Fenómeno político: bendita Michelle

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Wilson Tapia Villalobos*

Hasta los analistas políticos locales más experimentados se encuentran sorprendidos. Que al final de su gobierno la presidenta Michelle Bachelet disfrute de un apoyo superior al 70% de sus compatriotas, es algo inesperado. Aparte de que es un logro histórico –y no sólo para Chile. Mientras los estudiosos se muestran asombrados, los dirigentes políticos optan por buscar explicaciones fáciles. Muchos afirman que se trata de la simpatía de la mandataria.

Otros hablan de su empatía con la gente. Hay quienes aventuran que es su calidad de mamá, un ícono muy necesario en días de crisis.

Son explicaciones algo mezquinas. Se niegan a reconocer los méritos de la presidenta. Se quedan cortas para dar cuenta de un fenómeno que va mucho más allá de una mera explicación unidimensional.

En contrapartida, sí hay un elemento perfectamente claro: los dirigentes políticos se equivocaron. Y, muy posiblemente, no sólo porque subvaloraron a la presidenta, sino porque carecen de sintonía con lo que los ciudadanos perciben. De allí que las coaliciones que se han disputado el poder político desde hace veinte años, soporten agudas tensiones.

No hay que olvidar que desde la propia Concertación de Partidos por la Democracia surgieron los peores críticos de Bachelet. Fue en ese entorno donde surgió el ácido comentario: “No da el ancho”. Una manera descalificadora que, por contraposición, no se restringía a lo meramente político. Luego vinieron las rebeliones al interior de la Concertación. Buscaban arrebatar el liderazgo de las manos de la presidenta. La justificación era que no lo ejercía o lo hacía de mala manera.

Se desató una pugna que aún no termina y que llevó a tomar decisiones que hoy aparecen como equivocaciones graves. Para sólo mencionar una de ellas, la designación del candidato presidencial.

Es evidente que en la elección de Eduardo Frei, a través de un remedo de primarias, primó un pálpito electoral. La convicción de que el electorado democratacristiano no soportaría otro candidato que no fuera de su partido. Y se produciría una fuga masiva hacia Sebastián Piñera, líder de la Alianza por Chile.

Con ese mismo lente juzgaron la situación políticos pragmáticos, como Fernando Flores o Jorge Schaulsohn. Por eso saltaron limpiamente las barreras ideológicas para ubicarse en la trinchera contraria.

En la derecha la visión no fue de mayor alcance. Piñera era el candidato adecuado porque tenía los recursos para una campaña costosa y, de algún modo, había logrado posicionarse en una arena vacía. En ello hay que reconocerle cierta lucidez política. Se la jugó tras el aserto: “el que pega primero pega dos veces”. Y también sumó a su favor que la Unión Demócrata Independiente (UDI) se encuentre aún en una revisión ideológica, tipo retiro prolongado.

Este último asunto no es menor. Da cuenta de que el reajuste que debe producirse en la derecha recién ha comenzado. Y, por otra parte, subraya que la visión que los chilenos tienen de la política está cambiando de manera acelerada y profunda.

Pareciera que cada vez más gente llega a la conclusión que la política chilena es un juego de póquer con las cartas marcadas. Como en el antiguo Oeste norteamericano, en él participan varios pistoleros, pero como todos hacen trampas, nadie saca las pistolas de verdad. O, en otra mirada, finalmente no es más que un juego en el que las fortunas que se lanzan a la mesa no les pertenecen.

Sólo así se explica que la irrupción de un Marco Enríquez Ominami hubiera provocado tal terremoto. Y eso tiene mucha consonancia con el respaldo que acapara la presidenta Bachelet. El ciudadano chileno ha decidido reaccionar visceralmente, empáticamente, espiritualmente, o como quiera llamarse, pero no políticamente. Y ello porque lo que los políticos entienden por política no cuadra con este ciudadano chileno que ha sido convertido en consumidor.

¿Qué por qué muestra su apoyo con la presidenta? Tal vez, por una cuestión bastante simple. Ella intenta influir en los problemas reales. Y para eso se sale de los marcos políticamente correctos, aunque no tanto como para que el establishement se le vengan encima.

Es posible que si los dirigentes de la Concertación no se hubieran refocilado en tratar de destruirla con la caricatura desde el comienzo de su mandato, habrían cosechado algo de su respaldo. Se equivocaron. Y ahora es demasiado tarde para, con la actitud obsecuente que muestran, logren llevar hacia sí el apoyo de Bachelet.

Pese a todo lo que se dijo, Michelle Bachelet entrará en la historia de Chile como la mandataria que, en casi doscientos años de vida republicana, alcanzó la mayor cuota de aprobación de sus compatriotas. Entre otras cosas, porque le dio importancia a los temas sociales, porque levantó la imagen de la mujer, porque no temió hablar de intuición incluso en temas escabrosamente políticos, porque se movió criteriosamente en medio de una crisis en que grandes economías sucumbieron.

No creo que los chilenos estén desilusionados de la política. Están desilusionados de un tipo de política. Quieren que les hablen claro y que las promesas se cumplan. Así de sencillo. Ahí, tal vez, está el misterio del arrastre de Bachelet.

* Periodista.

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