Ciudades tranquilas, – LENTITUD, DIVINO TESORO

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

La calma está de moda. En Japón han nacido los Clubes de la Pereza y en Europa la Sociedad por la Ralentización del Tiempo. Al arrimo de estos movimientos otras iniciativas tratan de imitarlo mezclando, con mayor o menor fortuna, orientalismo y doctrina «New Age» para predicar en favor de unas relaciones íntimas tántricas. El popular cantante Sting se declara aventajado discípulo del sexo lento y en el 2005 uno de los libros líderes en ventas en toda Europa fue Elogio de la lentitud, traducido a quince idiomas y obra del escocés Carl Honoré.

La tranquilidad es una bendición antigua. Se pone en boca de Platón la sentencia que afirma que «la forma superior de ocio es permanecer inmóvil y receptivo al mundo». Sin embargo nuestra cultura actual ha hecho de la gratificación espontánea una de sus señas de identidad. El desarrollo de buena parte de la civilización occidental se basó, y sigue haciéndolo, en la competitividad y en su aliada necesaria: la rapidez.

A pesar de esta tendencia, en el horizonte europeo hace ya años que soplan aires novedosos. Quizás el motor del cambio sean las propias consecuencias que se pagan por el sostenimiento de una forma de vida acelerada. Las enfermedades del corazón y las cerebro-vasculares son, junto a la hipertensión y los accidentes de tráfico, las grandes lacras de la salud en las sociedades desarrolladas. El lema de los olímpicos, «más alto, más fuerte, más lejos» parece que ha quedado anticuado.

Cierto es que los tiempos han cambiado drásticamente en los últimos decenios. Ya no quedan espacios en blanco en el mapa y el mundo no es la fuente inagotable de riqueza que se presuponía a comienzos del siglo pasado. El planeta azul se ha revelado finalmente, no como un monstruo imprevisible al que domeñar sino como un ser frágil necesitado de urgentes cuidados si lo que se quiere es prolongar en el tiempo su vida y con ella la del ser humano que lo habita.

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Las sociedades industriales avanzadas son testigo de un importante cambio de prioridades que afecta a una parte significativa de sus ciudadanos y que atañe a las relaciones que éstos mantienen con la economía, la sociedad y la cultura. La acumulación de riqueza, Biblia del capitalismo, tiene un límite y un sentido, traspasado este umbral las prioridades del ser humano cambian y en ocasiones lo hacen drásticamente.

El estadounidense Ronald Inglehart, catedrático de Ciencia Política y autor de numerosos y reconocidos ensayos sobre la trascendencia de la posmodernización, afirma sin ambages que en las sociedades opulentas el nuevo dios ya no es el dinero, los coches u otros símbolos externos de riqueza. Para algunos sectores de población el tiempo para uno mismo y su disfrute han desplazado al oropel y a la ostentación suntuosa. «Cuando casi todo el mundo –viene a decir el autor– puede permitirse lucirse dentro de un coche lujoso, ¿qué importancia puede tener el que nosotros también tengamos uno?»

El disfrute de bienes inmateriales como la cultura, el ocio o una concepción del trabajo más amable y humana han pasado, ahora, a primer término. La calidad de vida se mide por la cantidad de tiempo que podemos dedicar a nosotros mismos y nuestras aficiones. Claro está que ésta forma de razonar y ver la vida sólo es posible entre gentes a quienes no preocupe en exceso temas tan prosaicos –y cotidianos para muchos– como un techo bajo el que vivir o el sustento diario. La doctrina slow, como se la conoce en todo el mundo, ha hecho pues fortuna entre las capas más cultas y adineradas de la sociedad, aquéllas que pueden permitirse tener una relación más relajada con su trabajo y que tienen los recursos educativos y culturales necesarios para ocupar de forma creativa su tiempo libre.

En otros sectores de la sociedad, menos pudientes económicamente, el movimiento lento se traduce en una mayor importancia otorgada a principios que sustentan el individualismo y el hedonismo.

El ejemplo italiano

Italia ha sido en Europa cuna de numerosos movimientos sociales y civiles. Pocos tan opuestos entre sí como el futurismo de Marinetti (1876-1944) con su exaltación de la guerra y la acción y el actual movimiento Cittá slow, nacido oficialmente a caballo entre la pequeña localidad transalpina de Bra, próxima a Turín y Orvieto, otra modesta población cercana a Perugia. Si los seguidores del pre fascista D’annunzio, sostenían, con su idolatría por las máquinas, que «el motor de un auto de carreras es más bello que la Victoria de Samotracia», el refranero popular italiano parece dar la razón a losslow al sentenciar: Chi va piano va sano e va lontano, chi va forte va a la morte.

El manifiesto fundacional de Cittáslow contiene cincuenta y cinco cuestiones a promover. Entre ellas reducir el ruido ambiental y el tráfico, aumentar las zonas verdes, dar prioridad al peatón, a la bicicleta y a los transportes ecológicos, apoyar a los pequeños agricultores, a las tiendas orgánicas y a los mercados y restaurantes que comercialicen estos productos, preservar la estética de las ciudades y fomentar las relaciones de vecindad. En definitiva, una reinvención de la ciudad, aminorando sus ritmos y haciéndolos más locales y humanos.

La pequeña población de Bra, a medio camino entre la industrial Turín y la populosa Génova, es, además, sede de otro movimiento internacional análogo, el Slow Foodî o comida lenta en traducción literal.

El pistoletazo de salida que dio paso a un nuevo concepto de vida y de alimentación más cercana a la cocina tradicional, enraizada en las costumbres locales y opuesta al industrialismo alimentario, fue la inauguración en 1986, en plena Plaza de España en Roma, de un Mc Donald’s. Al margen de su oferta gastronómica, la estética de plástico y arcos de neón de la cadena de «fast food» resultó ser una pedrada en la sensibilidad de algunos ciudadanos romanos.

La polvareda fue enorme y a ella fueron sumándose diferentes sectores hasta que la franquicia norteamericana terminó por cerrar sus puertas en tan histórico y simbólico rincón de la capital italiana. Aquella efervescencia que mezclaba política con cultura y urbanismo con gastronomía permitió poner las bases de un novedoso movimiento nacido años más tarde, cuando los municipios de Bra, Orvieto, Positano y Greve in Chianti, todos ellos con menos de cincuenta mil habitantes, se unieron en la defensa de un nuevo estilo de vida con ramificaciones en la gastronomía, la estética, el urbanismo y la economía.

Dejando atrás declaraciones y manifiestos los ciudadanos de estos municipios pusieron en marcha una serie de medidas concretas que posibilitaran la puesta en práctica de sus ideas. Facilidades en préstamos y reducción de hipotecas para aquellos que en la reforma de sus casas respetaran la estética de la arquitectura tradicional, instauración de sistemas eficaces de depuración de aguas, recogida selectiva de basura y promoción del reciclaje, restricciones a la circulación de coches y prohibición absoluta en determinados días y circunstancias, multiplicación de zonas verdes y de áreas de encuentro y descanso, sustitución de las alarmas sonoras por otros elementos de seguridad, adecuación de horarios en locales públicos que posibiliten el descanso de los vecinos, en agricultura prohibición absoluta de los transgénicos etc.

El movimiento lento no es, a pesar de las críticas en este sentido, una vuelta sin más al pasado. En su esencia no se idealiza lo arcaico. Tampoco se reniega de la técnica ni de las ventajas que de ella derivan para el ser humano. No defiende una vuelta al ludismo, el movimiento que en los albores de la era industrial destrozaba telares y máquinas para evitar el paro forzoso de los jornaleros. Internet y la era digital son plenamente aceptados por los incondicionales del movimiento como una herramienta más que facilite y humanice el trabajo.

Algunos apóstoles de la rentabilidad pronto advirtieron agoreramente que el movimiento estaba condenado a la inviabilidad financiera. Sin embargo, las cifras no parecen darles la razón en todo. Los pequeños negocios y tiendas se multiplican en Bra y en el resto de municipios italianos adheridos al movimiento. Se calcula, además, que sus ingresos crecen a un ritmo sostenido y cifrado en el 15% anual. La cifra de paro en estas localidades ronda el 5%, la mitad de la media en el país transalpino. Los seguidores de esta filosofía sostienen con esos datos que lento no es sinónimo de torpe y que la rentabilidad con lo que tiene que ver en estos tiempos es con el trabajo bien hecho y con la implantación de técnicas sostenibles de producción.

Humanismo municipal

Siguiendo esta estela, para algunos, la vuelta al sosiego inteligente no es en realidad una novedosa alternativa sino una estricta forma de supervivencia a medio plazo. El urbanismo salvaje y descontrolado ha demostrado que es incompatible con la supervivencia del ecosistema. A su vez la degradación del medio ambiente tiene mucho que ver con la depauperación de la población que lo ocupa. El agua, un bien precioso y escaso, ha de ser gestionada de forma racional y en beneficio de la comunidad. Los modelos anglosajones de ciudades alargadas en el espacio no son viables en zonas tan ricas y frágiles a la vez como la cuenca mediterránea.

Eso sin mencionar lo imposible que resulta en el caso de las urbanizaciones familiares tener hospitales, colegios y otros equipamientos de primera necesidad a una distancia razonable. El coche, la autovía y las obras perennes son el complemento inevitable de esta forma agresiva de crecimiento. Llenar las costas de hormigón y alquitrán puede, para algunos, reportar pingües beneficios a corto plazo, lo que no impide que sea una sentencia inapelable para todos transcurridos apenas unos cuantos decenios.

En el sector turístico, en concreto, la rentabilidad tiene ahora más que ver con el valor añadido que supone el disfrute de ambientes relajados y armónicos con una oferta humanizada y hecha a medida de los potenciales clientes. Es por eso que tanto seguidores como responsables del proyecto Cittáslow hacen hincapié en que éste no es sólo un movimiento al uso más, sino que conforma todo un estilo de vida y un modelo de desarrollo y crecimiento económicos.

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Este nuevo humanismo municipal cuajó pronto en otros municipios italianos saltando desde allí a diferentes poblaciones europeas. A día de hoy en Italia hay 35 municipios adheridos a esta iniciativa que se ha extendido ya a 34 países y que cuenta con unos setenta mil seguidores repartidos por todo el planeta. El símbolo del caracol, que resume gráficamente la amplia filosofía slow, se ha trasladado, como otrora hiciera otro genial «invento» italiano, el Renacimiento, de las colinas de Piamonte y la Toscana, cuajadas de viñedos, cipreses y arte, al resto del viejo continente.

Defensa de la biodiversidad

La biodiversidad y su defensa es otro de los puntales en los que se sostiene el movimiento slow. La industria agroalimentaria, la selección de semillas, el uso y abuso de herbicidas, pesticidas, abonos químicos, transgénicos etc. ha reducido drásticamente la variedad y calidad de los alimentos en pro de una uniformidad cuya característica más acusada, sino la única, es la rentabilidad económica. Los slow proponen el mantenimiento a ultranza de las particularidades propias de cada zona, tanto en la preparación de las viandas como en la elaboración de los productos. Para ellos la palabra comida es sinónimo de cultura.

La educación del sentido del gusto es una labor fundamental en su actividad y se han puesto en marcha diversos Talleres del Gusto, dirigidos por expertos en los que se ofrecen degustaciones y catas de los más diversos productos, desde la siciliana miel de tomillo procedente del Monti Iblei, al pan de Kalakukko finlandés y llegando hasta las manzanas de Tasmania. Con idéntico fin se han creado en las afueras de Parma y en el Piamonte dos campus diferenciados que acogen una Universidad de Ciencias Gastronómicas. Aquí no se imparten clases de cocina sino que los estudiantes, llegados hasta este rincón italiano desde 13 países diferentes, estudian un programa multidisciplinar que incluye literatura, ciencia, economía e historia así como un programa de viajes e investigaciones sobre el terreno.
Un campus de esta universidad, inaugurada en el 2004, ocupa la que fuera fastuosa hacienda de los Saboya en el Piamonte, mientras que su otra sede se alberga en el no menos espectacular Palacio Ducal de Colorno.

En la actualidad, «slow food» cuenta con más de ochenta mil socios repartidos entre 104 países del mundo. En la Península Ibérica los miembros se calculan en 1.500 repartidos entre Cataluña, Madrid, Euskadi, Andalucía, Aragón y Galicia.

Red de ciudades

Las poblaciones aspirantes a formar parte de la red de cittáslow han de reunir una serie de requisitos. No pueden sumarse las capitales de provincia ni las grandes metrópolis. Se establece en cincuenta mil el número máximo de habitantes permitido, aunque los impulsores del movimiento ven con buenos ojos que también puedan acogerse determinados barrios o sectores de las grandes ciudades.

Ha de satisfacerse una cuota anual de adhesión que variará en función del número de habitantes de la población: las ciudades con más de treinta mil habitantes pagarán unos tres mil euros mientras que la cuota de las poblaciones con menos de cinco mil personas censadas descenderá hasta los seiscientos euros.

No basta con inscribirse. Un comité de expertos ad hoc se encarga de revisar sobre el terreno que se cumplen una serie de mínimas condiciones. Tres municipios afiliados en un mismo país pueden constituir una red nacional Cittáslow y promover y verificar la selección de nuevos aspirantes. La sede central que coordina, revisa y promueve estas condiciones se encuentra en la pequeña localidad italiana de Orvieto.

España. En Euskadi, el ayuntamiento de Mungía está interesado en formar parte de esta escogida lista. Otros municipios que han mostrado receptividad hacia las condiciones promovidas por cittáslow son el de Villaviciosa en Asturias o los de Pals, Begur y Pallafrugell en Cataluña.

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* Viajero y periodista.

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