Vuelta de tuerca: – ALIENÍGENA EN CENTRO CULTURAL CHILENO

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

Entre las 200 piezas de arte precolombino mexicano que se exhiben en el Centro Cultural Palacio de La Moneda –hasta el 23 de julio de 2006–, hay una escultura que deja perplejo al visitante. No es la más grande –hay algunas de dimensiones colosales– ni la más antigua. Tiene aproximadamente ocho siglos, frente a otras que cargan una edasd de tres mil años. Pero es la más rara

Luce –como se aprecia en la imagen que a re esta nota– seis dedos en cada una de sus manos y pies, como los supuestos marcianos que perecieron al estrellarse a bordo de un ovni en Roswell, Arizona, EEUU, en julio de 1947. Y está sentada sobre el domo de un cohete de corta dimensión, bien asentadas sus plantas en estribos espaciales (lo que no se descubre a primera vista), mientras sus ojos, grandes y ligeramente oblicuos, hacen pensar inmediatamente en el rostro más repetido de extraterrestres dibujado por la ciencia-ficción.

Ninguna de estas observaciones, desde luego, están registradas en el catálogo oficial de la muestra, que sin embargo se autotitula: México, del cuerpo al cosmos, seguramente por distintas razones de las que inspiran esta crónica.

Seis dedos, ¿Y qué?

Rafael Sanzio, en pleno Renacimiento, pintó seis dedos en la mano derecha del Papa Sixto IV, en 1516, dentro del cuadro La Madonna de San Sixto, y ya había agregado un dedo más al pie izquierdo de San José, en 1504, en otra de sus obras, Los desposorios de la Virgen. No lo hacía por mero capricho, o por alguna razón oculta –dicen–, sino porque la tradición asociaba esa anomalía “con la capacidad para manejar un sexto sentido y de tener sueños proféticos”.

Distinto es el caso de esta escultura mexicana, aunque no es necesario ser extraterrestre para tener seis dedos, desde luego. En España, en la región castellana de Somosierra, abundan hasta hoy los individuos con seis dedos en las manos y seis en los pies, y hay un castizo apellido, que se escribe todo junto –Seisdedos–, que llevan muchísimas familias de origen hispano, incluso algunas establecidas en Chile.

Lo que hace sorprendente a la figura en cerámica de la cultura Pre-Tarasca de Michoacán que se exhibe junto a La Moneda, cuya data se remonta al período entre los años 900 y 1500 después de Cristo, no sólo son sus 24 uñas, sino lo que podría ser parte de una nave espacial de uso individual, como la que propulsó al atleta volador norteamericano en la inauguración de la Olimpíada de Los Ángeles, en 1984. Esa escena la vieron 1.500 millones de televidentes de todo el mundo.

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Respecto a los seis dedos de los tripulantes de la nave voladora “proveniente del cosmos”, que habrían muerto al impactar contra nuestro planeta, en el llamado Incidente Roswell (desierto de Arizona, verano boreal de 1947), las dudas y la polémica comenzaron desde el momento mismo en que se registró el hecho. No solo se discute si éste ocurrió realmente o no, sino que la pugna más encendida se da en torno a una supuesta autopsia que se habría practicado a los cadáveres de los ET, en un improvisado quirófano de la base militar estadounidense más cercana. El dedo “extra” es parte del debate.

¿Un filme trucho?

La controversia revivió en 1995, cuando la BBC de Londres descubrió en los archivos de un viejo camarógrafo militar norteamericano, una película que registra la necropsia practicada entonces en las cercanías de Roswell por dos cirujanos, sobre el cuerpo de un ser de 1,40 de estatura, con rasgos de humanoide, calvo, sin sexo y sin nariz (sólo dos agujeros para respirar), un cuello con dos estructuras esféricas a cada lado, y, por supuesto… seis dedos.

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La cinta original se proyectó por la BBC –que no cree en brujos–, únicamente para Inglaterra, el 1º de agosto de 1995. Y sólo después que la hubiera revisado un médico especialista, el Dr. C. M. Milroy, jefe del Departamento de Patología Forense de la Universidad de Sheffield, dos meses antes, el 2 de junio de ese mismo año.

Aparte del público británico, nadie volvió a ver completo el film. Los servicios secretos de una gran potencia occidental, que sistemáticamente bloquean cualquiera prueba medianamente aceptable sobre la existencia de seres inteligentes en otros planetas, inmediatamente fabricaron miles de «copias truchas» –denunció el diario Crónica de Buenos Aires–. Esta versión tergiversada fue distribuida mundialmente por una empresa española, y se vendió al público –en vídeo–, en Argentina y muchos otros países. En Chile se la incluyó en la programación de un canal de televisión abierta, varios años después, presentada como “auténtica” y “exclusiva”.

Ambas versiones trucadas fueron vistas por el autor de esta nota. Era claro el propósito de crear confusión, entre otras cosas, respecto al tema de los seis dedos. En la grabación, que debía corresponder a las técnicas de la primera mitad del siglo pasado, de pronto aparecía junto al quirófano un tipo de teléfono recién fabricado en los años 80, y el cuerpo del supuesto ET había sido reemplazado, en la mayoría de las escenas, por el de una mujer inglesa muerta del Mal de Turner (calva, enana, hinchada y lampiña), del que la sangre fluía a manantiales al menor toque del bisturí.

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En escenas sucesivas, se veían seis dedos en los pies, cinco en las manos, y luego, cinco en la extremidad inferior, y seis arriba, compaginado todo en el mayor desorden y muy mala iluminación, mezclando aparentemente tomas de las dos diferentes autopsias, para provocar la incertidumbre y el rechazo de los espectadores frente a una evidencia preocupante.

¿Moto espacial?

Más allá de las manos y los pies, el testimonio escultórico de los indios tarascas de la costa mexicana del Pacífico, que actualmente se exhibe junto a La Moneda, plantea serios interrogantes sobre la forma de desplazamiento de los probables ET cuando llegan –si es que llegan– a las proximidades de nuestros hogares.

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La figura que genera la duda representa a un reyezuelo aborigen (¿de qué planeta?) sentado en lo que aparenta ser su trono, y puesto dentro de una urna de cristal por los organizadores de la exhibición. Si uno examina la figura en cerámica –de menos de un metro de altura– por detrás, verá que su asiento no es un trono, sino un cilindro similar a los balones de gas de 5 kgs. del que salen dos barras, en cuyos extremos el real personaje apoya sus pies de seis dedos, como quien monta una moto de agua… Moto obviamente “espacial” en este caso.

Es decir, un vehículo individual autopropulsado (un “personal”), que incluso figura entre los proyectos de la NASA. Ideal para volar distancias cortas en el cosmos, a partir de una nave madre.

Lo inquietante es que en el México contemporáneo, e incluso en Chile, concretamente en Maipú, 1998, se han dado repetidos avistamientos de ovnis volando a baja altura, de los que descienden –como ángeles– unas azuladas criaturas de apariencia humana, que vuelan raudamente en sus mini-mini-jets, a veces sin dejar estela, y otras lanzando fuego hacia atrás como el mismísimo demonio.

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Los cosmonautas solitarios de México fueron filmados por el cineasta alemán y ufólogo creyente, Michael Haseman, luego de que sobre la capital azteca se registrara la presencia de verdaderas bandadas de objetos voladores no identificados, durante un eclipse de sol en 1991, y en medio de la visita del Papa Juan Pablo II, en 1999. La socióloga de la UNAM, Ana Luisa Cid, dirige un equipo interdisciplinario que examina las numerosas fotografías captadas entonces de los seres voladores en “moto propia” que descendieron de las naves, y parte de los materiales de su investigación pueden verse en Internet, en el sitio www.terra.com/ovnis.

¿Paracaidistas o querubines?

Es curioso que en Chile pocos recuerden un fenómeno semejante. Se dio en el verano de 1998, en dos ocasiones: 28 de enero y 14 de febrero, cuando se vio en el cielo, volando en correcta formación y de pie en el aire, pero desplazándose en forma horizontal, siete figuras de humanoides, que no colgaban de ningún paracaídas o parapente. Llamados entre los creyentes internacionales del fenómeno ovni, Los siete paracaidistas de Maipú (pese a que no lo eran, según los testigos), hay incluso vídeos de su celestial paso por Chile.

fotoPara acrecentar el misterio, los ufólogos aseguran que los seres voladores autopropulsados –como el mexicano– existen desde los tiempos de la Biblia. En el Antiguo Testamento, el profeta Ezequiel describió en las Escrituras (Ez. capítulo 10, versículos 10:9, 10:10 y 10:11) a “seres alados, ángeles o querubines” que se mantenían en el aire en forma independiente, junto a “un extraño artefacto” , también suspendido entre las nubes. Textualmente, anotó: “Junto a los seres alados vi cuatro ruedas que brillaban, y semejaban ser en ese momento una rueda dentro de otra rueda…”.

Si aquello era o no un disco volador está por dilucidarse. Al igual que si las “alas” de ángeles y querubines eran tales, o una “moto espacial” similar a la que utilizaba el misterioso personaje de la escultura mexicana que se exhibe ahorita junto al Palacio de La Moneda.

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* Periodista.

Notas a las imágenes

Foto de apertura
Un misterio sin nombre. El catálogo la identifica únicamente como Cerámica de la Cultura Pre-Tarasca, Michoacán, occidente de México. Período posclásico (900 a 1521 d.c.).

Foto 2
Como se puede apreciar, el pueblo de Rosswell encontró utilidad a sus ET propios.

Fotos 3, 4 y 5
Supuestos tripulantes de ovnis sobre México, en vuelos individuales: Uno, que parece un ángel con alas o un astronauta con mochila. Dos, “motoristas” ET, captados en los cielos aztecas, montando sus carros de fuego. Y tres, otro ser volador en solitario, junto a las pirámides de Teotihuacán.

Foto 6
La nave madre, que acompañaba a los navegantes solitarios, fue vista incluso por Shirley MacLaine, en la localidad de Tepoztlán.

Foto 7 y última
Esta imagen no corresponde a ninguna pieza de la exposición que se presenta en Chile; se trata –podría decirse– de una “exclusividad” mexicana en materia de ET: El Hombre de Palenque (figura superior), corresponde a la tapa del sarcófago del rey maya Pacal (603-684 d.c.), estado de Chiapas; el monarca es representado en un bajorrelieve, en la misma posición de vuelo que un astronauta de la NASA (imagen inferior).

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