EEUU-Iraq: se van, no como héroes. Pero dejan 50.000 soldados

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Rivera Westerberg.

El presidente estadounidense Barack Obama estaba contento: anunció el fin de la guerra que su país emprendió contra Iraq. Cumplo mis promesas como candidato, dijo. La verdad, ésa que no tiene remedio, cuenta otra historia, la de su "posguerra" de muertos y mutilados. La de la imposible cuenta de inocentes asesinados, de violaciones, engaños y desprecio internacional.

Lo señaló el periodista Giulietto Chiesa cuando analizaba la invasión de Afganistán: el próximo será Iraq. Y así fue. Por más que asegure el mando militar-político americano que ganó la guerra —y ahorcó a Sadam Hussein—, lo cierto es que la "madre de todas las batallas" no ha terminado. Tal vez por eso Obama aseguró "El sacrificio no termina" con el regreso a casa, a fines de este mes de agosto, de la mayor parte de sus tropas.

Al mando de una desganada coalición internacional  el Pentágono invadió a Iraq en marzo de 2003 aduciendo la existencia de armas de exterminio masivas en los arsenales de ese país: biológicas, químicas, probablemente nucleares. Nunca pudieron probarlo y, al revés, todos los expertos del mundo en la materia descreían de su existencia. Para entonces los "aliados" tenían conciencia de hallarse empantanados en el seco Afganistan.

Iraq será en los años por venir una tremendamente costosa herencia para la sociedad estadounidense; 30.000 soldados —y algunos mercenarios— heridos, muchos de ellos mutilados más los que padecerán en su cuerpo y en su descendencia los efectos de los proyectiles diversos que usan uranio "empobrecido" no harán flamear banderas en los desfiles que —quién sabe— querrán homenajear a los que cayeron sobre su escudo.

Probablemente la inmensa mayoría de los hoy todavía combatientes, por otra parte, querrán olvidar sus actos depredatorios en el país mesopotámico. La guerra por llevar transparencia y democracia a Iraq lo destruyó en su economía y en su tejido social. Los 50.000 hombres y mujeres que permanecerán allí hasta fines de 2011 —parta entrenamiento y enseñanza de las fuerzas armadas y policialales iraquíes es el pretexto oficial (por lo demás una rigurosa mentira)— no harán mucho para para ayudar a comenzar a olvidar el crimen.

Unos 150.000 soldados estadounidenses se encontraban estacionados en Iraq al asumir Obama la presidencia. La duda es si el presidente de  EEUU fue cínico o ciego cuando afirmó:  "Nuestro compromiso va a cambiar de un esfuerzo militar encabezado por nuestras tropas a un esfuerzo civil encabezado por nuestros diplomáticos".

Pocos dudan de que, incluso con férreo control por todos los medios de la vida política y económica iraquí por parte de esos remanentes 50.000 soldados, diplomáticos, mercenarios y, en fin, el cinturón de fuego que EEUU ha extendido por todo el mundo, será imposible detener la descomposición que aqueja hoy a los más de 600.000 hombres en armas que son la dotación militar-policial nacional iraquí entrenada primordialmente por personal del ejército estadounidense, que en total ha hecho viajar a lo largo de los años a cerca de un millón de oficiales y reclutas a Iraq.

Obama afirmó que la violencia en Iraq está casi en los niveles más bajos de los últimos años. En Bagdad piensan lo contrario, y en las ciudades provinciales lo saben. Lo cierto es que la salvaje invasión comandada por EEUU —más allá del comportamiento deleznable de gran parte de sus tropas— ha degradado a límites difíciles de creer la convivencia social, las fuentes de trabajo, los sistemas de salud y educación públicas del país.

Los alrededor de 740.000 millones de dólares que ha costado la aventura ultramarina a los contribuyentes estadounidenses —y de otras partes del mundo— han servido nada más que para enriquecer especuladores y empresas vinculadas a la guerra. Y lo más difícil de comprender es el abismal costo de vidas de no combatientes que pagó y sigue pagando la sociedad iraquí. En julio recién pasado 535 de ellos murieron sin tener arte ni parte en el conflicto.

Es imposible mostrar una estadística seria y completa de cuántos hombres, niños, mujeres han muerto desde el comienzo de la invasión; cuántos al verse atrapados entre dos fuegos, cuányos a título de "daño colaterial", cuántos producto de los atentados, cuántos por enfermedades curables o simplemente asesinados por los soldados que los invadieron para "salvarlos de Sadam Hussein".

Mientras ello no se aclare, mientras, además, no se sepa qué pasó con los tesoros arqueológicos y culturales de la cuna de la civilización, la bandera estadounidense tiene motivos para lucir un crespón negro, de luto, y la ciudadanía estadounidense razones para meditar acerca de cómo van a pagar esta nueva deuda contraída con la Humanidad.
 

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