Colombia: La hora de la justicia

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 Hay quien dice que la fingida lucha de los paramilitares contra el poder criminal de las guerrillas era en realidad la guerra de una mafia contra otra. De todos modos, de los 177.000 muertos que según nos dicen ha producido este conflicto que el anterior gobierno negaba, buena parte no fue de muertos en combate sino de masacrados con alevosía por bandas armadas contra ciudadanos inermes. Y muchos agentes del Estado cayeron en la trampa de creer que aliándose con uno de los bandos se contribuía a salvar al país, cuando en realidad era una guerra para apoderarse de territorios, o para despejar rutas de la droga, expulsando campesinos y arrebatando tierras.

Para alivio de muchos, el nuevo gobierno, que sin duda representa a la vieja aristocracia y a su intención de restaurar el tradicional poder republicano, no sólo no está estorbando la acción de la justicia, sino que parece consciente de que Colombia no sobrevivirá como país si no emprende un esfuerzo de rectificación de sus viejas costumbres.

No bastan la devolución de la tierra a los campesinos, la reparación de las víctimas, la reconstrucción de la infraestructura que un gobierno de ocho años descuidó y que el primer invierno vino a desbaratar como puente de naipes. No basta el esfuerzo diplomático de reconstrucción de los lazos rotos con las naciones vecinas. El país sigue hundido en la barbarie, millones de jóvenes expuestos al poder corruptor de las mafias, sin oportunidades económicas y sociales, sin el amparo dignificador de la cultura.

Si la vieja dirigencia a la que representa el actual presidente de la República quiere merecer su lugar en la historia y su derecho a seguir siendo orientadora de la nación, tiene que ser capaz de emprender seriamente las tareas económicas, sociales, culturales, científicas y técnicas que pongan a nuestro país en el siglo XXI y le abran horizontes a la comunidad que trabaja, que crea y que respeta los valores profundos de la civilización.

Ya no es hora de cambios cosméticos y de iniciativas formales. Nuestro destino no lo cambiarán decretos ni discursos, sino ochenta millones de brazos construyendo un país que sea de todos. Y a veces pareciera que el presidente Santos entiende esa verdad, una verdad que hace mucho se repite, pero que nadie de su casta, década tras década, quiso oír.

 

*Esxcritor colombiano
 

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