Albricias / La poesía, la ciudad y el valle

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Rivera Westerberg.

La mujer suele ser desdeñada como sujeto productor de poesía (siempre, desde luego, con las excepciones sabidas y convertidas en estereotipos, iconografía, emblema, consignas regionales); muchos valientes, es un decir, se consuelan afirmando que la poesía de la mujer es su vida —en tanto y en cuanto esa vida persiga el abnegado servicio a los demás: marido, amante, hijos, padres ancianos, nietos, tías que heredar. Albricias prueba lo contrario.

La comarca del Valle del Elqui son grandes manchones de verde riquísimo que trepan —o bajan— por Los Andes volcánicos y pedregosos en el límite de la región del Norte Chico de Chile; más allá o más acá la elección: los áridos desiertos que penetran hasta el Perú o una sucesión de valles transversales entre las cumbres andinas y la costa del raramente pacífico Mar del Sur que viera Balboa en Panamá.

Se viaja al valle desde la ciudad de La Serena con un descanso en Vicuña. Antes de llegar a Vicuña un letrero indica que es posible cruzar la Cordillera, sobre los 4.000 metros de altura, para llegar a la Argentina. En algún poblado de los que entrecruzan la zona nació y vivió Gabriela Mistral. La Mistral —mujer y poeta— es una de las más altas voces de América que Chile todavía no termina de descubrir —peor aún: la despreció por años y en la actualidad parece más preocupado por su vida amorosa que por la grandura de sus textos. Cosas del subdesarrollo cultural.

La Serena se abre con su falsa arquitectura colonial frente a la mar y a la vera de Coquimbo, puerto que, como pocos, sabe de piratas y leyendas. Es una ciudad apacible de gente religiosa y hospitalaria. Por sus calles, cafetines, bares, universidades, en el mismo paisaje que combina lo desértico con lo ubérrimo, circula —y a veces se ahoga— una rica vida cultural.

Siete mujeres no quisieron asfixiarse, al contrario: poblaron con su poesía la mar literaria del país. Contaron, y vale la pena consignarlo, con el apoyo del Fondo de Cultura del Gobierno Regional. El resultado es Albricias, poesía femenina contemporánea del Valle de Elqui. No se trata de un libro antológico, por más que efectivamente haya habido una selección de trabajos; se trata de —lo señala la contraportada— del "registro de la convergencia vital de siete escrituras persistentes en su trayectoria". Las solapas del volumen, además, informan que Albricias, considerada como agrupación cultural, se conforma en 2007, pero que su origen es anterior. Cada poeta entrega un poemario.

El libro, dato digno de considerar, está prologado por la escritora Damiela Eltit y lo presenta la también escritora Virginia Vidal, ambas intelectuales rigurosas dueñas de un prestigio que trasciende las fronteras de su país.

¿Qué dice Albricias?

Abren estos trabajos los de Claudia Hernández:

Recién entregada
echada de espaldas
y atada de manos
Con la boca en cinta
como la mujer que habito
con vista al mar
Sin velos
desvelada
ávida de arteria y pulso
… … …
¡Soy el puerto
soy el puerto!
El único puerto
Todos los puertos

(El único puerto)

Y más adelante, quizá clavando el marco en la pared se atreve:

La piel de este puerto en llama
copula con la miseria
y la luz del rito hiede
a pasado espectro
y tantra

(Puerto en llamas).

No es menos definitoria y definitiva Nury Larco. En Después del lugar transcribe:

No escribo

Espero flores del árbol longevo
Espero frutos
luces rompiendo sellos
Imagino el lugar y su calendario escrito
Aquí las edades son ramas
rasguñándome los ojos

Y hacia el final:

A veces el lugar
muerde los sesos
El instinto nos invita
a dominar la respuesta.

Pilar Merino escribe —o dibuja el mapa— de senderos reconocibles, pero siempre distintos:

Rostros ajenos cansados de esperar
Encubiertos en gafas para no mostrar su suerte
… … …
Pleitos maritales
Años de matrimonio tirados por la borda
un par de hijas que no reconocen
ni el color de su pelo
oscuro, como el funcionario que tramita su divorcio.

Oriana Victoria Mondaca desliza otro acento, quizá porque en ella el paisaje en su concretitud tiene otros ecos, rige —más que en otras de Albricias— la determinación del entorno natural; dice en Tierra húmeda:

Sobrenatural y sagrada
acariciadora
tierra, mujer,
Gea, Pachamama
… … …
Invades los poros
desde tus entrañas
Génesis de Adanes y Evas
cuna de héroes y mendigos.

Empero, y para recordar que la vida de provincia no escribe una interminable égloga ni se detiene en siesta infinita:

No cortó su trenza
para cubrir su cadena

cuando virgen y perfecta
la llave pesaba en su cuello

Abrió su cofre.
Habían pasaado los años

(Virgen).

Jornada, de Carola Pizarro, sitúa fulgores inquietantes en una escritura no por despojada menos aterida de sensaciones; en Después, por ejemplo:

Encumbran el silencio en las habitaciones
con ese aire cogido a muchachas
que otro fuego durmieron

Entre ambos reposan lápices mudos
ondeantes en la brisa

El crepúsculo martilla el relumbre de los tordos
no disipa el sabor
a reinas sin gloria
que dura entre las manos.

Como para mostrar —es una posibilidad—que no hay sensaciones ni búsquedas consideradas propias de varones que no asuman y sientan también mujeres, Marcela Reyes escribe su Tango tinto:

El vino es un tango tinto
que baila a media luz
entre los valles

En otro poema, La teoría de las flores, destaca:

Hemos adquirido el hábito
de encender cambios desde el útero
pintar la sonrisa de los muertos
dormir solas, desnudas
no usar trenzas y decir garabatos

Porque es un oficio peligroso
animadas invertimos en Cupido
aunque el corazón se nos haga trizas

Y resulta todo un desafío que María José Rivera diga en tres versos, casi ellos un arte poética o un manifiesto:

Para Eva o para Dios
que para el caso es lo mismo
porque los dos paren hombres

Y más adelante, como sin parpadear, sin dudarlo, escuetamente:

Vierte y pervierte esta noche
Noche hembra,
noche vida
noche de extremidades idas
parpadeante
explícitamente abierta
Noche inapresable
como furtiva libélula
como breve caricia del incienso

(Noche hembra).

El libro queda completo con la ficha bio-bibliográfica de las siete poetas, todas ellas —más allá de sus quehaceres cotidianos— dedicadas por años a la literatura y otras formas de arte en la ciudad de La Serena.

En suma: un libro que merece circular, porque es una aventura a la que pocas veces podemos asomarnos y que se entrega, escribió Virginia Vidal, "voluntaria y gratuitamente". Y porque, como lo señala Damiela Eltit: "La gran tarea del yo poético es deshacerse de sí para habitar a otros que se apoderan de ese yo que termina por pertenecerles"

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