Veinte años: Panamá y la memoria

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Héctor Endara Hill.*

Ahora resulta que nadie pidió la invasión, que nadie la quería, que era un mal necesario, que no había alternativa, que era parte del destino, que tuvimos que aceptarla, que no teníamos opción… Estas y otras estupideces son las más repetidas en los medios masivos por los mismos que clamaban a grito la intervención militar norteamericana en Panamá. Quitando toda la basura, encontraremos a los múltiples responsables de la barbarie, de la destrucción, del saqueo de panameños y del salvaje saqueo, o botín de guerra, que se llevaron los estadounidenses.

Noriega y su gente están en el mismo nivel de responsabilidad que la falsa oposición. Los “civilistas” de la “cruzada” concentraron sus esfuerzos en sacar de las calles las movilizaciones populares espontáneas que se sucedían diariamente contra la dictadura. Desde la Cámara de Comercio se tiró la línea para encajonar las movilizaciones en el área bancaria y la calle cincuenta. No más movilizaciones por las calles y barrios en donde viven los sectores populares. El sindicalismo amarillista, siempre dispuesto a servir a los sectores patronales, obedecía los mandatos emanados de la “Cruzada Civilista”, que por supuesto, contaba con el apoyo incondicional de los encopetados del poder religioso.

Ya nadie habla de las reuniones de la Cruzada Civilista en la Cámara de Comercio, de los pañuelitos blancos agitándose para recibir las delegaciones norteamericanas; nadie habla de las llamadas y visitas de la falsa oposición a la embajada gringa de la Avenida Balboa.

La barbarie y el horror de la invasión del 20 de diciembre de 1989 (una de tantas intervenciones militares norteamericanas en Panamá) fue planificada con alevosía, saña y ventaja por propios y extraños… Los lavados de manos que ahora se realizan en los medios de comunicación son parte de la ideología dominante para reforzar los argumentos intervencionistas y entreguistas de siempre.

¡Bases no!

Los anuncios gubernamentales y las serias denuncias realizadas sobre la nueva oleada de instalación de bases militares gringas en Panamá constituye una prueba contundente del interés mancomunado entre los intereses hegemónicos militares, económicos y políticos del gobierno de USA y los gobernantes panameños.

La vocación de servilismo y entreguismo no sólo está arraigada de manera profunda entre los sectores de la oligarquía y la plutocracia panameña, si no que, es parte consustancial de su estirpe. Ha sido una constante, aquí y en otros países, que los sectores pudientes coloquen su bandera del lado por donde sopla el dinero y sus privilegios se vean consolidados.

La invasión del 20 de diciembre no surgió de la nada, ni por arte de magia, o como responsabilidad única de la dictadura de Noriega y su gente. El atropello y la masacre del 20 de diciembre obedece al querer de la primera prepotencia mundial y al llamado, a gritos, realizado por panameñas y panameños gringeros, convencidos de que, allá todo es mejor; que los Estados Unidos de Norteamérica son la cuna de la democracia; que lo de ellos, lo de los gringos, si vale.

Maldito complejo de inferioridad que reina gracias al sistemático bombardeo de Hollywood y las sopotocientas herramientas del sistema que van amamantando y moldeando, desde muy pequeños, las mentes y los corazones de los latinoamericanos. La gente que vivimos en países que los gobiernos gringos siempre han considerado su patio trasero, vivimos con el enemigo adentro. Adentro del país y adentro de la conciencia. El que no está vigilia permanente corre el riesgo permanente que la maleza gringera mate la bondad, la sabiduría, la solidaridad, la humildad y todo tipo de valores humanos, hasta convertirnos en gente del sistema. La gente que siempre apoya los poderes, vengan de donde vengan o estén en donde estén.

¿Cuál de los gobiernos en Panamá no ha tendido como su único dios verdadero y su ungido protector al amo del norte? ¿No fue el mismo Noriega, su Estado Mayor y todo su proceso de dictadura militar obra y gracia de las políticas y de los negociados gringos en Panamá? ¿A caso, antes y después de la invasión, no desfilaban ante la embajada norteamericana en Panamá los “independientes” y dueños de partidos, aspirantes a participar y ganar las elecciones en el país?

La maldición de malinche sigue presente entre los panameños.

Se nos quedó el maleficio
de brindar al extranjero nuestra fe,
nuestra cultura nuestro pan,
nuestro dinero.

Tú, hipócrita que te muestras
humilde ante el extranjero
pero te vuelves soberbio
con tus hermanos del pueblo.

¡Oh, Maldición de Malinche!
¡Enfermedad del presente!
¿Cuándo dejarás mi tierra?
¿Cuándo harás libre a mi gente?

* Del Colectivo Panamá Profundo
www.panamaprofundo.org

Addenda

Escribió, también en Panamá Profunfo, Raúl Leis:

"La aguja del sismógrafo del Instituto de Geociencias de la Universidad de Panamá fue exacta, marcó con precisión la detonación de la primera bomba: 12 horas, 46 minutos y 40.3 segundos del 20 de diciembre de 1989. En los 47 minutos siguientes se registraron 67 bombas más. El delicado instrumento le siguió el rastro a las explosiones por 13 horas hasta que quedó averiado.

"El saldo en ese tiempo –sólo en el perímetro de la ciudad de Panamá– fue de 442 bombas. Una bomba cada dos minutos como promedio. Pero el sismógrafo no pudo registrar las explosiones en otras partes del país. No captó el vuelo rasante y silencioso del ultramoderno y antirradar avión Stealth tronando contra Río Hato a 100 kilómetros de la ciudad. Ni los misiles contra un multifamiliar popular, situado en el centro de la poblada ciudad de Colón, a 80 km al norte.

"Tampoco midió la metralla ni registró la muerte ni el dolor humano. El aparato no pudo recoger las palabras del poeta Héctor Collado atrapado entre las 15 mil personas –40% menores de edad, y muchos de la tercera edad– que habitaban las cuatro mil unidades de viviendas en forma de barracas ruinosas y cuartos hacinados, del barrio de El Chorrillo:

"’La historia cesó de golpe. Un bombardeo inmisericorde, sin previo aviso, cayó del cielo como un castigo. Las viejas se persignaron con los dedos untados de incredulidad. Justos y pecadores medidos con la misma vara de la intervención…’

"¿Los muertos cuántos son, dónde están…?"

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