Bolivia-Chile. – DILEMAS (DES)INTEGRADORES

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

Este sector del mundo y África son los dos únicos rincones en que aún no se asume la necesidad de unir las aspiraciones nacionales para poder tener alguna posibilidad de éxito en el camino al desarrollo.

Lo que ha ocurrido en Asia, en Europa, en parte de América del Norte, los países latinoamericanos parecen ignorarlo. Y especialmente esto es válido para Chile.

Siempre hemos vivido con los ojos puestos en Europa, luego en Estados Unidos y ahora repartimos visiones con Asia. El vecindario nos queda chico…. hasta ahora.

La brutal realidad energética hizo que primero tratáramos de realizar una alianza estratégica con Argentina, vía, en parte, gas boliviano. La movida fracasó, pese a los buenos propósitos e inversiones, básicamente por falta de realismo. Y, también en buena medida, por carecer de una capacidad estratégica que ubique el pasado en la historia y nos aboque al reto acuciante del presente.

La globalización estimula la creación de grandes bloques de naciones. Es la manera más adecuada de competir en un mercado global en que los requerimientos de mercado de algunos millones de personas no pesan. En América Latina, los esfuerzos en tal sentido son hasta ahora tímidos.

El MERCOSUR no despega. La comunidad de naciones auspiciada por Venezuela es otro sueño bolivariano, que Estados Unidos hace lo posible por transformar en pesadilla. Y cuenta con aliados poderosos en esa tarea.

Recientemente, Chile dio un paso importante. Volvió a la Comunidad Andina de Naciones (ex Pacto Andino), desde donde se había alejado en tiempos de la dictadura del general Pinochet. Allí están dos de sus vecinos, Perú y Bolivia, con quienes mantiene relaciones que periódicamente se tensionan. Esto ya lleva más de una centuria. Con ambos países se enfrentó en guerras en el siglo XIX, en que resultó vencedor.

Durante todo el período posterior, hasta hoy, bastó modernizar las fuerzas armadas para mantener el equilibrio. Pero la potencia de la globalización y de la carencia energética han cambiado el panorama.

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El 14 de junio, la presidenta Michelle Bachelet se reunió en la ciudad boliviana de Tarija con su par Evo Morales, quien insistió en avanzar en el tema marítimo. Él desea llegar a un entendimiento con Chile, durante su mandato, que termine con la mediterraneidad de su país.

La inquietud de Morales tiene que ver con la lentitud con que avanzan las cancillerías. Y para lograr su objetivo está dispuesto, incluso, a airar a Perú, impulsando un corredor al norte de Arica que no importe soberanía boliviana. Con ello obviaría la oposición de Lima, que niega esa posibilidad protegido por el tratado de 1929. Tal acuerdo lo autoriza a vetar cualquier solución que involucre territorios que en el pasado le pertenecieron.

La respuesta chilena a la urgencia boliviana no parece ir más allá que dejar pasar el tiempo. El actual canciller, Alejandro Foxley –personaje al que no se le conocen aportes sustanciales para acercar a Chile hacia América Latina– ha dicho que “lo peor es apurar cosas cuando no están los consensos nacionales para llevarlas adelante”. Un aporte más detallado a la fórmula anunciada por la Cancillería chilena de “ir paso a paso”.

Una táctica similar a la que se siguió en materia judicial con el general Pinochet. Los pasos fueron tan lentos que el ex dictador murió antes de que la justicia fallara. Fue, sin duda, una solución. Pero, no dejó contenta a mucha gente y no sirvió para subir los bonos de la justicia nacional.

El problema con una táctica similar en el caso de Bolivia es que hoy Chile sí necesita a sus vecinos. Particularmente requiere del gas boliviano. Y mantenerse distanciados –Chile y Bolivia no tienen relaciones diplomáticas, pese a un ingente comercio entre ambos– por diferencias que se arrastran por más de una centuria, no parece lo más adecuado ni sensato. Por ello es que incluso la rama castrense chilena no ve con malos ojos la posibilidad de aceptar la solución propuesta por la Paz.

Un corredor sin soberanía en el extremo norte del país y un enclave, igualmente sin soberanía, más al sur, en territorios que antaño pertenecieron a Bolivia. Desde el punto de vista estratégico militar, tal solución alivia el peso de la frontera con el Perú. Desde la perspectiva política, permitiría abrir cauces para un buen entendimiento con Bolivia. Y eso podría llevar más allá del tema puntual del gas.

Para lograr avanzar con la celeridad que requiere La Paz –y que debería imponer la acuciante crisis energética que estrangula a Chile– será necesario un fuerte golpe de timón en la cancillería de Santiago.

Eso depende directamente de la decisión de la presidenta Bachelet. Es posible que ella escuche con mucha atención el argumento de Foxley acerca los consensos nacionales. Sobre todo en estos momentos en que cualquier tema podría acarrearle dificultades políticas en un momento en que el apoyo ciudadano no es su fuerte.

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* Periodista.

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