El Salvador, falta de respeto a la literatura universal

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Salvador Juárez.*

Un atentado contra la enseñanza de la literatura en El Salvador y otra discriminación hacia los bolitos, en una sola diatriba pastoral. En el titular resumo lo que he de destacar enseguida, luego de reflexionar sobre lo que en un canal de televisión le escuché esta semana a un Pastor evangélico, dentro de su alocución a propósito del decreto aprobado por los 45 diputados “biblistas”.

Al enfatizar en que sí hay que leer la Biblia en los centros escolares (sin querer entrar por mi parte en ese tema), el referido pastor decía, en apenas unos segundos, más o menos lo siguiente: por qué no se va a leer la Biblia, si en las aulas se leen las obras de borrachos como Edgar Allan Poe, quien —según aseveraba el pastor— había escrito sus obras en sus delirium tremens. Con tono semejante le dio continuidad a su creencia vertida…

Lo lamentable de este episodio fue el gesto impulsivo y arrogante con que se vio y escuchó tal expresión. Digo lamentable, por provenir de un pastor aparentemente de sensibilidad social y de un amplio criterio humanista, y sobre todo, porque se dio en un marco en el que se estaba hablando de valores humanos y espirituales en contra de la violencia.

Quizá se habría dejado escapar ese arrebato en que afloró el desconocimiento sobre el autor citado, y se habría tomado como un lapsus de sacerdote llano de nuestra provincia, de “nuestra cultura del anantes”; pero, cuando ya el mismo religioso menciona, sin la menor pizca de humildad, que él es miembro del Consejo Nacional de Educación, precisamente del Plan Social Educativo Vamos a la Escuela, entonces “ya cambeya la cosa”, como dijo Chepe Viejo en mi pueblo.

Y es que, con ese aire asumido, se trata ya de un ente de Educación el que da ese punto de vista, lo cual significa que se está opinando desde esa perspectiva, o rol, sobre un autor de la talla universal como es Edgar Allan Poe. Y tratarlo con ese tono despectivo, no ha sido sino una crasa falta de respeto a la literatura universal por parte de un vocero de esa cartera.

Denota también el pensamiento que puede incidir en esos ámbitos en donde se dilucidan aspectos relacionados con la enseñanza de la literatura en El Salvador. Aspectos que por cierto requieren mucho cuidado, porque allí han de desarrollarse juicios sobre estética, gusto literario, sociología de la literatura, etc. (sólo para mencionar algunos criterios importantes). Y lo sucedido es, contrariamente, la evidencia de una mentalidad prejuiciosa que podría tender a otras proscripciones fundamentalistas y atentar en contra de la libertad de cátedra.

Con solo esa expresión: obras de borrachos como Edgar Allan Poe, se refleja el carácter y la visión del emisor, cuyo marco conceptual denota la falta de referencias valorativas; y si es peyorativo y discriminativo el concepto, se está llevando en la colada a muchos excelsos creadores, nacionales, regionales y universales, contemporáneos y antiguos, clásicos y vanguardistas.

Ahora bien, ya con relación a la raza, al gremio de borrachos que, en el caló de los teporochos, charamileros y zumberos, son la “banda”, la “pandilla” o la “mara” sin las connotantes actuales por supuesto, sino como sinónimos de marabunta, pacotilla, bróderes, etc. allí, digo, esa palabra “borrachos” no ofende cuando se pronuncia con un sentimiento carnal, de farra, o con el dejo de la poética daltoniana; pero cuando ya se vocea con cierta carga ofensiva, emergiendo tal como brotó en la trama suscitada, deja mucho qué pensar.

Por ejemplo ¿y qué no se dice que los borrachos no son los inmorales, ni son los desvergonzados que creía la vetusta concepción inquisitorial del juez-y-parte, sino que también son víctimas de la sociedad, o cuando menos adolecen de una enfermedad multifactorial? ¿Entonces por qué ese tono despreciativo?  ¿Dó queda —como diría el mester de la cuaderna vía— el cristiano que da la mano a su hermano?

Sugiero a los interesados en ampliar el concepto sobre Poe, degustar los ensayos de profundidad que, acerca de este autor y su obra, escribieron Charles Baudelaire, Rubén Darío, Paul Valery, Jorge Luis Borges y Julio Cortázar, entre otros. Claro que al saber los tabús acerca de Baudelaire y Darío, otro prejuicioso podría vociferar: “¡Ah, ese par de compinches de Poe, uno fue borrachín y el otro un opiómano!”  Mismo que nos pasaba a los Cinconegritos cuando difundíamos a Roque Dalton, en los 80: que los que querían parar nuestra labor cultural —subversiva dentro de la subversión—, nos imputaban que mencionar a Roque era anti unitario, por lo cual no había que pronunciar ni siquiera flor, abeja, lágrima, pan, tormenta; pero al ver que Dalton era uno de nuestros paradigmas y no cejábamos, terminaban los susodichos comisarios oportunistas despotricando sandeces como la siguiente:

“¿Quién ha sido Dalton, si no un borracho pequeño burgués empedernido?” Y con esto, osaban sepultar su obra literaria y su pensamiento revolucionario.  ¡Ah la historia y sus recodos non gratos, e ingratos!… ¡Y pensar que sigue así, que es lo peor!

(P.S.: Hasta aquí entonces mi parcial opinión, mi reacción coherente con el sector de los hacedores literarios. Lamento no tener una grabación, ni una transcripción de la expresión exacta sobre Poe, para decir como aquél: “a las pruebas me remito”. Reitero entonces que la frase fue “más o menos” como la que he dejado escrita, y la intención ha sido comentar este punto específico en torno al talento extraordinario de las letras.

Pienso que sería todavía más deplorable si la locución hubiese sido: “obras como las del borracho Edgar Allan Poe”.)

En www.diariocolatino.com, Trazos culturales.

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