Venezuela: La libertad del egoísta

La economía política que está detrás de la confrontación sociopolítica nos permite explicar algunos hechos en nuestra historia reciente.
A finales de 2001, el paro promovido por los empresarios tuvo emblema mediático en una escena de TV donde el gremio de los ganaderos rompía la Gaceta Oficial que contenía la Ley de Tierras.  Los grandes propietarios sentían afectados sus intereses porque la ley les exigía demostrar la propiedad histórica de las tierras. Desde  la independencia ha sido una práctica privatizar las tierras públicas y apropiarse, a sangre y fuego, de las ajenas. Los terratenientes se unieron en coro con los empresarios para gritar al unísono que se les estaba cercenando sus derechos, y se lanzaron en una cruzada para defender la “libertad”.
El latifundio es uno de los problemas estructurales que afecta a muchos países de América Latina, y que explica, en parte,  no sólo las limitaciones en la producción interna, sino las profundas desigualdades sociales expresadas en la pobreza del campesino, el atraso de amplias regiones del interior, y los desequilibrios provocados por la concentración poblacional en las grandes ciudades.  
También el latifundio acompaña la historia de violencia. En algunas ciudades y pueblos del interior de Venezuela, a finales del siglo XIX, los grandes terratenientes y sus familiares, eran enterrados en las iglesias, mientras que el campo estaba sembrado de cuerpos de campesinos que, como trofeos de cacerías, eran ejecutados por la mano visible de algún terrateniente.  
Bolívar prometió distribuir tierras, pero esta promesa fue traicionada por los que ese momento vieron que apropiarse tanto de las tierras abandonadas como de las tierras de la nación, era una forma de acumulación originaria. Zamora prometió tierras, y ya sabemos que una bala lo detuvo; la democracia burguesa consintió al latifundio y nunca cumplió con la reforma agraria.
Los grandes propietarios piden “libertad” para continuar disfrutando de sus  “derechos de propiedad”. Denuncian la inseguridad personal y jurídica, pero omiten que, en los últimos años, han sido asesinados  213 campesinos, miembros de un movimiento organizado que ha decidido defender sus derechos, rompiendo con el silencio histórico. El viernes 11 fue abaleado otro dirigente campesino. La palabra libertad no puede estar manchada de la sangre del pueblo.

José Félix Rivas, economista

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