Bush / América Latina: incendiar la pradera

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Ismael León Arias*

El día que se recordaba los 35 años del golpe de Pinochet en Chile, y siete del derribamiento de las torres gemelas de Nueva York, dos embajadores de George Bush eran expulsados de América Latina. El primero por Evo Morales y a las 48 horas el segundo por Hugo Chávez.
Ambos gobernantes intentaron poner freno de ese modo a casi evidentes conspiraciones norteamericanas, que al parecer no acaban allí. Todo indica que también están en la mira Cristina Kirchner, de Argentina, el paraguayo Fernando Lugo, Rafael Correa, de Ecuador y Daniel Ortega, de Nicaragua.

(Lima, setiembre). En reacción rápida y simultánea, la señora Kirchner y Luis Inacio Lula da Silva, de Brasil, respaldaron al gobierno de Morales frente a la grave crisis política que enfrenta. Anunciaron además el pronto traslado de sus cancilleres a La Paz, “para colaborar en el restablecimiento del orden público”. Horas antes la presidenta de Argentina había analizado la crisis con su vecina de Chile, Michelle Bachellet, mientras Lugo, desde Asunción, también extendía su respaldo a Evo Morales.
 
Sorpresivamente, al mediodía del viernes 12, Correa aterrizó en Lima, expresó su franco compromiso con La Paz, respaldó la expulsión del embajador norteamericano, condenó a los golpistas del Altiplano y sin querer queriendo neutralizó al García Pérez usualmente parlanchín y sospechosamente callado y ausente en los últimos días.
        
La gota que colmó el vaso

El expulsado embajador norteamericano en Bolivia, Phillip Goldberg, ya había sido advertido por Morales, así como la secretaria de Estado, Condoleezza Rice. Descarado y soberbio, el diplomático confirmó su prontuario sedicioso, ganándose la inevitable tarjeta roja con la declaración de “persona no grata”, decisión matizada con el deseo expreso del canciller David Choquehuanca, de continuar las relaciones bilaterales.  

Goldberg fue descubierto en sospechosas reuniones con los prefectos opositores Rubén Costas, Leopoldo Fernández y Savina Cuellar, de Santa Cruz, Pando y Chuquisaca, y también con Branco Marincovik, presidente del Comité Cívico cruceño, fascista a mucha honra. El jueves el complot subió de nivel con el asesinato de ocho campesinos en el Beni y la golpiza a otros 20, crímenes destinados a desencadenar una guerra civil para pretextar el separatismo, como en los Balcanes. Hoy allí impera el estado de sitio, declarado en legítima defensa por un gobierno popular pero acosado.
 
La carga venía con todo. La semana anterior al 11 de setiembre, en Tarija, otro grupo terrorista atentó contra el gasoducto conectado con Brasil, provocando un daño de 8 millones de dólares a la economía boliviana. Hasta ese momento el presidente insistía en reclamar diálogo a sus adversarios, que más parecían esperar señales de afuera.
 
En esos días la nota inquietante la proporcionó el diario O Estado de Sao Paulo, que aseguró que el atentado fue cometido frente a la indiferencia de oficiales bolivianos, que ordenaron a sus soldados no intervenir. Esto explicaría la paciente actitud de Morales, extremadamente cuidadoso con una fuerza armada poco confiable.   
 
Ya en la noche del jueves 11 el gobierno suspendió las clases escolares, mientras en Santa Cruz la clase media se volcaba sobre los supermercados, frente a los rumores de desabastecimiento. Casi al terminar la jornada, la Conferencia Episcopal Boliviana, mediante el obispo Jesús Suárez, pidió cordura a los violentistas, algo que al parecer no está en su naturaleza.
 
Llegaron los rusos

Carente de "buenos modales", militar hecho político a la carrera, el jueves 11 Chávez también sacó de juego al representante norteamericano en Caracas, Patrick Duddy, a quien dio 72 horas para abandonar el país, en solidaridad con el gobierno de Morales. Echándole gasolina al fuego, el comandante declaró a la prensa mundial que si las cosas se le ponen difíciles al boliviano, “lo derrocan o lo matan, nos estarían dando luz verde para enviarle armas a cualquier movimiento (de resistencia)” .
 
Ocurre que el embajador de Bush al parecer también le serruchaba el piso a Chávez. La noche del miércoles –a través del  programa "La Hojilla", que emite Venezolana de  Televisión– se transmitió grabaciones de  militares activos y retirados, que discutían alternativas para cometer un golpe de Estado y asesinar al presidente. Nuevamente las miradas apuntaron al Norte y al apoyo que desde allí se ofrece a golpistas de cualquier ralea, algo que el comandante ya padeció el 2002.
 
Como para confirmarlo el “zar” antidrogas norteamericano, durante una presentación en Europa, prácticamente acusó a Hugo Chávez de ser permisivo con el narcotráfico, cargo tan grave que sólo se explicaría para justificar un golpe de Estado en regla, que luego nadie podría condenar frente a semejante argumento.
 
Y como Chávez no quiere el destino de Sadam Housein, un día antes reveló al mundo la llegada a Venezuela de dos aviones estratégicos rusos, los bombarderos TU-160, que se preparan para maniobras conjuntas con la marina de su país. Defendió el derecho de adiestramiento y soberanía defensiva y confirmó la posibilidad de que una flota de la Federación Rusa arribe pronto a aguas venezolanas y lleve a cabo prácticas con sus similares nacionales.
 
Así estamos en América Latina, a pocos meses de la salida de George Bush por la puerta trasera de la Casa Blanca.
 

*En: http://columnadeleon.wordpress.com/

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