Ciudadanos: ¡a los trenes! (y a más)

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Lagos Nilsson

Muy lejos de nuestra conciencia de obedientes consumidores aplaudir la conducta de esos desaforados argentinos, capaces hasta de enojarse y prender fuego a una formación ferroviara.

En haciéndolo prueban su inferioridad cívica respecto de los ciudadanos chilenos, los mismos –por otra parte– que gozan del llamado Transantiago, el mayor experimento social desde los falansterios de antaño.

Entre quemazón y la pasividad, por otra parte, no parece haber mayor diferencia. Si a uno lo utilizan como letrina, bien pueden mirarlo como lo que se deposita en esa letrina. 

Canciones y bailes, murmullos, braseros, resistir a la muerte y al invierno feroz y los veranos inclementes son cosa normal de la historia de los pueblos. También su capacidad de rebelión. Pero la rebelión es mal vista, agrede, entre otras cosas, a la tarjeta de crédito.

Lo curioso es que no se se requiere la dichosa tarjeta, no por lo menos todavía, para mostrar que estás vivo –aunque a menudo sospechen que no existes.

Desde el fondo de mi corazón deploro y suelto el llanto por lo sucedido en la Argentina. ¡Quemar un tren! Si fuéramos todos ciudadanos –digamos la verdad– lo aplaudiríamos. Si fuéramos constitucionalistas nos condenaríamos. Como buenas conciencias pensamos que fuimos "demasiado lejos".

Mentira.

La violencia, en ocasiones, no es acción primitiva; es defensa activa. Es lo posible ante lo que es un ataque, una falta de respeto a lo que se llama violación a los derechos humanos.

En Argentina quemaron, Los chilenos se queman (callados). Lo demás es fútbol.

Por 18 meses los habitantes de Santiago –y aquellos que pululan y merodean alrededor de las  fronteras de la ciudad– soportan una de las mayores estafas de su historia, a la que llaman Transantiago. NI un bus incendiado.

Es hora de reprochar a los argentinos que no hayan sido emasculados.

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