El legado de Juan Pablo II: la Iglesia de la imagen

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

fotoA rey muerto, rey puesto, dice el proverbio. Significa que la vida continúa, que existe un remedio para todo, que nadie es insustituible. Es sabiduría antigua y se respeta. Pero esta vez no vale: la figura de este papa romano ha sido tan “mundial” que opaca a todos los precedentes. Y no sólo por su evidente grandeza como Pontífice de la Iglesia de Roma.

Los casi 25 años de su reinado coincidieron prácticamente con la irrupción de la televisión como factor de peso en la política mundial. Existía hace tiempo, pero fue justamente en estos 25 años que el canal catódico fue literalmente explotado como “lugar” de la vida colectiva, como centro de la política, como dominador del imaginario colectivo y como su príncipe creador.

Juan Pablo II fue el principal beneficiario de esta explosión. Su figura fue televisiva por excelencia, capaz de opacar a todas las aque le precedieron. Sus casi 200 viajes al exterior multiplicaron el efecto del “hombre vestido de blanco” y sus encuentros con los jefes de Estado de casi todo el planeta, sin importar bajo qué régimen gobernaran, lograron que todos los canales de televisión de los países más diversos, se vieran prácticamente obligados a multiplicar su figura. Un “efecto espejo” multiplicador al infinito.

Sólo las imágenes de las guerras de estos años, han competido con las del papa, obstinado viajero, dispuesto a exhibir también su sufrimiento, a hacer visible “su martirio”, convertirlo también en catequesis, en enseñanza y en crítica.

Hasta el último vimos esas imágenes suyas inolvidables –desde aquella ventana en la Plaza San Pedro– tratando de hablar y comunicar con su propia voz. Y al no lograrlo manifestaba su impaciencia, su rabia, con un gesto imperioso de contrariedad, agitando la mano enferma en un púlpito inútil.

Se escribió en los días de la agonía que precedió a su muerte, que probablemente había en torno a él una sabia dirección capaz de utilizar el medio televisivo para potenciar desmedidamente las capacidades de su magisterio misionario, y la personal capacidad comunicativa que Karol Wojtyla sabía exprimir.

fotoNo creo que haya existido mejor director que el mismo papa. Pienso que fue justamente él quien intuyó y comprendió profundamente la potencialidad del principal medio de comunicación. Intuyó en el sentido de que percibía las cosas como un actor consumado. Pero además entendía gran cambio del mensaje del cual él era autor partícipe y consentidor.

Juan Pablo II había comprendido que en el mundo televisivo no se podía concebir más la catequesis, la transmisión de las ideas, como un hecho interpersonal, directo, sin interferencia. Como todo es mediado por los medios de comunicación –parecía pensar– entonces nada debía estar fuera de ellos.

Que Karol Wojtyla lo supiera y lo pensara lo demuestran sus siempre agudas reflexiones acerca de la televisión. Era “popperiano”, en el sentido que, como Karl Popper, pensaba que la televisión era peligrosa para la mente de los espectadores, para la educación de los niños. Nunca dijo que la televisión no se debe ver (habría contradicho su comportamiento práctico respecto al mensaje televisivo). Pero muchas veces advirtió sobre la manipulación de la que se puede ser objeto. En repetidas ocasiones fustigó duramente la carencia de sentido de responsabilidad que muestran muchos, demasiados, operadores de la información y de la comunicación.

Libertad, pluralismo, búsqueda de la verdad, fueron sus repetidas exhortaciones, pero siempre acompañadas de la absoluta conciencia, precisamente explícita, de la necesidad de controlar un medio cuyo significado social es demasiado evidente.

Hay otra prueba de que este papa seguía una línea de razonamiento en materia televisiva. Más de una vez, en alguna de sus variaciones sobre el tema, en discursos donde se planteaban otros asuntos, en diversos contextos, Juan Pablo II logró formular reflexiones agudas, modernísimas sobre los mensajes que conciernen al homo videns, al hombre que ve.

Como cuando escribió que “las imágenes se sedimentan”. Se refería justamente a las imágenes televisivas. La observación es relevante porque contradice la opinión corriente, el sentido común, la idea de la transitoriedad de la imagen y su carácter efímero. No, Wojtyla había comprendido bien aquello que muchos estudiosos de las ciencias de la comunicación, de muchas universidades, todavía no entienden: las imágenes tienen un efecto acumulativo y cuando se repiten por mucho tiempo, quedan en alguna parte de la psique, en el inconsciente, o apenas bajo el estrato superior de la conciencia.

Las imágenes forman parte del sistema nervioso reptiliano y entran en simbiosis con él. Las imágenes son más “animales” que cualquier pensamiento.

Ciertamente lo han comprendido bien los publicistas que las usan, detenidas o en movimiento, con trucos riquísimos. Pero me golpeó al sentirlo de la boca del último papa. Me di cuenta que había comprendido de qué manera un montón de imágenes negativas, engañosas, contaminantes de la ecología de la mente humana, pueden transmitir ideas y fijar conceptos más eficazmente que cualquier otro vehículo de comunicación.

El materialismo del consumo y la ideología capitalista, vencedores del polémico comunismo, le parecían –de hecho lo son– como rellenos de estos mensajes, pero más que nada creía que eran los inventores de esta comunicación distorsionadora y brutal. Al lado de aquellos, la enseñanza atea comunista le debió parecer absolutamente elemental.

Su carácter pedagógico explícito la hacía mucho menos peligrosa, casi inofensiva en comparación de la refinadísima gama de sistemas de manipulación indirecta en el que las ideas pasan a través de canales absolutamente diversos a los pedagógicos. Se cuelan por la diversión, la publicidad, las comunicaciones que aparentemente carecen de contenido e incluso ni siquiera pretenden enseñar algo.

Juan Pablo II había comprendido que este ateismo material era más peligroso del comunista.

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* Periodista y escritor italiano, diputado del Parlamento europeo.

Traducción del artículo: Ximena Villanueva

El ensayo de Giulietto Chiesa La guerra infinita -el mundo después de la invasión a Afganistán- está disponible en castellano publicado por Ediciones del Leopardo y la revista chilena El Periodista.

La obra se puede consultar sin costo alguno Aquí.

A raíz de la muerte de Juan Pablo II, puede también leerse en Piel de Leopardo:

La elección del nuevo papa.

El papa ha muerto, ¿vive la religión?

Detrás de la agonía de Juan Pablo II.

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