Chile: ¿Modernidad o modernización?

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

No es una idea antojadiza decir que el mundo moderno se encuentra hoy atravesado por una tensión muy importante entre la Modernidad y la Modernización, entre el fortalecimiento de un orden republicano o la reinstalación de formas oligárquicas y aristocráticas de gobierno, entre el fortalecimiento de la esfera pública o la autonomía de los intereses privados.

En esta tensión los gobiernos del mundo occidental tienen la posibilidad de elegir entre rendirse a las fuerzas dominantes -que buscan reinstalar como eje de la acción política las «democracias» privadas- o sostener y persistir en el fortalecimiento de la democracia política. En Chile, del análisis de las políticas del presidente Ricardo Lagos, se desprende muy claramente su abdicación a la idea de realizar plenamente una Modernidad republicana y democrática.

Por ello, a pesar de sus referencias a las utopías posibles, Lagos está muy lejos de ser un hombre que haya revisado críticamente su tiempo y se haya distanciado de las posturas ideológicas extremas que se afirman en el optimismo tecnológico que ha llevado nuestro tiempo hacia la Modernización y no hacia la Modernidad, hacia la desaparición de la esfera pública antes que a su fortalecimiento, es decir, hacia un nuevo orden aristocrático y no republicano.

Lagos no es un continuador de la tradición política de hombres que, como Rousseau, Kant, Voltaire, Diderot y otros, se caracterizaron por pensar y luchar en pos de un orden fundado en la razón, la autonomía y la emancipación de la sociedad humana frente a toda esclavitud. Entre la pasión por la justicia y la pasión por el poder, Lagos ha preferido nítidamente el poder a secas.

En dirección opuesta, el presidente Lagos hace gala de una marcada voluntad ideológica obsesionada con el progreso técnico y el crecimiento económico, que hoy todos sabemos está totalmente disociado de los contenidos normativos de la Modernidad (justicia, igualdad y libertad) y que impone independientemente de la crítica pública y de la opinión distante que eventualmente han logrado asumir los parlamentarios de la Concertación. Finalmente, los ha alineado y sometido a sus directrices.

Esto me hace recordar algunos escritos de Albert Camus, cuando decía que los hombres enceguecidos por ideologías absolutistas, son aquellos que han perdido la capacidad de entender desde lo humano, son los incorruptibles que, como Robespierre, pertenecen a esa pléyade de hombres a los que no es posible convencer, y, parafraseando a Camus, «un hombre al que no es posible convencer, es un hombre que da miedo».

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* Director Oceana, Oficina para América del Sur y Antártica.

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