Alberto Maldonado S.* / Ecuador: elegía y ensayo sobre la vejez

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“La única manera de no llegar a viejo es morirse joven” les decía el viejo maestro a sus alumnos (todos jóvenes) que en clase y fuera de ella se burlaban “soto voce” de su edad, a ojos vista, ya bastante avanzada. Era el ímpetu juvenil contra el viejo que no se resignaba a la jubilación, por dos realidades: ¡qué se hacía todo el día en la casa, con esa jubilación de hambre que pagaba el famoso IESS!; y condenado, todo el día, a ver la misma cara, de pocos amigos, en la casa.

 

Y como consuelo, el viejo profesor recordaba que, hace años, el también fue joven. Y que había tenido la suerte de llegar a viejo. Aún cuando los jóvenes de hoy no consideran que algún día llegarán también a viejos. Y se consolaba recordando que en tiempos pasados, las también viejas tribus de la humanidad (la mayor parte, ya desaparecidas) eran administradas y dirigidas por los viejos. Solo que hoy, esos desgraciados de los países desarrollados consideran que a los 45 años uno ya es viejo(ja).

 

Tan es cierto esto que una persona se presenta en una empresa y dice que está sobre los 45 años, le dicen que ya es un viejo, que no les sirve. Y el viejo protestaba porque las empresas actuales exigen que los y las jóvenes, si quieren trabajar, tienen que tener máximo 30 años y 10 de experiencia.
Nadie, por supuesto, contesta a la pregunta: ¿y cómo tengo la experiencia si nadie quiere darme trabajo porque no la tengo?

 

Sin duda, estamos frente a uno de esos problemas que tiene siglos de existencia; y que no ha sido resuelto por la humanidad. El joven, siempre querrá que los y las viejas se vayan a casa y dejen el campo libre, para ellos poder ascender. En especial, en esas oficinas en que todo el mundo dice y se pregunta: ¿y cuándo se irá el viejo de mierda que solo se duerme en el escritorio y no nos deja hacer las cosas como manda la modernidad? Y el viejo (la vieja): ¿cuándo aprenderán estos jóvenes de mierda que, sin lo que sabemos los viejos, ellos no podrían ir a la esquina?

 

Pero el Instituto Ecuatoriano de Seguridad Social (IESS) sí puede. Un distinguido jubilado asegura que en el Directorio del IESS nos representa un señor de apellido Idrovo (o Hidrobo) que ni siquiera ha leído bien la Ley del Anciano. Y, de lo que se sabe (aunque parece un secreto a voces) el actual IESS está tratando de hacer algo por sus afiliados, entre ellos, varios miles de ancianos(nas). La prueba está en que los hospitales y dispensarios del IESS están todos llenos (hasta la bandera, dirían los taurinos) pero el caso es que todos (o casi) salen echando sapos y culebras de este IESS, porque dicen que solicitan un cupo mediante el teléfono, al no menos famoso “call center” y, no pueden. Si van en persona, tampoco ¿Entonces?

 

Digo y repito: el IESS en todo el país puede hacer mucho por los jubilados, a quienes desde luego, no puede dejar de pagarles sus mensualidades, a tiempo, y de subirlas en enero de cada año. Y se me ocurre pensar que el IESS puede auspiciar una especie de turismo de jubilados(das) ¿Cómo es eso? Pues muy sencillo.

 

Los y las jubiladas de cada provincia pueden agruparse y recibir, como es debido, a sus congéneres de otras provincias; darles de comer “como en casa” (sabroso y nada pesado) y servirles de guías para que conozcan los lugares de interés que hay en cada rincón patrio, a fin de que no pasen como mudos (mudas) el resto del tiempo. Eso y mucho más, sería lo que yo llamo el turismo jubilar. Cada gremio provincial (o local) podría poner lo suyo para divertir a sus colegas que llegan, incluido a que se diviertan con grupos musicales o de teatro, que también. De esta manera, los y las jubiladas ganarían algo más y el IESS tendría que aumentar cada año sus escuálidas pensiones, en algo que no sea una carga.

 

Otra idea: que los clubes de viejos y viejas, en cada localidad, ponga a disposición sus casas (que por lo general son solariegas), algunos cuartos y la cocina, de manera que los que llegan, puedan prepararse sus guisos, a su gusto y satisfacción. De paso, estos locales también ganarían algo más. Y los servicios médicos y de enfermería, podrían estar atentos a estos «tours», de manera que si algún viejito o viejita decide dejar lo que le queda del pellejo en esa localidad, lo haga bien, como los seres humanos; no como perros, que en algunos casos, ya no hay quien les ladre.

 

Estas apenas son ideas. Pienso que estas son unas ideas de lo mucho que se puede hacer para que los viejos y las viejas (más los viejos) dejen de pensar que solo sirven para sentarse en los bancos de las plazas de la independencia o centrales y ser parte del paisaje. Que por ese lado pueden ser una solución y dejar de ser un problema. Porque, como dijo el viejo profesor, la única manera de no llegar a viejo es morirse joven. Y el joven no quiere morirse si no llega a
viejo.

 

Otra idea, para que los jubilados no se mueran temprano, como ya ha ocurrido. Me cuentan (no me consta) que alguien que fue durante muchos años secretario, de la noche a la mañana, lo jubilaron. Y se murió de pena; o porque no sabía qué hacer. Eso de sentarse en los bancos de la Plaza de la Independencia le pareció siempre “una pérdida de tiempo” y peor estar en la casa. La pareja (como se dice ahora) y los propios hijos, que ya están casados y con hijos, solo piensan “cuándo de morirá este viejo (ja) de mierda”; de manera que ellos puedan hacer y deshacer, de la casa.

 

Si una dama se pasó haciendo oficios toda la vida, hasta que se jubiló, puede dedicar 2-3- 4 horas diarias a hacer esos mismos oficios, a un precio “razonable”. Esto beneficiaría a las jubiladas y a la empresa privada. Lo mismo puede pensar del ciudadano que se pasó toda una vida haciendo tal cosa, o es ingeniero, o médico o abogado. Puede dedicarse 2-3-4 horas diarias a lo que siempre ha hecho. Y a un precio “contestatario”. O puede dedicar sus horas a los que padecen las llamadas “enfermedades terminales” En fin, que se puede hacer muchas cosas de manera que los y las jubiladas no se mueran de las iras, por lo menos.

 

En este país (igual que en el resto de América Latina) estamos acostumbrados a que todo nos dé resolviendo el Estado, a través de sus organismos estatales. Para encontrar qué hacer, no hace falta un centavo ni que alguien lo haga por nosotros. Se puede hacer muchas cosas desde el punto de vista privado, siempre y cuando un galeno alemán no ande tras nosotros, para hacernos pensar que estamos frente al Juan cuando es la Irene la que saludamos; o cuando mismo nacimos, si solo hace setenta años o hace cien. Que para un jubilado es lo mismo.

 

Quiero rematar este ensayo sobre los y las viejas. Yo pienso que tenemos (me incluyo) todavía mucho que decir a la sociedad. Y cuando se es viejo (ja) se aprende cosas y situaciones que debíamos aprender cuando éramos jóvenes. Y cuando éramos jóvenes, pues no pensábamos que íbamos a llegar a viejos y que la juventud sería eterna. Y no hay qu ser una sociedad “avanzada” para encontrarle solución al problema de los viejos y las viejas. Tal vez, las sociedades “avanzadas” en este aspecto, quizá estén más atrasadas que las nuestras.

 

Desde luego, no le vamos a pedir que algún viejo (ja) que ya da muestras que el Dr. Alemán ya está rondando su cerebro; o de que sufre una aguda depresión o y tiene un cáncer avanzado, o cualquier otra enfermedad terminal, dé lo suyo. Ya dio, hace fechas, lo que pudo y lo suyo. Y solamente el IESS o lo que antaño se llamaba la Beneficencia Pública, le garanticen una muerte “en paz”; y deje de joder al género humano.

 

Lo que estoy diciendo (y no me retracto) es que los viejos y viejas todavía tenemos algo que decir a los jóvenes; de manera que, cuando éstos lleguen a viejos (jas) no sean como nosotros, los que y estamos en lista, para irnos; pero que tenemos algo más qué decir y opinar.

 

Y aunque sigo creyendo en el presidente (Rafael) Correa y su revolución ciudadana, sigo pensando en algo que me dijo, hace poco, otro jubilado: lo único criticable en este señor (se refería al presidente Correa) es que odia a los viejos. Le repregunté: ¿y tú por qué dices eso? Me quedo viendo y me espetó: “!no has visto que no hay un solo ministro, una ministra, mayor de 40 años? Y los viejos qué.

 

Dejo esta inquietud porque creo –y estoy seriamente convencido- que habemos muchos viejos que podemos decir algo. Aunque sea pendejadas. Pero alguien que por lo menos nos escuche

Por último, no me resisto a otra sentencia, que la escuché por ahí: que lo malo no es llegar a viejo o vieja. Lo imperdonable es llegar a viejo y ser un pendejo.
——
* Periodista.

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