El escándalo del oro congoleño

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Alejandro Tesa
Comencemos, no por el principio, sino por el final –que el principio, "la colonzación", sería más sórdido y más complejo–: el final es que un aventurero español casó con la hija de la vicepresidenta del Congo, en junio de 2007, y se la llevó a España, pero no como el marinero a la niña Isabel de La Habana que cantó Carlos Cano, sino para hacer negocios. Nos les ha ido muy bien, y la suegra del español tiene que ver más de algo con el asunto.

Un año y medio después de la boda ofreció en el mercado del oro un "paquete" de 3.700 kilos por algo menos de cien millones de dólares: no resultó. Y el negocio era de otros. ¿Los mineros? Bien, gracias.

Dos países africanos destacan en estos días por algo más que el VIH que comparten: Zimbabue por el cólera, el ántrax y el hambre y la República Democrática del Congo por las matanzas de guerra civil, los diamantes y el oro. Ambos son resultante y no un mal ejemplo del proceso "civilizador" de la colonización europea a lo largo del siglo XIX y primera mitad del XX, que dejó naciones divididas, sembró odios, levantó fronteras artificiales y dejó detrás un reguero de ignorancia y corrupción. Menos mal que últimamente la buena moral "yanqui" pone las cosas en su lugar. O las complica más.

Nada de eso preocupa ni interrumpe el sueño de don Pedro del Campo y su cónyuge Nyasha Mujuru de Del Campo luego que se retiran al vasto dormitorio de la residencia que ocupan a unos 28 kilómetros de Madrid, en el carísimo y exclusivo Soto de Viñuelas. Solamente que Nyasha no es cualquier hermosa mujer casada con un europeo que posterga su maternidad "para más delante". Su madre se llama Joyce Mujuru, es la vicepresidenta de Zimbabue y –dicen– uno de los más fríos cerebros detrás del gobierno eternizado del presidente Mugabe.

Y mujer peligrosa: cuando integraba el movimiento guerrillero por la independencia de la región, a los 16 años derribó un helicóptero artillado con una ametralladora. Su marido, Salomon Mujuru, es el jefe del ejército desde 1980. Ambos –acusados de corruptos– tienen intereses en el sector minero y una gruesa cartera de inversiones y depósitos en distintos paraísos fiscales. El departamento de soltera que alquilaba Nyasha en Madrid costaba apenas € 3.000 por mes. Guardan discreción acerca de lo que cuesta mantener la casa del matrimonio en la actualidad.

Cabe señalar que el índice de cesantía en Zimbabue se estima entre un 90% y 94% y que un 75% de los zimbabuenses no come lo suficiente –datos de la ONU–. La elite aprendió la lección capitalista europea.

Dados los negocios de los Mujuro a nadie sorprendió que en octubre de 2008 Del Campo se instalara en el cinco estrellas hotel Grand Regency de Nairobi, Kenia, para hacer algunos tratos por cuenta de la familia. Del Campo no es un recién llegado a la buena sociedad de Zimbabue. Antes de su matrimonio era conocido como hombre de Mugabe. Probablemente el casorio fue para en cierto modo oficializar al modo mafioso esos vínculos.

El caso es que en Nairobi, presuntamente por cuenta de sus suegros, don Pedro estaba listo para una operación –por otro lado habitual– en el resbaloso terreno del oro sangriento que se extrae del Congo. Esta vez era vender 3.700 kilos; un buen negocio para el eventual comprador: el metal se vendía por debajo del precio oficial; a cambio ¿para qué hacer preguntas que de todos modos no conducirían a nada? En las minas de donde se obtuvo la mercancía trabajan niños y adultos, los accidentes y enfermedades son habituales y los servicios médicos nulos. Con el dinero del oro, dicen, se iba a adquirir armas en el vasto mercado –legal o no– que las vende para África.

Algo falló, quienes iban a comprar el oro, representantes de Firstar Europe Ltd., del Reino Unido, terminaron por desparramar urbi et orbi que se trataba de "oro indeseable" proveniente de un régimen sometido a sanciones internacionales, que incluyen la interdicción de hacer negocios con él. Peor aún: el vicepresidente ejecutivo de Finstar afirma que fue la propia Nyasha de Del Campo quien propuso esa transacción. Nyasha estudió en Suiza, España e Inglaterra, donde al parecer se graduó en la Universidad de Suffolk.

No era ella el problema, tampoco su movedizo cónyuge; el problema era Joyce Mujuro, que ocupa un incómodo lugar de privilegio en el negro listado de quienes violan los derechos humanos y se han enriquecido de manera ilícita. Lo que fue "normal" para los europeos y es ahora para los estadounidenses no lo es para los africanos. Las buenas costumbres se imponen –para los demás–. Y eso se llama progreso. O mirar la paja en el ojo ajeno.

Al parecer el negocio comenzó a hacer agua cuando los de la empresa aparentemente británica manifestaron que, en fin, necesitaban alguna seguridad de que la procedencia de las casi cuatro toneladas de oro estuvieran debidamente blanqueadas, porque no transaban con oro del Congo por cuestiones morales y de prestigio de la firma. "No hay problema, en 10 minutos puedo cambiarle la procedencia a Kenia" (donde no hay minería aurífera) habría dicho la señora de Mujuro de Del Campo.

Eso bastó para despertar los mejores instintos de la Firstar: "Fue la indicación final de que esas personas eran criminales", dicen ahora. El oro procedente de la República Democrática del Congo no está sometido a embargo por ningún organismo internacional; la decisión de comercializarlo depende de los interesados Una cuestión de moral, se diría. Informes de Naciones Unidas, en todo caso, indican que a lo largo del tiempo ha habido connivencia –también querellas– entre las capas dirigentes de Zimbabue y El Congo en el saqueo de recursos naturales de la República Democrática del Congo. De cualquier modo la Firstar puso a los Del Campo en compañía de la señora Mujuru –la empres se llama Onesfara–, en la lista negra de los prohibidos a principios de diciembre pasado, una vez que se acabaron las negociaciones Además informó al Departamento del Tesoro de Estados Unidos y al FBI –¿empresa británica?–, que los incluyó en sus propias listas de indeseables.

Naysha Mujuro afirma que los ingleses –de la compañía en definitiva estadounidense– sabían "de un comienzo" con quien trataban. Firstar dice que no tenía la menor idea, que lo averiguaron después. La Firstar la fundó en 1986 el ex Gobernador de La Florida, EEUU, Wayne Mixon, y en su consejo directivo figuran Rudolf Kraus, ex parlamentario alemán, y Bill Grant, ex presidente de la asociación de banqueros de La Florida. La compañía está especializada en el comercio de materias primas y, además de en Europa, tiene operaciones en Ecuador, Jordania, Iraq, Kuwait y Dubai.

La señora De del Campo tiene una versión que difiere más de un poco de la que se ha hecho oficial. Asegura que la venta se paralizó porque pidieron –como es de estilo– "una garantía de pago a Firstar y no nos la quisieron dar". Luego comenzó la campaña de difamación: "Me amenazaron con que si no llevábamos el oro a Suiza nos meterían en una lista negra y lo hicieron" (…) Nosotros vendemos maíz de Argentina o azúcar de la República Dominicana. Era la primera operación con oro que hacíamos".

El matrimonio Del Campo Mujuru no ha dejado su "chalet" de un millón de euros; la señora Mujuru sigue en la vicepresidencia de Zimbabue –probablemente reemplazará en la presidencia al muy enfermo Mugabe si los fusiles de la oposición no mandan otra cosa–; Fistar continúa con sus negocios: las armas que se quería comprar con el oro probablemente se hayan comprado igual, pagándolas con otra fuente financiera.

El oro debe estar en Kenia o tal vez haya sido comprado por otra compañía; su custodio y transportista, un hombre del gobierno congoleño incidentalmene, calla. Los mineros siguen jodidos.

Fuentes:
– http://www.soitu.es
– www.elmundo.es
– www.un.org
– Agencias de noticias internacionales
– www.elpregon.org

Las imágenes de los trabajos en una mina de oro en El Congo pertenecen todas al reportero gráfico Finbarr O’Reilly, y han sido publicadas por diversos medios periodísticos, originalmente distribuidas por la agencia británica Reuters.

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1 comentario
  1. José Cuervo dice

    Desde luego la gente que está explotando a los mineros del Congo, no merece ni el aire que respira.
    De todos modos, de la empresa que se habla aquí Firstar, tiene por costumbre amenazar con incluir, a cualquiera que no se plegue a sus deseos y peticiones, en su famosa lista.
    Son todos de la misma calaña.

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