104 años de Neruda: un festejo entre pocos y amigos

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Lagos Nilsson

Hace mucho y allá lejos –a unos 340 kilómetros al sur de la capital de Chile, el 12 de julio de 1904– nació Neruda; Parral era entonces un villorrio polvoriento que esperaba las lluvias de otoño y, luego que éstas descargaban la plata evaporada de las gotas, se ponía a esperar el sol del verano.
Tierra de huasos y arañas en los jardines. Tierra –¡tan rica!– de pobres, es decir: tierra solitaria. Soledades que nunca dejaron de visitar al poeta.

 

Llamado entonces Neftalí, Pablo Neruda se hace a las distancias que no se calculan apenas semanas después de nacido: muere su madre. De ella hereda el perfil y la mirada.

Don José del Carmen, padre atribulado, huye del silencio en 1906: se va a Temuco; más al sur, mucho más lluvioso. Meses después, años después, envía por su hijo. Allí, entre el sonido del ferrocarril por la noche y el silabario que le enseña, conoce el poeta –que ya es para entonces– la magia del amor maternal: su "mamamadre" será doña Trinidad. No la olvidará nunca.

A los 16 años cumplidos termina el Liceo. Bachiller en Humanidades, en 1921, deja el sur para estudiar pedagogía en francés en el Instituto Pedagógico de Santiago. Ya había resuelto llamarse Pablo Neruda, quién sabe, después de alguna caminata al terminar las reuniones del Ateneo Literario. Es muy delgado y viste de negro. Escribe mucho –lo hará hasta el final en Isla Negra.

Ese mismo año, en octubre, obtiene un primer reconocimiento importante: su poema Canción de la fiesta es premiado en los juegos florales del estudiantado y publicado en la revista Claridad, de la Federaciòn de estudiantes de la Universidad de Chile. Años antes, en 1914, ese premio lo había obtenido Gabriela Mistral –otra, pero distinta solitaria– con sus Sonetos de la muerte.

La publicación, por Ediciones Claridad, en 1923 de Crepusculario en cierta forma rompe la represa y desata y desnuda el mayor torrente de la poesía de habla castellana. Los próximos cuatro años lo son de publicaciones, bohemia y viajes por el sur del país. También amistad, escrituras compartidas y amores inconclusos. Un viaje lento, en 1927, acelerará su vida para siempre.

Para desempeñar un cargo sin sueldo –cónsul ad honorem en Rangún, Asia, parte hacia Buenos Aires; buque a Europa, tren en Europa, paquebote a Rangún. En la maleta, libros, proyectos de libros, poemas. Madura Residencia en la Tierra. Aparece Jossie Bliss, a la que en un desespero llamará Maligna; se separan en 1928, él ya a cargo del consulado de Colombo, en Ceylán.

Dos años después, ahora en Java, casa con María Antonieta Hagenaar. Otro amor que muere deshilachado. Otros consulados que no le parecen ni exóticos. Regresa a la patria en 1932. Al año siguiente debe asumir el mismo cargo de cónsul, pero esta vez en Buenos Aires.

Los poetas tienen dioses propios que activan herramientas desconocidas. En Buenos Aires conoce a Federico García Lorca. En 1934 viaja a España, en octubre nace su hija y de María Antonieta: tristeza, nace enferma sin remedio, vivirá poco. La pareja estaba de hecho disuelta desde antes. La separación se oficializará en 1936.

El ambiente de España, en todo sentido, es un viento que sopla hacia todas partes desde todas partes. Cumplidos los 30 años Neruda conoce a una mujer de verdad hermosa y de verdad importante en su desarrollo ulterior: la argentina Delia el Carril, la Hormiguita afanosa. Hembra de mundo, artista ella misma, algo mayor que el poeta, abre puertas, lo ayudar a madurar, le presenta amistades. En 1935 él es cónsul de Chile en Madrid.

No lo será por mucho tiempo: la guerra civil y la soledad partida y refregada que dejarán dos muertes: la de García Lorca y la de Miguel Hernández –asesinado por fusilamiento uno, en la cárcel franquista el otro–, y nunca bien aclaradas diferencias entre la cancillería chilena y su actuar en el consulado hacen que arroje la llave de su oficina.

No todo está perdido para su corazón que tiene a España adentro. En 1939 se lo designa, otra vez cónsul, pero ahora para la inmigración española a Chile. Trabajo que se condensa en un nombre: el del navío Winnipeg. El poeta ha publicado ya, lo hizo cuando sonaban los tiros, España en el corazón, que se edita y vuelve a editar. Antes, en 1935, habia sido la hora de Residencia en la Tierra, una década de trabajo para una obra monumental y única en nuestro idioma.

Lo comprende Dámaso Alonso, en su Poesía y estilo de Pablo Neruda. Neruda no se detiene. La metafísica tan concreta y a la vez elusiva de la Residencia… cede el paso al Canto General. Mexico conoce sus afanes con esta obra que no admite comparaciones y tan torrencial como la "planta del Urabamba". Durante todos estos años la Hormiguita lo mira, lo primero, al despertar.

En 1945 termina Alturas de Macchu Pîcchu, en 1945 Gabriela Mistral –negada como harapienta en Chile– dice su discurso en la entrega del Nobel de Literatura en Estocolmo. Este mismo año Neruda es senador elegido por las provincias del norte. Pronto deberá abandonar el país cruzando de a caballo la Cordillera. Será en 1949. Es un poeta y senador comunista. Al año siguiente Canto General se publica en México, una edición clandestina circulará en Chile.

1952, la ruptura con Delia del Carril, que hará pública tres años después: había conocido en México a una chilena más joven y de pelo llameante. En Italia termina Los versos del capitán, poemas no firmados entonces, y que escandalizaron a la sociedad chilena, para Matilde Urrutia. Permanecerá enamorado de ella, salvo algunas infidelidades menores, hasta su muerte.

El resto… La casa en Valparaíso, La Chascona, y la vida en Isla Negra. Y el Nobel, y las reediciones, y la precandidatura a la Presidencia de la República. Y su amistad con Allende, la embajada en París y su ultima soledad: la muerte en 1973.

En 2004 más de la mitad del planeta recordó su cumpleaños número 100. Cantalao, a poca distancia de la casona de Isla Negra, esperaba el cumplimiento de la promesa del poeta: la ciudadela para artistas, maestros y científicos del pueblo de América. Sus albaceas estiman otra cosa: se construirá allí, dicen los lugareños, algo para gente bien, ojalá dedicada a "la cultura", pero nada es seguro. Por ahora se levanta una réplica de la cabaña que él construyó en ese promontorio frente a la mar y hay gente que trabaja en un proyecto urbanístico.

Y así como la casa de Gabriela nunca fue la casa de Gabriela en Elqui, para conocer a Neruda basta pagar para caminar con un guía vigilante por las habitaciones de su morada islanegrina. Los poetas siempre, al final, son traicionados y mueren solos.

Unos pocos amigos y camaradas suyos, probablemente, se reunirán este domingo en Isla Negra. El museo estará algunas horas abierto sin pago previo esta vez –gentileza de la Fundación Neruda–, y unos cuantos poetas combatirán su propia soledad al recitar y beber un vino por este hermano mayor tan porfiadamente presente.

 

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