Ecopoemas

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Nació en 1914 al sur, pero no tan en el sur de Chile, apenas en Chillán, un viaje corto en bus o en tren desde Santiago, pero imposible por esos medios desde Magallanes —y eso porque desde Magallanes Chillán es parte del norte y el norte es una geografía compleja y no fácill de imaginar. De cualquier modo no es poca cosa haber nacido en 1914, incluso para un poeta, si a ver vamos (y también para un matemático, con la diferencia que el matemático puede contar los años y el poeta simplemente los vivió: todo sea por la ecología).

 

Los que conocen a Nicanor Parra afirman que se mantiene joven allá en su refugio de Las Cruces, un lugar más o menos intermedio entre Vicente Huidobro y Pablo Neruda (y no muy lejano, según cómo se mire, del otro Pablo, que nació en Licantén, un poquito al norte de Chillán). En Chile casi todos los poetas parecen haber querido nacer al sur de Paine y al norte de Puerto Montt; menos doña Gabriela, claro, enhiesta bien lejos por la Cordillera hacia el norte.

 

Nos desviamos.

 

De cualquier modo y salvando las distancias, de don Nicanor puede decir lo mismo que del whisky Johnnie Walker: camina todavía; si somos justos geológicamente casi-casi que nacieron juntos: no es grande el salto entre 1855 y 1914. Ambos, el whisky y el poeta, tienen merecidamente, además, lo mismo: justa fama. Y para el lector de a pie el precio de un Johnnie, digamos con etiqueta negra, es tan inalcanzable como el de un libro de Parra.

 

Lo que no es, desde luego, responsabilidad suya sino del mercado. ¿Habrá acaso porai un poema de Nicanor Parra sobre el anti mercado? Tal vez toda su producción sea una metáfora sobre los mercados. Y si la vitalidad de don Nicanor nos recordó al caminante escocés, no está de más señalar que cuando el whisky de marras estaba por cumplir 100 años, él publica, 1954, Poemas y antipoemas (que por alguna razón editorial en el título se olvida una de las partes del libro: Cantos a lo humano.

 

Para entonces el autor, ex director de la Escuela de Ingeniería de la Universidad de Chile, ya tenía varios peldaños subidos en la escabrosa y espinuda espiral de la fama poética: allá por 1937 había salido su Cancionero sin nombre, textos que bien leídos hoy como que anuncian las llamaradas posteriores (después de la guerra todos los generales son comentaristas de otras batallas).

 

Con cierta frecuencia, ¡ay quizá por eso de buscar síntesis en procesos que no las admiten!, profesores de liceo y sus alumnos, algunos colegas del autor de Ecopoemas, comentaristas varios, divulgadores ad hoc, en fin, dibujan un Parra que sale como enterito y del huevo de la serpiente Antipoemas para mil años después deslumbrar —la palabra deslumbrar queda bien—, para deslumbrar, decía, con sus Artefactos. Más: muchos incluso le perdonan rigurosamente y sin haber leído ni una línea sus poemas al Cristo de Elqui, eso sí: nada de acercarse a la parriana aventura con maese Shakespeare.

 

(Incidentalmente un intelectual casi de prestigio —en los círculos que de seguro frecuenta— dijo que no quería saber nada con los traductores chilenos de obras clásicas: que el Romeo y Julieta de Neruda era un fiasco y que qué diablos tenía que hacer Parra con MacBeth: es curioso el don de síntesis).

 

Lo cierto es que don Nicanor «epató» a burgueses y no burgueses con los Antipoemas; podríamos aventurar que les mordió su alma retórica de conformismo poético —y que en cierto modo todavía no se conforman, por eso tratan de limarle los dientes: hace muchos años, entre ese ya lejano 1954 y este curioso 2012, en que recibirá de cuerpo presente o en ausencia de cuerpo en Madrid el Cervantes, que abundan auto discípulos, imitadores y seguidores suyos en el proceloso mar de la poesía (que no de la creación), aunque parecen hacer menos daño que los antaño multinerudianos todo terreno.

 

Se nos ocurre, así, que don Nicanor es un poeta político, en el sentido que puede serlo un filósofo de la naturaleza, un chamán de la tribu en vía de extinción, un tipo con buen humor, alguien que ha vivido mucho, ha tomado muchas notas, ha llegado con lentitud a su síntesis, conoció los chistes y duelos de la vida. Ser un filósofo de la naturaleza no es, en estos días aciagos para más de algunos, mirar ovidianamente el pasar de las cosas, echar de menos virgilianamente lo felices que otros pudieron ser.

 

Nuestra naturaleza, si no es la ciudad con sus sótanos, basura, edificios de altura y bares en retirada, es lo que la ciudad engendró en sus hijos; nuestra naturaleza es una trampa de lazo y el modo parriano es desanudar los hilos para conocer la trampa sin convertirnos en ratas, ratones o conejos. Y eso es hacer literatura política (no con la política malos discursos).

 

De hecho en 1983 aparece Poesía politica, donde se incluyen estos Ecopoemas (Y sí, hay mercado y liberalismo y liberal-conservadurismo en la poesía de Nicanor Parra: es cosa de definir lo ecológico sin romanticismo, sin Thoreau —por decir algo—, y, en el plano simplemente humano, el país de las sombras largas queda muy lejos). Todo está dicho en su Manifiesto de 1963.

 

Por eso puede abogar (en Rompecabeza):
No doy a nadie el derecho.
Adoro un trozo de trapo.
Traslado tumbas de lugar.

 

Y luego de eso que los antiguos llamaron parrafada pedir a dios (no especifica a qué dios):

si todavía tiene poder el Señor
que nos libre de todos esos demonios
y que también nos libre de nosotros mismos
.

 

O sea: los Ecopoemas están aquí, donde se encontrarán enlaces a otras obras del poeta y noticia sobre su vida.

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