Chile: nueva Concertación

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Álvaro Cuadra.*

La Concertación de Partidos por la Democracia se conformó como un conglomerado capaz de enfrentar al régimen dictatorial de Augusto Pinochet y restituir las libertades ciudadanas básicas en Chile. Tras la derrota del dictador en el plebiscito, este grupo de partidos políticos inició un largo camino que duró dos décadas. Al revisar las políticas de los cuatro gobiernos sucesivos resulta evidente que las grandes esperanzas depositadas en la transición a la democracia se vieron en gran medida frustradas, al punto de ser desplazados por una coalición de derecha.

Una de las debilidades más evidentes de los gobiernos concertacionistas estriba en que debió administrar el país según las reglas del juego establecidas por la dictadura. Ello se tradujo en una democracia a medias o, si se prefiere, una “democracia de seguridad nacional”. En honor a la verdad hay que decir que ninguno de los gobiernos de la Concertación mostró voluntad política ni se planteó siquiera la posibilidad de modificar la actual constitución. Ello condujo al conglomerado a un “concubinato político” con la derecha chilena. En estas circunstancias, nada tiene de extraño que hoy sea este sector político  el que gobierne el país.

En la actualidad, las cosas no están nada fáciles para la Concertación – oposición, pues ya no se trata de hacer frente a una dictadura sino a un gobierno de derecha legitimado por el voto popular. La oposición al gobierno del señor Piñera tiende a desdibujarse en la medida que, hasta el presente, hemos asistido a una dramaturgia política que se nos ofrece más como un “reformismo de derecha” que como un gobierno conservador. En efecto, exento de aquella “cosa portaliana”, tan cara a la derecha tradicional, el gobierno Piñera se ha mostrado pragmático y flexible frente a una diversidad de temas. Es cierto, no obstante, como afirman sus críticos de derecha, que se advierte un excesivo personalismo y el riesgo de no asegurar la continuidad en el poder de este sector.

Una “Nueva Concertación” sólo posee sentido si es capaz de plantearse como tarea prioritaria el fin de la herencia autoritaria cristalizada en la actual carta constitucional. Restituir la soberanía al pueblo de Chile con una nueva Carta Magna que garantice la dignidad a todos los chilenos. Una “Nueva Concertación” no puede plantearse como mera administración de un orden profundamente injusto. Una democracia del siglo XXI no es concebible con una legislación laboral que pauperiza a la mayoría, precarizando los empleos con salarios mínimos, para el enriquecimiento de unos pocos. Una democracia del siglo XXI no puede dejar al arbitrio del mercado salvaje cuestiones tan sensibles como la educación, la salud y la previsión social. Por último, no puede tratar a los chilenos con leyes antiterroristas como en un campo de concentración.

La Concertación real y existente fue un dispositivo político concebido en la década de los ochenta. Es obvio que los cambios acontecidos desde entonces exigen un rediseño radical de esta agrupación de partidos políticos. Sin embargo, el cúmulo de miserias acumuladas tras dos décadas de ejercicio del poder es de tal magnitud que sus rostros emblemáticos han perdido credibilidad ante la ciudadanía. Voces disidentes surgidas del mismo conglomerado les han denunciado hasta la saciedad como políticos corruptos, inescrupulosos y deshonestos. La verdadera tragedia de la Concertación no es haber perdido el poder sino el hecho de que son pocos los que verdaderamente la  echan de menos.

* Doctor en semiología, Universidad de La Sorbona, Francia. Investigador y docente de la Escuela Latinoamericana de Postgrados, Universidad ARCIS, Chile.


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