Elecciones en Estados Unidos: Obama desafía al racismo en las urnas

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Roberto Aguirre*

El demócrata podría convertirse en el primer presidente negro del país si logra vencer los temores de una sociedad conservadora. El efecto Bradley, el lastre de McCain y las consecuencias para América Latina. 
 
Corría 1982 en California, Estados Unidos. El demócrata Tom Bradley y el republicano George Deukmejian competían para gobernar el populoso Estado de la costa oeste. Las encuestas dieron como vencedor al demócrata durante toda la campaña. Sin embargo, gano el republicano, por estrecho margen.
 
EL FANTASMA DEL RACISMO SOBREVUELA EN LAS ELECCIONES PRESIDENCIALES
 
El marketing político de Estados Unidos, tan capilar, tan ubicuo, perdió de vista un elemento central: Bradley era negro. Estas elecciones dejaron una valiosa lección, hoy convertida en teoría por los expertos en opinión pública. Existe en el país un racismo latente y profundo, que no aparece en las encuestas, que le escapa a los números. Algo así como una xenofobia escondida, que no se muestra por pudor, pero que ejerce una increíble fuerza en la muñeca que deposita boletas en una urna.
 
A horas de las elecciones presidenciales en Estados Unidos, el denominado “Efecto Bradley” parece ser la única esperanza del republicano John McCain, varios puntos debajo de su contrincante, el demócrata Barack Hussein Obama, un outsider político que es negro, de origen musulmán y que vivió en Indonesia.
 
Si de esperanzas se trata, más allá de los favoritismos en los sondeos, el “afroamericano -apelativo elegante utilizado en el país para llamar a los hombres de color- deberá lograr una ampliación del electorado histórico, que suele representar el 50 por ciento de los ciudadanos registrados para emitir su sufragio.
 
Aquí también avanza varios casilleros delante de McCain. Según algunas aproximaciones, en estas elecciones el número de votantes crecerá entre un 10 y un 20 por ciento, pese a que no hay modelo teórico para medir ese incremento. Entre ellos se espera una mayor afluencia de latinos (se espera que voten 12 millones de hispano parlantes) y de negros, cuya concurrencia a las urnas aumentaría un 90 por ciento, según los especialistas.
 
De todas formas, no hay que perder de vista que los sondeos suelen ser engañosos. Más allá del efecto Bradley, hay contados antecedentes de números engañosos, como ocurrió en 2004, donde el favorito demócrata, John Kerry, perdió las elecciones frente al actual presidente, George W. Bush. De hecho, el propio Obama es ejemplo de esto, ya que él torció las encuestas en las primarias, cuando venció a su oponente Hillary Clinton.
 
En los últimos días, ambos candidatos centraron la campaña en cautivar al electorado de los “swinging states”, aquellos estados que aún permanecen indecisos y pueden orientarse hacia cualquiera de los dos contrincantes. Con este escenario, Ohio y Florida aparecen como dos regiones claves por la cantidad de electores que reparten.
 
Según Real Clear Politics, sitio independiente que hace un exhaustivo promedio de encuestas, Obama posee por estas horas alrededor de 250 electores asegurados y la posibilidad de ganar otros 70. Si se considera que son necesarios 270 representantes para ganar las elecciones, el demócrata es el claro favorito.
 
Por su parte, McCain no alcanzaría esa cifra ni sumando los 85 electores de los estados que aún no definen su voto según los sondeos.
 
Pero la victoria de los demócratas podría ser aún más rentable. Además del Presidente, el partido podría alcanzar la preciada suma de 60 senadores, cantidad suficiente para impedir maniobras de bloqueo por parte de las minorías.
 
De todas formas, detrás de los números, hay dos candidatos con distintos propuestas.
 
En principio, y por primera vez en la historia, un negro podría convertirse en presidente de los Estados Unidos. “Creemos en el cambio”, dice el lema de Obama, que encarna al americano joven, exitoso, que quiere terminar con los fósiles del partido republicano. Su andar es sereno y distendido, su oratoria impecable. El demócrata destila éxito a cada paso y sus asesores lo saben. Por eso lo retratan subiendo a aviones, de perfil, pensante y con el saco al hombro. Obama hace inevitable la comparación con John Fitzgerald Kennedy y su sonrisa carismática.
 
Del otro lado, McCain apela a la experiencia. Ex combatiente de Vietnam, el republicano es el hombre duro, de cuero curtido. Él vivió el terror de la única guerra que perdió el país (sin contar las derrotas no declaradas de El Salvador, Irak y Afganistán). Él tuvo que decirle a las madres que sus hijos habían muerto en la selva, en un remoto paraje de oriente donde arreciaba el comunismo. McCain es la garantía de orden frente al caos, la mano que mece la cuna de una sociedad que ve cómo peligra el american way of life, amenazado por el terrorismo internacional, el Eje del mal o el fantasma financiero.
 
LA CRISIS ECONOMICA HIZO CAMPAÑA EN BOCA DE LOS CANDIDATOS
 
Y fue precisamente la crisis financiera internacional la que sacudió el tablero. Los tres debates televisados dejaron extraordinarias e inéditas postales de los candidatos a presidente criticando a Wall Street. Pero no hubo propuestas en términos globales y ambos candidatos tomaron posturas similares sobre la sangría de liquidez en los bancos. La crisis fue para Obama y McCain una excusa más para ofrecer su paquete de cambios orientados a la economía doméstica, tema altamente rentable en votos.
 
Sus principales diferencias fueron en el tema de impuestos. Mientras el republicano planea un recorte total, el demócrata propone un paquete redistributivo donde se exime a los más pobres y se grava a los más ricos. Su intención le valió el mote de “socialista”, un artilugio más de los republicanos para sumar temores sobre la imagen del senador por Illinois.
 
También se cruzaron en el tema caliente del seguro médico. Alrededor de 45 millones de estadounidenses carecen de cobertura. Mientras que McCain propone entregar esa responsabilidad al mercado, incentivando la competencia, Obama se inclinó por una fuerte acción del estado para garantizar el servicio a los sectores cadenciados. Diferencias, que no son menores y hablan de distintas matrices políticas.
 
Pero McCain carga con dos pesados lastres. El primero son los ocho años de gestión de George W. Bush, cuyo cierre estelar es la peor crisis económica desde el 30. Déficits gemelos, recesión y desesperanza en el plano interno. El republicano se derrumbó en el imaginario estadounidense al igual que lo hizo la ciudad de Nueva Orleans con el huracán Katrina, que dejó cientos de muertos y miseria en las entrañas de la nación más poderosa del mundo.
 
En el plano externo, la “guerra contra el terrorismo internacional” socavó la confianza. El ala dura del Pentágono se embarcó en dos batallas interminables que, lejos de estabilizar Medio Oriente, representan un verdadero caldo de cultivo para grupos insurgentes que cada vez tienen más poder operativo. En el medio, alrededor de medio millón de muertos sólo en Irak y un acuerdo de seguridad que no logra concretarse por falta de articulación política. En las guerras cayeron en combate más estadounidenses que en los atentados a las Torres Gemelas.
 
LA POLITICA EXTERIOR: UN ASUNTO DE ESTADO ELECCIONARIO
 
Lejos de revisar su política, Washington sigue con el dedo en el gatillo: ataques unilaterales en Pakistán y Siria, son las señales más recientes de que no se respetará ninguna norma internacional con tal de garantizar la seguridad interna, eufemismo que en realidad habla de una vocación imperial jamás satisfecha.
 
Irak dividió a los candidatos. Mientras el republicano se inclina por mantener e incluso aumentar las tropas para “ganar la guerra”, Obama prefiere aprobar un calendario de retiro para concentrar fuerzas en Afganistán y Pakistán. Mientras el ex combatiente de Vietnam fustigó a Irán y a Siria y apuntó contra el perfil dialoguista de su oponente, Obama dijo que prefiere la diplomacia, incluso “sin condiciones”.
 
Pero, si hasta aquí el perfil del demócrata parece más progresista, hay que considerar un indicio que es fundamental: por primera vez, un candidato que tiene serias chances de llegar al Gobierno reconoce a Jerusalén como capital de Israel. Ni siquiera el ala más dura de los republicanos, aún con su condescendencia al estado hebreo, había desconocido el mandato palestino y las propias disposiciones de Naciones Unidas que le dan status internacional.
 
Volviendo al republicano, McCain intentó despegarse del lastre de Bush, pero lo logró a medias. Y cuando se hundía en picada apareció la salvación mediática. Sarah Palin, la ignota gobernadora de Alaska que fue música para los oídos de los conservadores: “Yo soy una madre. La única diferencia entre una madre y un pit bull es un pintalabios” dijo la republicana cuando aceptó formalmente su cargo. Sin embargo, la luz brillo poco. Su falta de preparación para explicar los planes de gobierno y un escándalo vinculado a sus excesivos gastos en ropa cavaron su fosa. McCain cayó en las encuestas en la recta final, mientras Obama se baña con el polvo de las estrellas de Hollywood que, con excepción de Arnold Schwarzenegger, lo apoyaron masivamente.
 
Pero las simpatías hacía el demócrata se extendieron más allá del valle de California. Distintas encuestas realizadas en varios países reflejaron que Obama es el preferido del mundo.
 
LAS FUTURAS RELACIONES ENTRE ESTADOS UNIDOS Y AMÉRICA LATINA
 
En América Latina, varios mandatarios, entre ellos la presidenta Argentina, Cristina Kirchner y más recientemente su par de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, se orientaron por el demócrata. Es que los planes de los candidatos pueden alterar sensiblemente la realidad de esta región. La muestra más cabal es la desatención del gobierno de Bush al denominado “patio trasero” de su país, que le valió un rechazo rotundo al proyecto de la Alianza de Libre Comercio para las Américas (ALCA), iniciativa de Washington que pretendía ser el ariete de este siglo para intervenir el subcontinente.
 
De hecho, a la distracción de la Casa Blanca le correspondió una ola de gobiernos progresistas y una creciente imagen negativa en la región, con excepción de Colombia, donde la Casa Blanca continúa con sus ensayos bélicos con miras al resto del subcontinente.
 
La gran cantidad de votantes hispanos -45 millones, de los cuales votarán unos 9-, obligaron a los candidatos a explayarse sobre América Latina. Fieles a sus orígenes, McCain optó por defender los acuerdos de libre comercio con Colombia y México así como criticó duramente a Cuba para cautivar a los anticastristas de Little Habana en Miami.
 
Obama, en cambio, defendió la diplomacia frente a las armas y no negó sentarse a conversar con el presidente venezolano, Hugo Chávez, que hoy materializa para Washington todos los fantasmas del comunismo. De la misma forma, se mostró más bien reacio a los acuerdos de libre comercio con la región y se orientó a defender el trabajo de los estadounidenses.
 
Pero, así como se mencionaba anteriormente, todo el progresismo que sugirió pareció derrumbarse con la elección del ex secretario de Estado de Bush, Collin Powell como asesor en política exterior. Powell, también afroamericano, fue uno de los principales publicistas de la guerra y el encargado de defender ante la ONU la invasión al país árabe por medio de la falaz excusa de la presencia de armas de destrucción masiva, jamás encontradas.
 
Por otra parte, la inmigración escapó a la campaña. Considerado uno de los temas clave para las elecciones, fue relegado a un segundo lugar por su incomodidad electoral. Tanto Obama como McCain propusieron que se le de ciudadanía a los casi 12 millones de indocumentados que hay en el país, pero eso les valió el rechazo de los sectores duros, que temen una inmigración masiva.
 
Con más similitudes que diferencias, ambos candidatos enfrentarán las urnas el martes 4 de noviembre. Todo indica que Obama se convertirá en el primer presidente negro de la historia estadounidense. Pero para ello, no sólo deberá vencer a McCain, sino que deberá enfrentarse al temor, al racismo y al conservadurismo de una sociedad que en 2004 le dio la reelección a Bush.
 
Seguramente, cuando el lector y/o la lectora, termine de leer este artículo, el mundo sabrá quién es el nuevo Presidente de Estados Unidos.
 
Pese a esto, vale la pena esta reflexión. Una vez más, como ocurre cada cuatro años, el destino del país más poderoso del mundo queda en mano de algunos pocos millones de personas, que decidirán quien comandará la maquinaria que mueve al globo. Quizás deban tener presente aquella frase de George Washington, padre de la primera “democracia moderna del mundo”: “El gobierno no es una razón, tampoco es elocuencia, es fuerza. Opera como el fuego; es un sirviente peligroso y un amo temible; en ningún momento se debe permitir que manos irresponsables lo controlen”.

* Publicado en APM

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