Una maldición acecha a hidroeléctricas amazónicas
«Quizás sea la maldición de Rondônia», ironizó Ari Ott, al referirse a los problemas de arranque sufridos por la primera turbina de la Central Hidroeléctrica de Santo Antônio, con la que se quería poner en marcha en Brasil el nuevo ciclo de grandes proyectos energéticos amazónicos. El gigantesco aparato, hecho para generar 71,6 megavatios, se calentó demasiado en las pruebas iniciales en diciembre, exigiendo reparos que retrasaron por lo menos tres meses el inicio de sus operaciones, ahora anunciado para fines de marzo.
El profesor Ott, de la Universidad Federal de Rondônia, dijo que esos problemas eran «un mal agüero» para las 44 turbinas a instalarse a lo largo de cuatro años en el complejo sobre el río Madeira a cargo del consorcio Santo Antônio Energia, conformado por las firmas Odebrecht, Andrade Gutiérrez y otros inversionistas.
Precisamente, el uso de turbinas del tipo bulbo y alta potencia es una innovación en ríos amazónicos, adecuada a la baja declinación y flujo intenso del Madeira. En Santo Antônio, las aguas caerán desde solo 13,9 metros.
La duda de Ott es si esas máquinas soportarán los abundantes sedimentos de este río, que es «joven, de lecho aún indefinido», y que arrastra gran cantidad de árboles en sus aguas.
«Cuando me bañaba cerca de la cascada Santo Antônio, llevaba días librarme del polvo fino que penetra en los poros», realzó Ott, un médico y antropólogo de evidente ascendencia alemana y testigo de las transformaciones que vivió Rondônia en las tres últimas décadas.
Es prácticamente imposible que los responsables de una obra que requiere casi 9.000 millones de dólares de inversión cometan tal falla técnica y la repitan en otro proyecto similar como es la hidroeléctrica de Jirau, en construcción 110 kilómetros hacia el sudoeste en el mismo Madeira. Ambas se basaron en estudios sedimentarios, aunque cuestionados por ambientalistas.
Pero la «maldición de Rondônia», que condenaría al fracaso los grandes proyectos locales, proviene de los orígenes de ese estado de la Amazonia, en el noroeste de Brasil, explicó.
Porto Velho, la capital estadual, nació de un campamento de trabajadores que construyeron, entre 1907 y 1912, el Ferrocarril Madeira-Mamoré, para transportar el látex, la materia prima del caucho natural extraída de las «seringueiras» (Hevea brasiliensis, árboles nativos y dispersos), y cuya exportación hacía prosperar la Amazonia de Brasil y de Bolivia.
La vía natural de salida de estas actividades era el extenso río Madeira, que desemboca en el Amazonas para luego llegar al océano Atlántico.
La cuenca superior del Madeira abarca el centro y norte de Bolivia, el sudeste de Perú y el oeste de Brasil. Pero tiene un tramo no navegable, arriba de Porto Velho hasta Guajará-mirim, por lo cual se instaló esta línea férrea de 366 kilómetros de largo, entre bosques y pantanos.
Con su construcción se cumplió un tratado firmado con Bolivia en 1903, compensando a ese país por el territorio conquistado por brasileños en el pasado y que originó el estado de Acre. Pero esa gigantesca obra, máxime para la época, costó miles de vidas de trabajadores venidos de todos los continentes, principalmente de las Antillas colonizadas por los británicos. Las enfermedades tropicales, como el paludismo y beriberi, diezmaron esa mano de obra, matando o incapacitando temporalmente a la mayoría pocos meses después de llegar, obligando al reemplazo constante.
La tragedia incluyó una crueldad histórica. El ferrocarril se inauguró cuando empezaba la decadencia del caucho amazónico ante los bajos precios de la producción asiática, más competitiva y en rápida expansión, gracias a los monocultivos de la «seringueira» a partir de plantones llevados por los británicos de Brasil a Malasia.
Sin viabilidad económica, el ferrocarril sufrió interrupciones en su puesta en marcha, conflictos con los exportadores y el abandono en 1931 por parte de la concesionaria Madeira-Mamoré Railway de capitales estadounidenses y europeos. Continuó, de modo intermitente, finalmente hasta 1972 gracias a los esfuerzos del gobierno de Brasil.
Algo similar ocurrió con la implantación de 1.786 kilómetros de línea telegráfica hasta Porto Velho, otra epopeya liderada por el entonces comandante Cándido Rondon, un héroe nacional posteriormente elevado a Mariscal del ejército y homenajeado con el nombre del estado de Rondônia.
Sus expediciones sufrieron, además del paludismo y otras enfermedades, numerosos ataques de indígenas. Su actitud de nunca contraatacar, sino de buscar el contacto pacífico, inspiró la política de protección a los pueblos aborígenes en Brasil.
Pero cuando Rondon llegó con sus cables a Porto Velho en 1914, ya se había inventado el telégrafo inalámbrico, recordó Ott. Así, los trabajadores que tendieron la línea y operaban los puestos telegráficos «quedaron abandonados a su suerte por décadas, sobreviviendo «a la manera indígena», de la caza y de la pesca, acotó.
Sin embargo, la línea no fue una obra inútil, porque el sistema inalámbrico no resultó eficaz en el clima amazónico, contrarrestó Carlos Muller, un periodista que investigó la historia de las telecomunicaciones brasileñas para su doctorado.
Muller explicó que, además, preparó la ruta por donde, cinco décadas después, avanzaría la carretera que conectó Rondônia con el centro del Brasil.
Pero esa misma carretera, la BR-364, se convirtió en eje de la expansión agrícola a partir de los años 70, con el consecuente incremento de la deforestación, de los conflictos por el acaparamiento de haciendas, de la emigración desordenada, la matanza de indígenas y de la invasión de sus tierras ancestrales, especialmente en Rondônia.
Ese proceso se agravó en los años 80 al pavimentarse la carretera, un ejemplo destacado de los proyectos desastrosos financiados por el Banco Mundial, que se intentó corregir en las décadas siguientes con el Plan Agropecuario y Forestal de Rondônia, con objetivos ambientales.
La central hidroeléctrica de Samuel, construida entre 1982 y 1989 en el río Jamari, afluente del Madeira, es otra obra maldecida como un desastre ecológico. Inundó 540 kilómetros cuadrados para generar 216 megavatios. A modo de ejemplo comparativo: Santo Antônio inundará 35 por ciento menos y tendrá una capacidad de generación 14,5 veces mayor.
Los «garimpos» (minería informal) de oro y casiterita también tuvieron una intensa actividad, que dejaron más llagas sociales y ambientales que beneficios en muchos lugares del estado.
Como profesor, Ott estudia y orienta investigaciones universitarias sobre los impactos de la invasión de Rondônia en la salud de los indígenas, ya en el tercer ciclo.
Después de enfermedades contagiosas, como sarampión y varicela, vinieron las «modernas» como cáncer, diabetes, cardiológicas y el síndrome de inmunodeficiencia adquirida (sida) y, ahora, las «patologías sociales», como homicidios frecuentes, alcoholismo y violencia doméstica, «antes impensables en las aldeas indígenas», señaló.
El estupro, ahora común, no existía en una cultura en que el varón «era un caballero» en los ritos sexuales, dejándole a la mujer la iniciativa de decidir el momento de la penetración, destacó el médico antropólogo.
Ott se venga de la actual invasión de las centrales hidroeléctricas, poniendo énfasis en los retrocesos que debe hacer la empresa en las negociaciones con los indígenas afectados indirectamente.
El grupo Karitiana, que «vive bien» en su reserva a 90 kilómetros de Porto Velho, se dio cuenta de que Santo Antônio Energía, el consorcio que construye la central, ofrecía compensaciones a cada aldea. Ante esa evidencia, triplicaron sus aldeas y obtuvieron más camionetas que las previstas inicialmente.
*Periodista de IPS