Faride Zerán, periodista: – »EN CHILE EXISTE UNA MEMORIA SANCIONADA»

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

Ha dirigido y participado en todos los medios de prensa del Chile independiente: el diario La Época; la revista Rocinante, la Escuela de Periodismo de la U; Televisión Nacional (TVN); pero hay cosas que no se pueden leer en Internet sobre ella: he sido testigo del cariño y respeto que le guardan las y los escritores en la América nuestra; por ejemplo, hace un par de días visité al poeta Gonzalo Rojas en Chillán y lo único que preguntó: «¿Cómo está mi niña Faride?»; el año pasado Sergio Pitol me dijo: «¿Cómo fue que cerró la revista Rocinante?»; Elena Poniatowska se hace la misma pregunta «¿y Faride cómo está ella, qué está haciendo?»

En México Juan Gelman insistió: «Dale, contame de Rocinante y su directora, sé de ella por Jorge Boccanera». Cada vez que José Saramago o Carlos Fuentes visitaban Chile le concedían entrevistas exclusivas a su querida Faride; Antonio Skármeta la invitó como crítica literaria a su Show de los Libros en TVN (1993/2002); y la lista podría ser interminable. Luis Sepúlveda en Le Monde Diplomatique (noviembre, 2005) calificó a Rocinante como «la revista cultural más inteligente de Latinoamérica».

Yy cómo no ser la mejor revista del continente, cuando ella y el editor fundador José Miguel Varas (Premio Nacional de Literatura 2006) reunieron a un Consejo Editorial de primer nivel. Por espacio quedaron muchos temas en el tintero, su libro La Guerrilla Literaria (Fondo de Cultura Económica, 2005) sobre Neruda y sus detractores chilenos; la polémica entrevista que le hizo a Roberto Fernández Retamar en La Habana sobre Neruda y sus detractores cubanos en 1966; pero sobre todas las cosas destaca el diálogo: Nicanor Parra y la lección de Rulfo que le valió el Premio José Martí (Cuba, 1992).

Ya habrá tiempo para seguir conversando…

–¿En qué momento de tu vida decides estudiar y ejercer el periodismo?

FZ.-Desde muy temprana edad asumí que lo mío era la lectura y la escritura; desde niña fui una voraz lectora de todo cuanto caía en mis manos, lo que despertó aún más mi curiosidad por lo que me rodeaba. Pero no fue fácil convencer a mi padre que su hija mayor debía emigrar del sur profundo a Santiago, para estudiar periodismo. Más que prejuicios, que sin duda los tenía en contra de nuestra profesión, era exceso de cariño. En 1968, ingresé a la Escuela de Periodismo de la Universidad de Chile. Fue el año de la reforma universitaria y de manifestaciones y convulsiones propias de un tiempo interesante.

Mientras cursaba mis estudios universitarios ejercía el periodismo. Para mi era como respirar. Mi primer artículo publicado en Santiago fue en 1969, luego de la masacre de Pampa Irigoyen en Puerto Montt, en la que murieron baleados por fuerzas policiales varios pobladores que se habían tomado el lugar. Llegué a las horas de esos sucesos, estaba en la ciudad visitando a mi familia, por lo que no dudé en partir con grabadora en mano a indagar qué había ocurrido. Luego trabajé como guionista en la Televisión Pública y compartía un programa de entrevistas.

Curioso, treinta años después regreso a la Escuela de Periodismo como directora, y a Televisión Nacional como parte del directorio. Todo esto mientras paralelamente hacía periodismo. Más que una profesión, el periodismo para mi es una forma de vivir, de ser, de existir. Pero no mecida en las plácidas aguas de la tontería, del espectáculo, o la banalidad sino en esas turbulentas que tienen que ver con los tiempos interesantes a los que interpelas desde la política o la cultura.

Por ello no es casual que para el golpe, cuando tenía 23 años, y mientras caminaba por la calle rumbo a la casa de Marta Harnecker , quien era la directora de la revista Chile Hoy en la que yo trabajaba, me tropezara en los kioscos con la portada de la revista que contenía el rostro de mi entrevistada, una mujer mapuche que denunciaba las torturas de que habían sido objeto por militares en Temuco.

Ese día 11 allanaron mi departamento, y por supuesto empecé a vivir en distintas casas, hasta que en mayo del 74 salí rumbo a Argentina , por la frontera del sur, luego que mi pareja y actual marido, el cineasta Sergio Trabucco, fuera detenido, y después que allanaron la casa de mi padre, también detenido, buscando a un «señor Faride Zerán». Felizmente suponían que ese nombre que aparecía firmando los artículos y entrevistas era el de un hombre…En fin. Caímos del fuego a las brasas. Ya que la triple A en Argentina perseguía a los exiliados latinoamericano, particularmente a quienes como nosotros estaban vinculados al MIR chileno.

–¿Por qué vives tu exilio en Venezuela? ¿por qué no en el bloque eurosocialista? o ¿en México? Y ¿en Cuba? ¿te imaginaste alguna vez viviendo en La Habana?

–En ese tiempo no planificabas nada. Caías en el país que primero te abría las puertas. Queríamos quedarnos lo más cerca de Chile para regresar pronto, y Perú era una opción, pero no logramos estar allí más de quince días ya que nos expulsaron.

Luego partimos a Caracas, y nos quedamos cinco años. El exilio es un paréntesis de desgarro que puede durar toda la vida o un corto tiempo, pero lo vives como si fuera a terminar al día siguiente, por lo que planificar otro país era pensar que no ibas a regresar nunca más al tuyo.

Curioso, hace un par de años me dieron un reconocimiento en tanto chilena de origen árabe, por mi trayectoria y aporte al país. Y en mis palabras de agradecimiento evoqué el exilio, y con él el rostro de mi abuela materna de origen sirio que murió en Chile llorando por no poder volver a su Damasco, y dije que volví a Chile para no repetir la historia de mi abuela. Y pienso que es verdad…

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Como dice Edward Said, el exilio resulta una desdicha esencial. ¿El bloque eurosocialista? Para mi generación, esa que abrazó los principios libertarios del socialismo y que militó en otros partidos que no fuera el PC, ese bloque era un ladrillo, y ese modelo no era ni es el que queríamos para nuestros países. Cuba, México, eran y son países a los que amo entrañablemente, pero los caminos del exilio te los marca el destino.

Y fue Venezuela. Un país hermoso que dejamos en diciembre de 1979, cuando muertos de susto Trabucco y yo llegamos al aeropuerto de Santiago. Regresamos en primera clase, para evitar encontrarse con mucha gente. Pero al bajar y hacer las filas ante policía internacional vimos muchos rostros conocidos que, como nosotros, reflejaban temor e intentaban ser invisibles.

–¿Cuál es tu balance de la prensa en dictadura?

–El periodismo en dictadura tiene varias caras. Aquella cómplice y partícipe de la brutalidad y el horror; la que resistió pasivamente e intentó mantener una cierta dignidad; y esa que con inteligencia y coraje encarnó lo mejor del periodismo, pagando a veces un alto precio.

Hablo de los periodistas, porque en el caso de la prensa antidictatorial, fueron empresarios de sus sueños creando los medios e improvisando estrategias para existir. Pienso en las revistas Análisis, que dirigía Juan Pablo Cárdenas, cuya casa fue incendiada varias veces; pienso en Apsi; en Cauce; en la revista Hoy, en los diarios La Epoca y el El Fortín Mapocho; en la Radio Cooperativa , con la voz del periodista Sergio Campos; etcétera….

En esos medios se denunció en su momento la tortura, el asesinato, el robo de Pinochet y su familia al erario nacional; el abuso de poder, el horror, el crimen. ¡En Chile nadie puede decir que no sabía lo que estaba pasando! Nadie puede excusarse señalando que no tenía idea de las torturas y brutalidades.

En Santiago hubo decenas de casas de detención y tortura clandestinas y sus vecinos de entonces no pueden decir que no sabían nada. Un régimen criminal puede subsistir en el tiempo gracias a la complicidad de los cobardes. Y Chile no es una excepción. Como los habitantes de Weimar, la ciudad culta de Goethe y de Schiller, que hasta el día de hoy juran que no tenían idea que el polvillo gris que caía diariamente sobre sus casas desde la alta chimenea del campo de prisioneros de Buchenwald, provenía de los hornos crematorios.

Estuve ahí hace un par de años y conversé con muchos. Nadie sabía nada , pero omitían que los prisioneros llegaban en tren hasta la estación de la ciudad, ubicada en plena plaza, y la atravesaban caminando hasta el campo de concentración ante la mirada de todo el pueblo.

–¿Hubo alguna fórmula para romper la censura? ¿Qué molinos de viento fueron reales?

–Por supuesto que había censura, y cada tanto clausuraban los medios, perseguían a los periodistas, los amenazaban, los encarcelaban o asesinaban, como a José Carrasco, el editor internacional de la revista Análisis. Y esa censura se rompía persistiendo, informando, sorteando los escollos, reapareciendo en los kioscos, o en las hojas fotocopiadas, o como fuese.

La historia de la prensa chilena que luchó contra la dictadura a punta de profesionalismo y coraje, de información de calidad, indesmentible, confiable, es una de las páginas épicas de nuestra historia reciente, por supuesto poco o nada reconocida en el Chile actual. Más, cuando aquella censura, la que no proviene de bandos militares sino aquella que tiene que ver con la distribución del avisaje de las empresas del Estado en los medios de comunicación –anualmente el Estado invierte 4.315 millones de pesos en publicidad para la prensa escrita– concentrando dicha inversión mayoritariamente en los medios de El Mercurio, 48 %, y COPESA (diario La Tercera y sus filiales), con un 29 %.

Ello explica por qué hoy existen en Chile menos medios independientes que en dictadura y por qué ninguno de los medios ya nombrados se mantienen hasta hoy, o por qué revistas como Rocinante, luego de siete años en la calle , tuvo que cerrar ahogada por la falta de avisaje. Y me refiero a las empresas del Estado porque es un deber, al menos en democracia, garantizar el pluralismo informativo y la diversidad de visones. Cuestión que hoy no se da.

En el caso del avisaje de las empresas privadas, aún existe un fuerte sesgo ideológico conservador que impide que esos avisos vayan a medios progresistas o de izquierda. Es decir, el mercado como único factor no sirve para regular el pluralismo y el derecho a la información en una sociedad democrática.

–Patricio Guzmán filmó La Memoria obstinada, y contigo ¿esa frase es una analogía? ¿una vocación? o ¿una necesidad fisiológica?

–La memoria permite que avancemos sabiendo lo que fuimos, lo que somos y lo que queremos ser. La memoria es un gesto político hoy en algunos de nuestros países cuando se intenta la estrategia del olvido o de “dar vuelta la página”. La memoria es constructora de identidades y depositaria de nuestros triunfos y derrotas.

En Chile existe una memoria sancionada. Primero fue la de los horrores y atropellos a los DDHH, y hoy es la que sanciona la historia de luchas y conquistas político y sociales, haciéndonos creer que tras el dogma del neoliberalismo no existe ni podrá existir nada más. Y en ese pacto por el modelo económico se unen la Concertación y la derecha.

Nosotros los periodistas, como los historiadores o cientistas sociales, trabajamos con la memoria. Ella es una fuente de información permanente. La memoria obstinada de Patricio Guzmán es la memoria de toda una generación que pese a las derrotas sigue soñando que la felicidad no es sólo una tasa de interés o un indicador económico sino un proceso de conquistas que nos hace más libres, más humanos y más solidarios.

–¿Cómo es tu trabajo en la U de Chile?

–Estoy hace diez años trabajando en la Universidad de Chile. Primero como Directora de la Escuela de Periodismo, y ahora dirigiendo el Instituto de la Comunicación e Imagen, que alberga a la Escuela de Periodismo y a la recientemente creada Carrera de Cine y Televisión, ambas en pregrado, y en cuyo posgrado hay magíster, diplomados, etc. Además, imparto la cátedra de Ética y Tratamientos Periodísticos, a veces el Curso de Libertad de Expresión, y por supuesto, sigo haciendo periodismo, y escribiendo, porque si no es así creo que me muero.

La Universidad de Chile es un espacio interesante, creativo y libertario. No es sólo la primera universidad pública del país sino que además en ella se sigue cultivando el espíritu republicano y laico que alguna vez encarnó con fuerza nuestro país.

–¿A qué puede aspirar un estudiante de periodismo de la U de Chile si la prensa escrita y de TV pertenece a la derecha?

–A tener una sólida formación académica y profesional. A saber que la ética no es sólo un ramo sino la base en la que descansa su que hacer. A asumir que la información no es patrimonio del periodista o un estanco de los poderosos sino un derecho ciudadano. A replantearse el concepto de noticia ampliándola al ámbito de las demandas de la ciudadanía sabiendo que el exceso de información es una forma de estar desinformado por lo que es fundamental que ese estudiante aprenda a tener una perspectiva de los hechos, que sepa contextualizarlos y analizarlos.

Que en ese esfuerzo por hacer un periodismo ciudadano ayude a desterrar la estupidez, los estereotipos y los prejuicios que habitualmente reproducen los medios. Que aprenda a vivir con la sospecha en el alma. Que sospeche de todo, especialmente de los poderosos, los impolutos, y de las blancas palomas. Que no se trague lo que dicen los comunicados oficiales. Que se juegue por ser o más veraz posible, asumiendo de paso que la objetividad no existe. Que luego de aprender lo que es la síntesis, mande al diablo las pirámides invertidas y las frases hechas para así poder escribir como los dioses.

Con todo esto, un periodista puede trabajar en cualquier parte si no traiciona algunos de los principios esenciales que nos permiten ejercer ‘la mejor profesión del mundo’, como dice Gabriel García Márquez.

–¿En qué consiste el programa Libre expresión?

–Primero desde la Escuela de Periodismo y luego desde el ICEI funciona este programa de Libertad de expresión que investiga en torno al pluralismo y la diversidad de los medios, realizando además seminarios, cursos y encuentros que contribuyan a revertir este déficit de pluralismo que nos acontece como país.

Si entendemos que la Universidad de Chile debe pensar el país, un tema clave para la democracia es la concentración de los medios escritos en un duopolio, y la ausencia de visiones distintas en el debate de la sociedad, lo que incide en que ella no se exprese en toda su riqueza y diversidad.

–Off record me contaste de tu gira por Medio Oriente, ¿Miguel Littin te dio algún consejo sobre su experiencia de filmar en Palestina? ¿Puedes compartir un par de notas de viaje con nuestros lectores? ¿habías estado antes en la víspera de una guerra como corresponsal?

–Fue una experiencia increíble. Nunca había ido al Medio Oriente. Conocía el norte de África, Marruecos y Túnez, pero no había estado en El Líbano, Siria, Jordania, Palestina, Israel y Egipto. Llegué al Líbano el de dos de julio, junto a mi hijo Sergio, también periodista. Iba invitada por la embajadora de Palestina en Chile a recorrer los territorios ocupados y llegamos primero a Beirut, donde a días de empezar la guerra nos recibió el Presidente Lahoud, y luego entrevistamos al líder druso Walid Yumblat en su magnífica fortaleza de los montes del Chouf. Lo insólito es que ninguno de ellos sospechaba que a los pocos días el país iba a ser objeto de un despiadado bombardeo.

En los distintos países nos reunimos con intelectuales, políticos y académicos. Una de las experiencias más gratificantes fue ver en situ, en la Universidad de Jerusalén, a un grupo de activistas israelíes trabajando por los derechos del pueblo palestino. El horror fue ver ese muro, de ocho metros de alto de hormigón armado que separa a los territorios ocupados. El horror fue ver la falta de expectativas de los jóvenes estudiantes palestinos de la Universidad de Belén, viviendo tras las murallas y sin derecho a soñar su futuro.

Horroroso fue también estar en Ramalla, al día siguiente que una patrulla israelí había entrado a la ciudad para secuestrar a diputados y ministros del gobierno palestino. ¡Es una vergüenza¡ No pude visitar la aldea drusa de donde es originario mi abuelo paterno. Estaba en el norte de Israel, cerca de Galilea, y la zona estaba siendo bombardeada.

Una experiencia impactante fue cruzar la frontera de Jordania hacia Israel. Nos llevaban en el auto de la embajada chilena en Jordania, y nos acompañó en el primer tramo el cónsul de Chile. Luego, como no llevaba pasaporte esperó a que el chofer nos condujera en el auto oficial los pocos metros para dejarnos al otro lado de la frontera donde nos esperaba en su vehículo nuestro embajador en Palestina. Íbamos solos, mi hijo, el chofer y yo enfilando hacia el puesto israelí cuando vemos por el espejo retrovisor vemos que el chofer estallaba en sollozos. Era un palestino refugiado en Jordania que luego de 20 años pisaba su suelo, su tierra, y la emoción y el desgarro y las grandes bocanadas de aire palestino que intentaba capturar lo sobrepasaban. Con un nudo en la garganta lo calmamos, y le prometimos la rama de olivo y el puñado de tierra al regreso. Y cumplimos.

La película de Miguel Littin en Palestina refleja ese drama original. No pudimos regresar por Beirut, como lo teníamos planificado así que salimos por El Cairo. Beirut estaba en ruinas, y no podía dejar de pensar en los campamentos de refugiados palestinos que visitamos en los alrededores de la capital libanesa, fuertemente castigados por el fuego israelí. En fin, fue una experiencia intensa que la plasmé en una serie de reportajes que publicó el diario La Nación Domingo, de Santiago.

–¿Qué entrevista te ha dejado un mal sabor de boca? o ¿qué entrevistado se ha molestado o arrepentido de sus palabras luego de leer la edición impresa?

–Muchos entrevistados se arrepienten cuando se ven en letra de molde. Pero son gajes del oficio. En el ejercicio periodístico uno no cosecha muchos amigos, y resulta sospechoso cuando así ocurre. No sé, no recuerdo malos sabores, en general me apasiono con lo que hago. Una vez, al inicio de la democracia un ministro se molestó con una pregunta, justamente sobre el pluralismo, y me dejó plantada sola en medio de un gran salón en La Moneda. Por supuesto denuncié el hecho en la entrevista pese a que él intentó que no fuera publicada.

–¿El debate cultural en Chile ha muerto? ¿están deprimidos los intelectuales? o sólo ¿se trata de falta de espacio?

–En Chile está ocurriendo un fenómeno particular. El país se ha ido segmentando a todo nivel, incluyendo a sus intelectuales, cuestión que antes no ocurría ya que tradicionalmente el mundo cultural e intelectual provenía de la izquierda. Hoy, hay colegios del Opus Dei, de los Legionarios de Cristo, de la derecha en sus distintas acepciones confesionales y políticas que tienen como correlato sus universidades. Universidades fuertes, con dinero, que preparan a sus académicos, los promueven y entran al debate.

Eso es interesante y puede ser enriquecedor si está la contraparte de aquellos intelectuales progresistas o de izquierda, y entonces el panorama sería un país rico en el debate cultural. Pero no es así. Gran parte de los intelectuales progresistas o de izquierda fueron cooptados por el Estado. Los otros no tienen espacio para opinar, están marginados.

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Rocinante era un espacio, pequeño pero espacio al fin. La televisión ayuda poco o nada en esta línea. Quiero pensar que hay falta de espacios más que falta de ideas. La Universidad de Chile, la más importante y pública del país, está prácticamente obligada a financiarse. El Estado le entrega menos de un 30% de sus recursos.

Cada año es peor, no hay un compromiso real del Estado con la Educación Pública –léase básica, media o superior–. Aquí todo se privatiza, y el que reclama una acción del Estado al menos en el ámbito regulador, te acusan de nostálgico o anticuado. No es fácil vivir el país en estos tiempos. Como decía un amigo, Chile tiene un muy buen lejos, pero de cerca la cosa es distinta.

–El hilo conductor de tu próximo libro será tu experiencia en el directorio de TVN y Rocinante. ¿Consideras un fracaso tu paso en TVN? ¿Tanto molestó al gobierno el cabalgar de Rocinante?

–El hilo conductor son algunos ensayos que he escrito sobre libertad de expresión, y entre medio narro estas experiencias que fueron positivas y ricas pese a todo. En el caso de Rocinante pese al cierre, y en el de Televisión Nacional de Chile (TVN) porque en vez de estar ocho años, así fui nombrada por el Senado, a proposición del Presidente Ricardo Lagos, solo estuve cuatro años, y renunció todo el directorio.

Según las malas lenguas, los hicieron renunciar a todos para sacarme a mi… ¡Todo un honor! Lo que hice en el directorio de TVN lo volvería a hacer: denunciar las censuras, las presiones, los cotos de caza de la derecha, la falta de debate en su pantalla, la ausencia de programas culturales y la falta de libertad de expresión.

–¿Adhieres a la campaña de Manuel Cabieses director de Punto Final por el acceso a la información de los gastos del gobierno en inserciones pagadas y anuncios gubernamentales en COPESA y El Mercurio?

–Por supuesto que adhiero a ella. Ha sido mi tema desde hace más de una década, y creo que ya llegó el momento de exigir políticas de estado al respecto.

–¿Recuerdas haber ojeado el diario El Clarín de Chile? ¿Cual es tu cálculo político ahora que Bachelet tenga que afrontar el Caso Clarín.cl?

–Lo de Clarín es una vergüenza. Confío en que Bachelet tenga una actitud distinta y restituya a Víctor Pey lo que le corresponde, y que en rigor no es otra cosa que la posibilidad de tener un medio masivo de comunicación en manos de una izquierda independiente. Creo que eso aterra a la elite del país.

–Luis Sepúlveda en Le Monde Diplomatique (noviembre, 2005) calificó a Rocinante como la revista cultural más inteligente de Latinoamérica; en México me preguntaron por el cierre de Rocinante Sergio Pitol, Elena Poniatowska y Carlos Monsiváis. ¿Volveremos a «sentir bajo nuestro talones el costillar de Rocinante» como decía Che Guevara?

–Estamos trabajando para que así sea. No será fácil pero nada ha sido fácil para el periodismo independiente del país, más cuando es crítico y tiene buen nivel. Esperamos resucitarlo pronto, junto a Silvia Aguilera y Pablo Slachevsky, mis amigos de la editorial LOM. Pero no me atrevo a dar fechas… Es un tema de dineros, y eso no es fácil sobre todo cuando sabes que aún no hay novedades en materia de inversión publicitaria del Estado en medios independientes.

–México, ¿qué te dice mi país? vos estás en todas las librerías con La guerrilla literaria (FCE), fuiste jurado en La Habana y tu voto fue por el film mexicano: Japón, ¿tienes alguna influencia literaria en México? o ¿en el oficio de periodista? además de Japón ¿por qué otra película mexicana votarías?

–Me encanta México y su resistencia cultural con el vecino, que lo hace tener una identidad a prueba de todo. Soy admiradora de sus escritores, de su historia cultural y política. He ido poco, pero me gusta. En América Latina todos estamos influenciados o contaminados con todos, y esa promiscuidad es saludable. La película Japón para mi es una pequeña joya, por ello la defendí en el Festival de La Habana. Me gusta el cine, y México tiene una cinematografía robusta, basta ver los «Óscares» últimos. ….¡Estamos orgullosos!

–Para finalizar, ¿Por qué dices que el Caso Fundación Neruda es una metáfora de lo que sucede en la transición chilena? (Inversión de los derechos de autor de Neruda en una empresa del pinochetista Ricardo Claro y la aplicación de Leyes Antiterroristas contra la comunidad mapuche, en ambos «Claros casos» el responsable es Juan Agustín Figueroa, presidente «vitalico» de la Fundación Neruda).

–Porque como dice Nicanor Parra, «en Chile la derecha y la izquierda unidas jamás serán vencidas».

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* Periodista. Conversación publicada por el diario La Jornada Morelos de México, y www.elclarin.cl.

Se publica en Piel de Leopardo por gentileza del autor.

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