Chile: – EL GOBIERNO NO ES RESPONSABLE. TODAVÍA

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

La reunión fue como una intrincada respuesta renacentista: la presidenta había cambiado éste o aquel ministro; el gobierno había dicho que nunca más a esas casitas de perro construidas para albergar gentes. Ellos, los reunidos, eran otra cosa: seriedad, estabilidad, buenos modales …y buenas ganancias. Los responsables –en América usamos tal vez demasiado la palabra culpa– siempre son otros. Quién sabe: mucho peso para esos puentes frágiles, un pequeño mal cálculo para esa Alameda (que alguna vez fue de las delicias) y no tardó mucho en dejar ver las grietas post arreglo millonario).

Es hora creer, todavía creer –optimismo americano irremediable, o incorregible–, que existe en el cada vez más angosto mundo de la política un pasaje a eso que llaman unidad nacional, a eso que los que arrojan las bombras, o las proveen, herederos de otros optimistas nacidos en el siglo XVIII que pensaron a la persona humana como buscadora de felicidad, con derecho a ser feliz (aunque no hayan liberado a sus esclavos y amantes esclavas) llaman todavía y sin vergüenza democracia.

La democracia es un ideal traído por los pelos; siempre uno fue el pueblo y otros los hacedores de leyes e intérpretes del pueblo. Un puñado de atenienses orgullosos de sus proezas, por ejemplo, y los miles de ilotas y esclavos que cultivaron la tierra y cuidaron cuerpos ajenos.

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Había algo, empero, en el discurso de la señora presidente cuando todavía era canmdidata. Hay algo todavía en su mirada. Hay algo. Una intención probablemente. O un desespero ante la lluvia que podrá caer antes del fin del invierno, que será el comienzo de otro infierno. Hay algo, pero no alcanza.

Cuando la campaña de Ricardo Lagos para alcanzar la presidencia, hace años, un hombre de la cultura dijo que los problemas de la cultura en su torva materialidad se solucionaban más bien fácilmente: un par de tanques menos –dijo Julio Jung, hombre de teatro– y con esos recursos… Utopía pequeñita deslizada cuando el cobre no hacía abrir los ojos de quienes planifican.

Un par de tanques para el diseño de una política cultural seria. ¿Y la educación? El asunto se resolvió con algunas fragatas, un par de submarinos, aviones… Cosas útiles: ¿para qué quiere el pueblo colegios que no se lluevan, bibliotecas en ellos o calefacción en invierno? ¿Acaso no les basta el deseo enorme del gobierno para que todos hablemos inglés mañana, y quizá pasado mañana chino mandarín?

Además las estadísticas no mientes; hace mucho más de un siglo lo probó un buen señor Engels –otro Engels, no Federico–: los pobres deben ser golosos, gastan la mayor parte de sus rentas en comer. O salen a robar para darse el gusto de comer. Los pobres no tienen remedio. No saben elegir. Se suben a esos buses que se desbarrancan, chocan, se dan vueltas en los caminos, O trabajan en ellos. Sion también suicidas.

No es en puridad responsable este gobierno, el que preside Michelle Bachelet, por esas escuelas o liceos misérrimos; no es responsable por el gran negocio de la educación elemental y media; no es responsable por esas universidades con estantes vacíos de libros. Tampoco por los hospitales abarrotados, por los turnos para la atención que se estiran semanas, meses; no es responsable por los que mueren en la espera. Ni es responsable por esas casillas entregadas al azar de la voluntad apurada de un alcalde u otro funcionario. Menos aún por esos buses que corren a 70 kilómetros por hora en las avenidas capitalinas ni por los conuctores que cumplen doble turno y cero descanso.

No es responsable por la Historia, pero lo será si permite que la historia continúe discurriendo por los cauces por los que discurre, que –al revés de aquellos de los ríos– jamás se desbordan; al contrario: apretan cinturones y dogales. Es lógico que no salga de madre el orden superior del Estado: no hay en su aguas arriba, como en el caso de los ríos, hermosas represas que valen más de lo que vale –para ENDESA, por ejemplo– la vida de los que moran –nunca medran– aguas abajo.

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