Bill Clinton culpa a Netanyahu de «aniquilar la paz» y buscar la expropiación de Cisjordania

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En una parte explosiva, consideró que los inmigrantes rusos son "un obstáculo para la paz", ya que un creciente número de miembros de las fuerzas de defensa israelíes “son los hijos de los colonos (sic) rusos, la gente que más se opone a una división de la tierra (…) Es otro (sic) Israel. Un 16 por ciento de los israelíes hablan ruso”.

¿No se habrá arriesgado demasiado al haberse expresado cándidamente, al margen de una conferencia en Nueva York (la mayor ciudad sionista del mundo)?

Clinton debe prepararse a la andanada ultrafundamentalista, que lo impugnará propagandísticamente con sus aburridos epítetos inmutables: promotor de los Protocolos de los sabios de Sion, nazi, judeófobo, antisemita, terrorista, etcétera.

Quizá un poco para requilibrar sus estrujantes revelaciones, declaró haber percibido "que los palestinos aceptarían el arreglo que fue rechazado por Arafat en las negociaciones con el premier Ehud Barak en el 2000".

Relata que todavía ignora las razones por las cuales Arafat rechazó el arreglo que Barak había aceptado y quien estaba dispuesto a reconocer a la parte oriental de Jerusalén como la capital del Estado palestino. Es cierto: a muchos nos asombró, pero será interesante conocer el punto de vista de los arafatistas. Hoy, 11 años más tarde, Clinton juzga que el grupo de Mahmoud Abbas estaría dispuesto a aceptar el mismo arreglo. A mi juicio, el problema es que la dupla Netanyahu-Lieberman, entrampada en su neocolonialismo irredentista de Cisjordania y su fijación fundamentalista de hacer de Israel un exclusivo "Estado judío", no está dispuesta a imitar al militar Barak.

Las metamorfosis de los políticos al dejar el poder son asombrosas, como es el caso de la voltereta pasmosa del ex premier Ehud Olmert, del Partido Kadima, quien ahora propone interesantes puntos de partida (The New York Times, 23/9/11) para solucionar el contencioso gangrenado y que, por cierto, no llevó a cabo cuando estuvo en funciones bélicas. Todo lo contrario: traicionó a Turquía en las negociaciones secretas con Siria y luego emprendió el infanticidio de Gaza. Como dice la canción mexicana: "lo que un día fue no será".

Clinton coincide con la tesis sobre la tragedia del magnicidio de Ytzhak Rabin en "la política moderna (sic) del Medio Oriente" y que, por alguna razón, saca a relucir hasta ahora. Otra "tragedia", a su juicio, versa sobre la apoplejía de Ariel Sharon.

Sus revelaciones aportan nuevas herramientas de juicio sobre las negociaciones seminales, que cobran nueva dimensión de cara a las revoluciones del mundo árabe.

A mi juicio, más que la polémica oportunidad perdida por Arafat en el 2000 –insalvable hoy en la práctica, dado el maximalismo de la dupla Netanyahu-Lieberman–, la parte más atractiva de las revelaciones es la oportunidad dorada que saboteó deliberadamente Netanyahu para reconciliarse con el plan de paz de la Liga Árabe del 2002, apadrinado por el rey saudita Abdalá.

Sabíamos que el mundo árabe durante la cumbre de Beirut de 2002 había cedido exageradamente, pero no a los niveles de profunda complementariedad estratégica que revela Clinton. Hoy eso también ya pasó cuando este "Israel", dramáticamente aislado en el mundo ("un Estado paria", ex canciller Tzipi Livni dixit), se ha querellado con todos sus vecinos y ex aliados estratégicos (Egipto y Turquía) árabes y no árabes (Irán), ya no se diga consigo misma.

Cuando la UE, en plena balcanización financiera, se encuentra dividida respecto a la entidad sionista, ¿puede pervivir este "Israel" con su verdadero único apoyo que le queda en el mundo: Estados Unidos, a quien ya le empieza a causar serios problemas en sus relaciones metaelectoreras con el resto del planeta?

*Analista internacional mexicano

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