Clase media en Brasil, un país injusto

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Frei Betto*
La población brasileña es hoy de 190 millones de personas, divididas en clases según el poder adquisitivo. Pertenecen a las clases A y B las de un ingreso superior a  1,800 dólares estadounidenses, los ricos del Brasil.  Pero en Brasil, mil 800 dólares no es un salario como para dar tranquilidad financiera a nadie.

El alquiler de un apartamento de dos piezas en la capital paulista consume ya la mitad de ese valor. Pero entre los ricos muchos reciben remuneraciones astronómicas, además de que poseen un patrimonio envidiable. En las grandes empresas de São Paulo el salario mensual de un director varía entre US$ 15,400 y US$ 23,000.
 
Un reciente análisis de la Fundación Getúlio Vargas, divulgado en febrero pasado, revela que integran ese segmento privilegiado apenas el 10.42 % de la población, o sea 19.4 millones de personas, que concentran en sus manos el 44 % de la renta nacional. Mucha riqueza para poca gente.
 
La clase C, conocida como media, posee un ingreso mensual de entre US$ 430 y US$ 1,800. Ha crecido en los últimos años gracias a la política económica del gobierno de Lula. En el 2003 abarcaba el 37.56 % de la población, con un total de 64.1 millones de brasileños. Hoy incluye 91 millones -casi la mitad de la población del país (49.22 %)-, que se distribuyen el 46 % de la renta nacional.
 
En la clase D -los pobres- están 43 millones de personas, con un ingreso mensual de US$ 295 a 430, obligados a compartir apenas el 8 % de la riqueza nacional. Y en la clase E -los miserables, con un ingreso de hasta US$ 295- se encuentran 29.9 millones de brasileños (16.02 % de la población), condenados a repartir entre sí apenas el 2 % de la renta nacional.
 
A pesar de que la distribución de la renta en el Brasil continúa escandalosamente desigual, se constata que el brasileño, como diría La Fontaine, comienza a ser más hormiga que cigarra. Gracias a las políticas sociales del gobierno, como Bolsa Familia, jubilaciones y créditos otorgados, hay un nítido aumento del consumo. Por eso a la Bolsa Familia le falta encontrar, como dice el economista Marcelo Néri, la puerta de entrada al mercado formal de trabajo.
 
De los 91 millones de brasileños de clase media, el 58.87 % tienen computador en casa; el 57.04 % van a escuelas privadas; el 46.25 % estudian algún curso superior; el 58.47 % viven en casa propia; y otro dato interesante: el aumento del ingreso familiar se debe a la entrada de mayor número de mujeres al mercado de trabajo.
 
Ya pasó la época en que el hombre trabajaba (patrimonio) y la mujer cuidaba de la casa (matrimonio). Del 2003 al 2008 los salarios de las mujeres crecieron un 37 %, mientras que entre los hombres un 24.6 %, aunque ellos continúan siendo mejor remunerados que ellas.
 
Según la Fundación Getúlio Vargas, el gobierno de Lula sacó de la pobreza a 19.3 millones de brasileños y promovió a otros 32 millones a grados superiores de la escala social, insertándolos  en las clases A, B y C. Desde el 2003 se crearon 8.5 millones de nuevos empleos formales, aunque es verdad que la mayoría de baja remuneración.
 
A comienzo de los años 90 el 15 % de nuestros niños de 7 a 14 años no iban a la escuela; hoy son menos del 2.5 %. El aumento de la escolaridad facilita la inserción en el mercado de trabajo, a pesar de que el Brasil tiene una enseñanza pública de mala calida y una enseñanza privada cara.
 
En cuanto a la educación, están insatisfechas con su calidad el 40 % de las personas con enseñanza superior, el 59 % de las que tienen enseñanza media, el 63 % de las que tienen enseñanza fundamental y el 69 % de los semiescolarizados (ver “La clase media brasileña”, Amaury de Souza y Bolívar Lamounier, SP, Campus, 2010).
 
La escuela hace como que enseña, el alumno finge que aprende, y los niveles de capacitación profesional y cultural son vergonzosos comparados con los de otros países emergentes. ¡Ojalá que en el Brasil hubiera tantas librerías como farmacias!
 
Hoy hay más consumo en el país, lo que los economistas llaman fuerte demanda de bienes y servicios. Proceso, sin embargo, amenazado por la inestabilidad del empleo y el crecimiento de la insolvencia: la clase media tiende a gastar más de lo que gana, atraída fuertemente por la adquisición de productos superfluos que simbolizan ascenso social.
 
La clase media ascendente aspira a tener su propio negocio. Pero la iniciativa en el Brasil se ve dificultada por la falta de crédito, de conocimiento técnico y capacidad de gestión. Y demasiadas exigencias legales y laborales, sumadas a una pesada carga tributaria, multiplican las carencias de pequeñas y medianas empresas y amplían el mercado informal de trabajo.
 
Aunque la clase media tiene en sus manos un poderoso capital político, tiene dificultad para organizarse, para crear redes sociales, para establecer vínculos de solidaridad. Prácticamente sólo se asocia cuando se trata de religión. Además demuestra aversión hacia la política, especialmente debido a la corrupción.
 
No creyendo en la capacidad del gobierno y del poder judicial para combatir la criminalidad y la corrupción, la clase media se vuelve vulnerable a los “salvadores de la patria” –figuras caudillescas que le prometen acción enérgica y castigos sin piedad. Ése fue el caldo de cultivo que permitió el ascenso de Hitler y Mussolini.
 
Reducir la desigualdad social, asegurar una educación de calidad para todos y aumentar el poder de organización y de movilización de la sociedad civil: he aquí los mayores desafíos del Brasil actual.
 
*Teólogo, escritor, autor de “Calendario del Poder”, entre otros libros.

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