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Lo intenté y no pude. Es mi responsabilidad, única e intransferible, después de todo el esfuerzo empeñado y los fructíferos años transcurridos en el telar de esas palabras que escuché en la temprana infancia, con curiosidad y algo de rubor, de mi abuela gallega, de mi padre y de mis tías, fala femenina y terrestre, nacida de la conciencia humana de los cuatro elementos, como formadores del mundo y hacedores del lenguaje desde las entrañas de la mujer y desde la garganta del hombre.

Traté de salvar de la muerte la biblioteca de estudios gallegos que acopié, con fruición de anticuario, durante los once años de funcionamiento del programa de lengua y cultura gallega, en el Instituto de Estudios Avanzados de la Universidad de Santiago de Chile, entre 1999 y 2009.Sochantre

Ayer, 13 de enero, en una destartalada camioneta Chevrolet, cargamos las treinta y nueve cajas, rumbo a un matadero de libros, donde no hay cuchillos ni se derrama sangre; apenas unas trituradoras de papel que emiten ruido sordo y persistente, como enormes mandíbulas de saurios ávidos de celulosa, sea esta fresca o añeja, que ciega es el hambre.

No fui capaz de revisar el inventario de los libros. ¿Para qué? Hubiese sido como desgranar nombres de una lista, no del rescatador Schindler, sino del genocida Eichmann. Pero rescaté los cuatro tomos de las obras de Álvaro Cunqueiro, editadas por Galaxia.

En las Crónicas del Sochantre, asomaron, sin buscarlas yo, estas palabras:
«E as chamas que queiman o carballo viril e teste, nada poden contra estas memorias transeúntes, de fíos que non se sabe de que novelo veñen, nin quen tece con eles».

Para los tantos y tantas no gallegos, traduzco:
«Y las llamas que queman el roble viril y enhiesto, nada pueden contra estas memorias transeúntes, de hilos que no se sabe de qué ovillo vienen ni quién teje con ellos».

Es tarde. Releer las historias del Sochantre, en lengua gallega, resulta un agasajo exquisito e inalienable.

Hay un hondo silencio que me deja oír, como un chasquido, el murmullo del papel al dar vuelta la última página.

Es muy tarde.

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