Adriano Corrales Arias / Arca de la Alianza

1.884

Según la tradición judía y cristiana, el perdido artefacto conocido como Arca de la Alianza, Arca del Pacto, o Arca del Convenio (hebreo: ארון הברית), popular también como el Arca de Yahveh o Arca del Testimonio, era un objeto sagrado que guardaba las tablas de piedra que contenían los  Diez Mandamientos, la vara de Aaron que reverdeció y el maná que cayó del cielo.  Representaba la alianza (pacto o convenio) entre Dios y el pueblo judío.

Se trataba de una caja de madera (acacia negra) o arca que contenía las dos Tablas De La Ley que, según la Biblia, fueron escritas por Dios mismo y entregadas a Moisés en el Monte Sinaí. Se guardaba en el  Templo de Jerusalén y se llevaba al frente de batalla cada vez que había una guerra. El Arca simboliza la unión de Yahveh con el pueblo, y a ello debe su nombre. Se cree que desapareció con la destrucción del templo de Jerusalén por el rey Nabucodonosor II y que, además, era un arma secreta formidable.

Con toda la simbología implicita, más la carga semiótica que la historia del cristianismo y el mito le ha insuflado, Lagos Nilsson (su nombre es Jorje Alejandro, Punta Arenas, 1941), poeta, además de escritor, periodista y editor, entre otros oficios, denomina así su más reciente libro de poesía. El nombre encaja con el tono elegiaco del libro y su intento por descontruir un tiempo de tinieblas en la historia reciente del país sureño. Y es que el libro se origina, como dedicatoria, con la desaparición de la hermana del poeta (Gloria Esther) quien fuera detenida por la tristemente célebre DINA luego de una delación de un tipo de apellido Rodríguez.

Por tanto es un libro de mucho dolor en la memoria del poeta, del país, del planeta: “Por eso escribo sin orden e invento / mi pasado y veo árboles en los pedregales / y hablo con piedras / y riego sin destino / mi corazón abandonado / persiguiendo la luz de octubre / y el funeral perdido del tiempo / … desde el que aletean los espectros / que me acompañan” (“Guerrero”). A partir de ese dolor y del desarraigo, el poeta pasa lista a su infancia/adolescencia/juventud y a todo el entorno patagónico de su Magallanes donde se suceden los amores perdidos, la madre, el padre, hermanas/hermanos, tíos, abuelos,  gatos, compañeros idos, porque “Somos, a veces, un niño escondido / frente a la chimenea / y no siempre la madrugada es un día nuevo” (“Memoria”).

El ejercicio de la memoria es un acto de resistencia entonces. Porque a pesar de sabernos hechos para la muerte, hay muertos que no se deben olvidar, mucho menos todos los que cargamos y llevamos por dentro pues “No es más fácil vivir que dejar la vida / soror de todas las sombras” (“Coming back”). Así se regresa a casa como al pasado con la conciencia de que se navega solo en este infinito océano de sorpresas y complicaciones, de encuentros y desencuentros, por eso es que “No podrás venir conmigo a la muerte” (“Navegar conmigo”). Porque “La vida es la mesa después del banquete” (“Han comenzado a partir”) y Antes de combatir / hay que permanecer / asido a los vientos de la infancia” (“Diques”).

Esa reconciliación parte del mismo hecho poético, es decir, del sueño y del amor distendidos en el caminar y en los regresos, solamente desde allí podremos reconciliarnos con una realidad histórica adversa y en constante asedio: “El hombre que no sueña está muerto” porque “un infinito contiene infinitos opuestos” (“Liliput”). Y ello conlleva a la escritura, a la fijación de esa angustia en el exorcismo de la letra impresa, “aquello que te viene persiguiendo desde antes / que tu sombra interrumpiera los caminos / Detrás de la pantalla negra del ordenador vacío / viven los ángeles del desprecio” (“Sobre poesía”). Porque “Lo peor es la espera” (“Herrumbre”). 

Y claro, la ternura y la solidaridad con que hay que cargar la mirada para no sucumbir a la violencia estructural, a la liquidez de la soledad y de la botella vacía: “La observo por la noche / A veces / se sienta y escribe cuentos con el cabello atado / Suelo advertir que fuma / y tiene una botella de cuello largo / y cigarrillos / Está sola detrás de su balcón / bebe un trago y mira la calle / regresa y lee / Necesita un gato que la acompañe” (“Last night”). Desde allí se continúa con el balance:

“Acelero mi ruta a la vejez sin haber sido / nunca un hombre maduro / En realidad he aprendido algo triste: / juventud es una estación de tránsito / Pertenece a los que murieron / y eso debe / explicar el mundo” (“Ocho poemas escritos en un bar, I”).

“Los que bebían conmigo están muertos” (“II”). “Aquí estoy / preguntándome en este bar sin historia si acaso / terminará en empate después de todo / la carrera de la vida” (“V”). Y por eso se asume también desde la lucidez de la ebriedad. “No se es alcohólico / no le creáis a vecinos, talleres, clubes y / rosacruces / no escuchéis a vuestras(os) amantes / ni a siquiatras, cónyuges, amigos / boticarios / o burócratas / sobre todo nunca, por vuestra vida / vayáis a alcohólicos anónimos: / esta es una guerra y los traidores deben ser fusilados” (“VIII”).

Pero sobre todo, no aceptar la derrota así porque así, sino conversar con ella desde la conciencia de la resistencia, la memoria y la escritura: “Somos los olvidados guerreros que viven / clandestinos / en un mundo de soldados y mercenarios” (“Segunda vida”). “Heme aquí sin reconocer / la derrota” (“Final”).

Por eso el libro cierra con una “Post data”, un sentido homenaje poético al causante del desasosiego de la escritura sin que nunca lo supiera: el escritor y militante Francisco Coloane, a quien el poeta conociera brevemente una noche en la sala de su casa de la infancia allá en Magallanes.

Así, Lagos Nilsson el poeta, en dialogo abierto y franco con Jorje el periodista, cronista y sujeto de otras acciones, intenta re-construir el Arca de  la alianza donde se debe res-guardar el nuevo pacto entre los hombres, entre sus luchas e iniquidades, entre sus logros y quimeras, entre el olvido y la memoria, entre la quietud y el desasosiego, entre el encuentro y las pérdidas, entre los amores y los desamores, entre la utopía y la derrota; es decir, entre su pasado, su presente y su futuro en una circularidad fraterna permanente.

Arca de la Alianza,
Ediciones Pájaro Negro, Santiago, 2010.

Adriano Corrales es escritor.
 

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