pudo dedicarse más a escribir libros. En noviembre de 1988 fue invitado por Carlos Payán a colaborar en La Jornada y, posteriormente, colaboraría paralelamente como editorialista en El Financiero.

En el ámbito académico, desde finales de los setenta Selser se fue incorporando al Proyecto Lázaro Cárdenas de estudios estratégicos a petición de su director, John Saxe-Fernández, y a partir de abril de 1982, fue profesor de posgrado de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), adscrito al Centro de Estudios Latinoamericanos (CELA), donde estaban Antonio Cavalla, René Zavaleta, Agustín Cueva, John Saxe-Fernández, Sergio Bagú, Jorge Turner, Eduardo Ruiz, Gérard Pierre-Charles, Susy Castor, Mario Salazar, entre otros. Al ingresar Selser al CELA, ingresó con él Marta Ventura, pues su hemeroteca se convirtió en una extensión informal del CELA. El nombramiento de Selser fue el de profesor visitante y caducaba cada seis meses. No fue sino hasta 1990, cuando ya tenía cáncer, que las gestiones del CELA para regularizar la situación laboral de Selser fructificaron y fue abierto un concurso. Selser participó en todas las etapas pero dudaba cuál iba a ser el fallo. No vivió para saberlo. En el formulario del concurso contestó, entre otras cosas, “Estudios cursados: los de primaria y secundaria” y “Formación: no posee títulos ni grados académicos”.

Las clases de Selser consistían en que, sin consultar un solo papel, hablaba —una brevísima pausa de por medio— algo más de cuatro horas ininterrumpidamente, apagones no obstante, sobre un capítulo de la historia (o de la historia oculta) de América Latina, Estados Unidos o del sistema internacional. Cada sesión parecía el capítulo de una novela histórica que no era novela, narrado de memoria, ya redactado, repleto de citas, datos precisos, fechas, anécdotas, referencias cruzadas a capítulos anteriores y próximos del libro entero grabado en la memoria y que, como libro virtual de historia, permitía cada semestre actualizaciones, correcciones, contextualizaciones e interpretaciones nuevas con sus proyecciones al presente.

Los requisitos formales de Selser a sus alumnos eran mínimos: un trabajo final sobre la temática del curso y —siempre— una recensión del recomendado libro La expansión territorial de los Estados Unidos a expensas de España y de los países latinoamericanos de Ramiro Guerra y Sánchez.(18) Selser era autodidacta de toda la vida y no entendía que pudieran existir alumnos adultos aprendiendo lo que fuera su vocación a partir de exigencias de terceros.

La época que vivió Selser en México fue la de los regímenes de terror en el Cono Sur y su repliegue en los ochentas; la Guerra de las Malvinas; la “crisis de la deuda” latinoamericana y la aplicación de los planes radicales de concentración de riqueza llamados “planes de ajuste estructural” y “neoliberalismo”; las muertes de Torrijos y Roldós y el primer “Documento de Santa Fe; “el “Caracazo”; la Revolución Sandinista y la guerra en Centroamérica de finales de los setenta y toda la década de los ochenta (más de 300 mil muertos); la guerra “secreta” de Reagan contra Nicaragua y el “Irangate”; la invasión de Granada; cocadólares y García Meza en Bolivia; el Tratado Torrijos-Carter y la invasión a Panamá; la victoria de Aristide en Haití y su consiguiente desestabilización; la derrota electoral sandinista; el director de la CIA a la presidencia (Bush); la Guerra del Golfo Pérsico; el desmantelamiento del bloque soviético; el acercamiento ansioso de la disidencia clasemediera intelectual latinoamericana al poder. Son algunos de los temas sobre los que Selser escribió.

Para Selser Latinoamérica era un subcontinente saqueado y menoscabado a través de su historia por el imperialismo, las oligarquías, los militares y la iglesia católica, por las conductas entreguistas, cipayas, obsequiosas y sumisas, por la dependencia neocolonizada, intelectual y psicológicamente. Consideraba que si América Latina no resolvía de alguna manera su relación con Estados Unidos, “en función de objetivos nacionalistas, autonomistas, de soberanía nacional y al propio tiempo de integración” resultaría “condenada a la dependencia”. (19) Selser sabía muy bien, sin embargo, que no había para nada correlación entre nacionalismo, autonomismo, soberanía nacional e integración —todos estos atributos aplicables lo mismo a Estados Unidos que al Haití de Henri Christophe— y ser de izquierda o socialista.

En casi toda la obra de Selser está entrelazado un análisis permanente y minucioso de los medios masivos de comunicación, particularmente de las agencias de noticias y la prensa; una crítica fulminante a los medios contrademocráticos, manipulativos, serviles, autocensurados, al servicio del poder, la mentira, tema al que dedicó parte considerable de sus trabajos. Aquí la labor y la obra de Selser en América Latina sólo es comparable con la de Noam Chomsky y I.F. Stone en Estados Unidos. Conoció a ambos.

Las verdades que destapaba y denunciaba, rigurosamente documentadas, en libros y artículos, provocaban polémicas en América Latina, Estados Unidos e, incluso, en Alemania Federal. Al igual que sus notas periodísticas, sus libros eran aplaudidos y satanizados, así como atesorados(20) o incautados, e incluso llegaron a ser “desaparecidos” o quemados por orden gubernamental. La recepción e impacto inmediato y mediato de varios libros de Selser bien merecerían cada uno un estudio aparte. No sólo en el caso obvio de los libros sobre Sandino, sino en el de otros, por ejemplo, Honduras, república alquilada o El rapto de Panamá, incinerado por orden del gobierno panameño, y que enfureció asimismo a los nacionalistas panameños, porque Selser había osado afirmar que Estados Unidos había inventado el país para hacerse de un canal, o también Espionaje en América Latina sobre la sociología latinoamericana al servicio del Pentágono, los planes “Camelot” y “Simpático”.

Hace apenas diez años de la muerte de Selser, muy poco tiempo para poder precisar la importancia y el impacto de su obra a largo plazo. Además, sigue publicando libros y casi toda su obra periodística del destierro, 1976-1991, ya está almacenada en discos compactos para ser estudiada. Por publicar quedan al menos cuatro libros y, por almacenar magnéticamente, su obra periodística de la época argentina completa. Marta Ventura lleva una década ya dedicada a esos proyectos. En la medida en que la obra completa de Selser sea consultable —la mayoría de sus más de 40 libros son inconseguibles— habrá una nueva valoración. Cuando esto ocurra, es muy probable que Selser ocupe un lugar singular en la historia latinoamericana de las ideas y del periodismo del siglo XX. No es comparable con nadie en América Latina, pero su trascendencia no será menor a la de Mariátegui o Martí.

Referencias:

(1) Instituto Nacional de Cancerología en México, institución pública especializada y reconocida donde, por insuficiencia de infraestructura y de personal, la demanda es regulada mediante la añeja práctica de la entrega diaria de un número limitado de fichas, para cuya obtención es necesario hacer cola sumisamente al amanecer. Después los pacientes deben aceptar estoicamente ante cada consulta agendada larguísimos y tortuosos periodos en sala de espera sentados en filas, una situación degradante que acelera el deterioro del estado anímico y de salud del paciente. En esa sala Selser leía, no sólo por hábito, sino para no ver y deprimirse más. El hecho generalizado de las colas y fichas —tan naturales e inherentes a la vida mexicana como la luz solar— no sólo es resultado de la rentable insuficiencia intencional y estructural de servicios públicos y privados, sino que es idónea como refuerzo en una sociedad autoritaria-servil para la domesticación permanente de la población en la obediencia, en la sumisión agradecida respetuosa del poder, en el pago de sacrificios, en la consciencia del siervo de que no tiene derechos, porque en la práctica el citoyen no existe y no deberá existir.

(2) Entrevista de Claudia Selser a su padre, México, D.F., septiembre de 1989, conservada en grabación magnetofónica.

(3) Para recordar véase la excelente reedición: Émile Zola, Yo acuso: la verdad en marcha, Barcelona, Anagrama, Colección Fábula No. 87, 1998. Incluye como separata la reproducción del “J’Accuse”, publicado en L’Aurore el 13 de enero de 1898.

(4) Claudia Selser, “Gregorio Selser: me hubiera gustado ser poeta o director de orquesta”, El Gallo Ilustrado, suplemento dominical de El Día, México, D.F., 23 de agosto de 1992, p.4.

(5) Ibid., p. 3.

(6) La biblioteca de Buenos Aires fue donada por Selser a la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO), a condición de que ésta la rescatara de la “guerra sucia” de la dictadura argentina y la trasladara a su sede en México, donde se encuentra hasta hoy, aunque todavía no totalmente clasificada. Una parte sigue embalada. FLACSO (sedes México, Costa Rica y Argentina) participaron, con el apoyo del gobierno mexicano, en el registro y traslado (1979-1981) no sólo de la biblioteca, sino de la hemeroteca completa y de los originales mecanografiados de la obra argentina de Selser, todos declarados por la dictadura, propiedad del Estado argentino. La biblioteca creada en el destierro, la “Biblioteca Gregorio Selser”, está ubicada en la Secretaría de Relaciones Exteriores en su sede de Tlatelolco, México, D.F.

(7) [La hemeroteca que aquí menciona Hasam es precisamente lo que ahora constituye el Fondo A del Archivo Gregorio y Marta Selser].

(8) Mauricio Ciechanower, Entrevistas/entrevidas, “Gregorio Selser: entre Hitler y Reagan”, México, D.F., Ediciones Gernika, 1988, p. 122.

(9) Por el destino que tejen las moirai para los seres humanos, durante el fascismo que sobrevendría, Frank iría al destierro estadunidense y su hijo, André Gunder, congruente con la tradición de pensamiento crítico autónomo, desterrado de Estados Unidos en los 60 y de Chile en 1973, sería una de las figuras más importantes y controvertidas de las ciencias sociales en y de América Latina.

(10) Véase: Gregorio Selser, “Sandino, general de hombres libres: pequeña biografía de un libro, 35 años después”, texto completo en El Gallo Ilustrado, suplemento dominical del El Día, 8 de septiembre de 1991, pp. 6-7.

(11) Germán Gaitán, hijo del embajador nicaragüense en Buenos Aires, quien se hizo amigo vitalicio de Selser y le apoyó con abundante material desde Nicaragua para la elaboración de la versión ampliada, se llevó oculto el Sandino cuando volvió a Nicaragua, donde lo reprodujo en mimeógrafo, costándole el encarcelamiento. Fue el Sandino mimeografiado el que llevaban en sobaquera y leerían Carlos Fonseca y los futuros fundadores del Frente Sandinista de Liberación Nacional. Hasta hoy, el Sandino no ha sido publicado en Nicaragua. En 1990 Editorial Vanguardia milagrosamente alcanzó imprimir sólo la mitad: el tomo I. [En 2004, tras la muerte de Selser y la redacción de este texto, Aldilà Editor, bajo la dirección de Aldo Díaz Lacayo, editó en un solo volumen, de 800 páginas, la versión ampliada del Sandino.]

(12) Cronología de las intervenciones extranjeras en América Latina, (Tomo I: 1776-1848; Tomo II: 1849-1898; Tomo III: 1899-1945; Tomo IV: 1946-1989), México, D.F., Universidad Autónoma Metropolitana — Azcapotzalco, Universidad Nacional Autónoma de México (Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades), Universidad Obrera de México. De esta obra póstuma, han aparecido el tomo I (1994), el tomo II (1997) y el tomo III (2001); el tomo IV está siendo revisado por John Saxe-Fernández.

(13) Para una apreciación autobiográfica de Selser, y su visión de La Prensa y Gaínza Paz véase: Gregorio Selser, “Cuando no se puede ser sino periodista”, Nueva Sociedad, No. 100, marzo-abril de 1989, Caracas, pp. 152-158.

(14) En el continente americano religión y militarismo constituyen los dos instrumentos complementarios de avasallamiento y exterminio históricos. En América Latina militares e iglesia católica constituyen las dos tenazas de una misma pinza; de la dictatorialización. Son las dos instancias complementarias cuyo oficio es la conquista física y psíquica del rebaño humano o grey (grex=hato de ganado) para asegurar su sumisión y control por los portadores de cetros; garantizan la perpetuación de la sociedad autoritaria-servil. Toda sociedad autoritaria es servil y toda sociedad servil es autoritaria. Lo mismo vale para las personas.

(15) Naturalmente, exentos del artículo 33 están todos los inmiscuidos que sean aduladores, apologetas y colaboracionistas del gobierno mexicano, así como los amos imperiales y sus instancias operativas.

(16) “Murió Gregorio Selser. Carta Póstuma”, La Jornada, México, D.F., 28 de agosto de 1991, primera plana y p. 5.

(17) North American Free Trade Agreement (NAFTA). El gobierno mexicano habló en español de un Tratado de Libre Comercio (TLC), término que acuñó e impuso a absolutamente todos al interior del país (analistas, investigadores, periodistas y todo el “pasianaje”), mientras que empleaba NAFTA cuando hablaba en inglés. La prensa internacional hispanoparlante vivió confusión con relación a esto. Nunca sabía cómo llamar correctamente esa cosa. Ya Selser en repetidas ocasiones había comprobado que en las relaciones entre Estados Unidos y América Latina, cuando se trata de reportes, informes, tratados y acuerdos que deberán ser divulgados en la lengua de los súbditos, el español, aquéllos no necesariamente concuerdan con los textos originales y rectores, que siempre están en inglés, of course. Las traducciones son políticas más que precisas. Por eso Selser tuvo que dedicar muchos artículos y varios libros a casos concretos para denunciar esta triquiñuela (perpetrada por los gobiernos latinoamericanos o el estadunidense). Sus trabajos siempre incluían una nueva traducción profesional, completa, precisa y comentada del texto sospechoso. Ver, por ejemplo, su libro El Informe Kissinger ‘contra’ Centroamérica o Los cuatro viajes de Cristóbal Rockefeller.

(18) Selser siempre abogó inútilmente a favor de la reedición de este agotadísimo libro de Ramiro Guerra y del de Isidro Fabela, Estados Unidos contra la libertad.

(19) Ciechanower, op. cit., p. 127.

(20) J. Hernández, editor en Buenos Aires de varios libros de Selser, incluyendo La CIA en Bolivia, construyó un muro falso de ladrillo para salvar los libros de Selser y de algunos otros autores durante la dictadura de Videla.

¿Qué es el CAMeNA?

El Centro Académico de la Memoria de Nuestra América es un centro de reflexión, debate y difusión de la memoria y conocimiento de América Latina, El Caribe y Estados Unidos que forma parte del Colegio de Humanidades y Ciencias Sociales de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México. Constituido como área en 2007, primero bajo la denominación Archivo Gregorio y Marta Selser, el CAMeNA tiene como eje principal el acervo documental que coleccionó y organizó el periodista argentino Gregorio Selser, apoyado y acompañado por su esposa, Marta Ventura.

De esta menera, y partiendo tanto de las características y temáticas del trabajo de Selser, así como de la idea martiana de Nuestra América, el trabajo y temáticas del CAMeNA giran alrededor de los sucesos políticos de América Latina y Estados Unidos durante el siglo XX, particularmente en la segunda mitad de éste.

El programa de trabajo del CAMeNA parte del concepto Memoria abierta; archivo vivo. Desde esa idea, el rescate de la memoria se hace en torno a tres ejes: resguardo, difusión y producción. Los diversos proyectos se insertan en uno u otro eje de acuerdo con su naturaleza fundamental, aunque en algunos casos se cruza más de un eje.

El proyecto también contempla la visión “el pasado desde el presente y para el futuro…”, y es con esa proyección en mente que el trabajo de Selser es considerado un punto de partida para la reflexión y generación de pensamiento crítico, no sólo en torno a la historia, sino también en relación con las problemáticas actuales de la región latinoamericana.

Fuente: http://introfilosofia.wordpress.com

Aquí puede encontrarse la entrevista realizada por el periodista Mario Casasús a las encargadas de cautelar, acrecentar y difundir los contenidos del Archivo Gregorio y Marta Selser, que se encuentra en la Universidad Autónoma de Ciudad de México.

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