Uruguay, rumbo hacia la polarización política
Las elecciones departamentales en Uruguay arrojaron resultados concretos sobre las intendencias y municipios, pero políticamente han confirmado la tendencia de un panorama que se venía macerando desde hace varios años: la polarización política.
El sistema capitalista transita otra crisis, ello no implica su final, sino que entra en otro régimen de acumulación. Las clases populares son las que más sufren las consecuencias de la propia crisis del capitalismo y de la transición hacia otro régimen de acumulación que también los explotará.
Los síntomas de hastío se están manifestando en distintos puntos del globo y a través de distintas formas de expresión: Colombia, Chile, Hong Kong, los chalecos amarillos en Francia, Haití y más.
La polarización no sólo se puede visualizar en conflictos donde la tensión en la lucha de clases es alta, como los ejemplos nombrados anteriormente, sino que también se expresa en lo discursivo y en lo simbólico. Uno de los casos más claros es “la grieta” en Argentina. Dos bandos irreconciliables que se atribuyen los unos a los otros el derrotero negativo de su país.
Viejas grietas
Si nos retrotraemos a la historia de Uruguay, la política se forjó al calor de las luchas de lanzas y facones entre las divisas blancas y coloradas que luego darían nombre a los tradicionales partidos Nacional y Colorado respectivamente. Allí “la grieta” trataba de vida o muerte y hasta el día de hoy existen blancos y colorados que ni siquiera pueden votar a uno u otro partido.
En 1971 se creó la coalición de centroizquierda Frente Amplio y allí el país pasó a tener un sistema tripartito de partidos pero la grieta pasó a tener otro eje, izquierdas y derechas u oligarquía versus pueblo. Estos dos ejes son los que han transversalizado la política uruguaya hasta el día de hoy, por más que desde tiendas de la derecha se la haya querido ocultar.
La derecha califica como categorías antiguas, setentosas a toda idea que provenga desde la izquierda, mientras ellos “gobiernan para todos los uruguayos” y no quieren generar divisiones. Una vieja artimaña, más vieja que los años setenta, donde la oligarquía pretende borrar las desigualdades que existen de manera discursiva para seguir perpetrándolas de hecho.
El sistema político-partidario en 2019 parió una nueva formación que, en apariencia, aporta a una mayor pluralidad para los electores y por ende profundiza la democracia, pero no es así. El surgimiento del partido de ultraderecha Cabildo Abierto es eso, el (re)surgimiento a la superficie de una (ultra)derecha social que estaba latente.
El abanico no se amplió, quizá una opción más para el electorado, pero si se piensa en términos de bloques sociales, es un componente que vino a darle estructura y solidez a una ultraderecha desperdigada por los partidos tradicionales e incluso fuera del sistema político-partidario.
La novedad que plantea Cabildo Abierto, que no es exclusividad suya, es que se ha corrido el eje discursivo y el límite de lo permitido hacia las derechas. Esto se conjuga con una radicalidad de las derechas escudadas detrás de lo “políticamente incorrecto” y ciertas izquierdas conciliadoras que se han corrido hacia el centro y eso siempre lo resumen a su favor las derechas.
La demonización de determinados actores sociales y políticos es un arma predilecta de las derechas. Los sindicalistas, docentes, periodistas, estudiantes y cualquier grupo que se organice para al menos cuestionar el statu quo, son blanco predilecto de los grupos concentrados de poder.
El revisionismo histórico también es otra herramienta que las derechas utilizan y abonan a este clima de polarización y que rompen determinados esquemas de la pacata sociedad uruguaya. Por ejemplo lo que respecta a los derechos humanos, desaparecidos en dictadura, minorías históricamente oprimidas, feminismos, entre otros.
E incluso la crisis del 2002, la mayor crisis económico-social del Uruguay, ha sido puesta en discusión queriendo expiar de culpas a los responsables de la época, que incluso, hoy en día algunos están nuevamente en cargos importantes de gobierno.
Los polos
Las elecciones municipales pasadas confirmaron lo que se inauguró en las elecciones nacionales de 2019. Las derechas por separadas no pueden derrotar al Frente Amplio en elecciones. Algo similar a lo que motivó a la creación del Frente Amplio en 1971. Si las izquierdas no se unían, la victoria no iba a ser posible.
Las elecciones del 2024 serán entre dos bloques bien definidos, lo que hoy se denomina como la Coalición Multicolor y el centroizquierdista Frente Amplio. El 2024 suena lejano, pero no es así.
Primero, en diciembre asumen las nuevas autoridades municipales. En 2021 el Frente Amplio tiene su congreso donde se va reorganizar por primera vez luego de quince años de gobierno y siendo oposición. Además de esto, organizar la resistencia contra este gobierno neoliberal que, luego de la votación del presupuesto quinquenal, va a desplegar todo su arsenal neoliberal.
El terreno político, y el proceso electoral 2019-2020 lo ha demostrado, no deja lugar para los conciliadores, los continuistas, los tibios, los acríticos y los moderados. Porque la derecha no va a titubear en avanzar posiciones para seguir manteniendo su proyecto y los grandes capitales no van a ceder para aumentar su tasa de ganancia a pesar de la crisis.
En caso que los moderados avancen dentro del campo popular (que es también un avance de la derecha en términos generales), los condenados de la tierra, los que sobran, los naides otra vez serán rezagados en la fila de la historia, quien sabe por cuántos años más.
* Licenciado en Psicología, Universidad de la República, Uruguay. Miembro de la Red Internacional de Cátedras, Instituciones y Personalidades sobre el estudio de la Deuda Pública (RICDP). Analista asociado al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la) |