Chile, educación y futuro

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Álvaro Cuadra.*

Pensar el porvenir pareciera un ejercicio más propio de empresas de "márketing" o de grandes corporaciones multinacionales. Dos precisiones: Primero, todo porvenir no es sino la proyección de un cono temporal que ilumina el tiempo que adviene y nos muestra el espectro de lo concebible, todo porvenir es una creación, es imaginación desplegada en un aquí y ahora. Segundo, lejos de ser un asunto de gerentes y empresarios, la creación del porvenir es el tema histórico principal de los pueblos.

Desde esta perspectiva, se hace indispensable imaginar las condiciones y las modalidades de una educación justa y apropiada para todos los chilenos. Digamos de entrada que como condición básica de ese mañana que imaginamos, la educación en todos sus niveles debe ser planteada como un derecho de todos y, en ese sentido, debiera ser garantizada por un estado de manera democrática, eficiente y gratuita.

El reclamo de este derecho se afirma tanto en un anhelo histórico cuyo fundamento moral y político no es otro que la plena realización de la justicia social. Educación y negocio son dos términos que se excluyen mutuamente.

Resulta paradojal que nuestro país posea todas las herramientas para dar solución al problema educacional y, sin embargo, se encuentra atrapado por sus instituciones arcaicas —cuando no corruptas—  y por un lastre de inequidad social vergonzante.

Nos pretendemos un país desarrollado y habitamos un imaginario social propio del siglo XIX, que limita con una retahíla de prejuicios que van desde el clasismo a la xenofobia, con una ignorancia convertida en norma, en fin, un mundo pueril,  mediocre y mezquino que paraliza la imaginación creadora.

En un país como Chile, llevar a cabo este sueño no es una utopía sino una posibilidad cierta en el mediano plazo. Se requiere, desde luego, imaginación para concebir una modalidad otra de transformar la información en conocimiento y el conocimiento en acción. Se requiere voluntad y no poca valentía política para refundar un nuevo sistema educacional en el país que expurgue las taras y vicios que muestra en la actualidad. En pleno siglo XXI, acaso resulte indispensable pensar el problema de manera heterodoxa, o como suele decirse “out-of-the-box”.

Acometer la transformación radical del sistema educacional no es una tarea de sabios e iluminados, es una empresa histórica y social que incluye a todos los ciudadanos. No obstante, hay mucho que aprender de experiencias en otras sociedades.

Pensar el porvenir de la educación en Chile exige pensar para el siglo presente, con los recursos actuales. Sólo como un ejercicio de pensamiento divergente, podemos imaginar ese nuevo mundo como algo cualitativamente distinto del ahora. De este modo, nos podemos aventurar a imaginar un mundo en que el estado invierta una parte sustantiva del Producto Interno en crear un sistema educacional a escala nacional democrático, inclusivo, gratuito, de carácter “semi presencial” de alta calidad que se apoye en el desarrollo de dispositivos y plataformas digitales.

Un proyecto de esta envergadura supone una inversión mayúscula no sólo en tecnologías sino, principalmente, en la formación de una nueva generación de docentes y en la investigación para crear nuevos modelos pedagógicos. En pocas palabras, nada impide crear un sistema de esta índole a la altura del tiempo que nos toca vivir. Ya lo sabemos, las tecnologías actúan como catalizadores del cambio social, pero no son agentes de cambio en sí mismas. Por ello, salvo en la cabeza de algunos afiebrados gerentes, todo porvenir posible solo es concebible como una transformación democrática profunda de la sociedad chilena.

* Semiólogo, investigador y docente de la Escuela Latinoamericana de Postgrados. Universidad de Artes y Ciencias (ARCIS), Chile.

 

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