Beatus ille: de Horacio a los malditos

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Si por alguna razón algún personero del actual gobierno chileno pasa a la historia, será —como quiso Carlos Droguett que acabara Pinochet— en una jaula en el más tenebroso rincón del zoológico de la memoria —y solo mascando podrida carne cruda. "Dichoso el que de pleitos alejado” tradujo fray Luis de León a Horacio. Hoy no hubiera podido. ⎮LAGOS NILSSON.

Ni feliz, ni bendita, ni dichosa la muchachita estudiante a la que ayer miércoles 19 de octubre de 2011 un "lumazo" de carabinero de rompió la clavícula, ni ese apenas niño al que le partieron la cabeza, ni las decenas de apaleados y chicas manoseadas más allá de la obscenidad por las "fuerzas especiales" de la policía.

Felices, por ejemplo —aunque difícilmente bienaventurados—, habrán quedado ayer miércoles lo carabineros de la tercera Comisaría, en el centro de Santiago, que (literalmente) robaron el refrigerio que madres y amigos compraron para los más de 300 estudiantes apresados.

Una madre que pretendió allegarse a la comisaría, asustada por el destino de su hijo, salvó por milímetros de recibir como respuesta a su pregunta un bastonazo policial, o quizá no policial —porque los funcionarios reciben órdenes de no lucir la placa identificatoria que manda la ley— en la frente.

Los hijos y "entenaos" hoy en el poder del viejo gorila muerto de cierto se han desesperado. Faltos de ideas, agotado el lenguaje democrático-fascistoide que utilizan, como a la hora señalada en los viejos saraos y bailes, se sacan la máscara. Ya no reprimen, como idiotas borrachos desenfundaron. ¿Cuándo dispararán? ¿A quién dispararán?

También ayer las "fuerzas especiales" —o extraterrestres disf razados de aquellas— "desocuparon" por la fuerza las t ribunas en las que la ciudadanía puede seguir las discusiones de la Cámara de Diputados. No lo hicieron con gentileza.

Hoy jueves 20 de octubre medio centenar de estudiantes secundarios y algunos adultos vinculados a la educación entraron en el edificio santiaguino del Congreso Nacional, específicamente a la sala Pedro León Gallo; en el viejo edificio de la calle Compañía sesionaba con el ministro de Educación una comisión de esas que se forman para no resolver nada, y hacerlo además de espaldas al pueblo (o a la ciudadanía) para interpelarlos, para saber de qué se trata, para exigir, cumplidos seis meses desde el inicio del movimiento, soluciones —o voluntad democrática para encontrarlas.

El ministro, de nombre Felipe Bulnes, huyó por una puerta lateral; una senadora que nadie eligió, Von Baer es su apellido, se desgañitaba por la falta de respeto a los "valores democráticos"; otro torpe o imbécil —parlamentario, naturalmente— peroró sobre el respeto a la propiedad y la violencia estudiantil. A semejante jauría en Chile cada vez que alguien compra o vende, paga un servicio, cobra un sueldo, en fin, contribuye a pagarle su dieta, la gasolina de su automóvil, los pasajes aéreos (que suelen usar sus allegados y amigos).

Autoconvocado a una suerte de plebiscito el pueblo chileno hace pocos días de manera abrumadora resolvió representarle al gobierno que quiere educación de calidad y gratuita en todos sus niveles (lo que no quiere decir prohibir aquella particular pagada); el Presidente de la República les cerró las puertas de su despacho. La Moneda parecía un galpón defendido por militares vestidos de verde, armados frente a la ciudadanía vestida de verano.

El único derecho que cautela la autodenominada "clase política" en Chile es la obligación ciudadana de oír las estupideces con las que es bombardeada por los medios periodísticos; en un rapto de furia y autodefensa, que dirán terrorista, la ciudadanía apaga la tele, cambia la radio, no compra el diario.

El país se hunde; quienes gobiernan, administran, estafan, roban, saquean y faltan groseramente a sus deberes parecen vivir en otro lugar. Sólo que los chilenos pagan la cuenta.
 

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