Gisela Ortega / El ridículum vitæ

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En el tiempo desmesurado que vivimos no bastan las editoriales lanzando decenas y centenas de títulos al mes; no son suficientes las bibliotecas repletas de libros, ni la investigación por internet. En este siglo –de grandes velocidades y robar millones, no importa si por un asalto o una estafa– los seres humanos, necesitan, como para darse seguridad de no ser nadie, una gigantesca biografía que sirve cuando menos, para dos cosas: para imprimirla en un mimeógrafo o fotocopiarla y para entregarla en cada oficina donde se entre en busca de trabajo, de una beca o de un viaje.

Pensando en Manrique, quien sostuvo que todo tiempo pasado fue mejor, uno tiene la sensación de que en antiguas épocas sólo tenían biografías los grandes capitanes y mercaderes como Julio César, Marco Polo o Cristóbal Colón, que conquistaron nuevos continentes para sus metrópolis.

Se dice que el currículum vitæ es el conjunto de experiencias educacionales, laborables y vivénciales de una persona. Algunos afrancesados lo llaman Résumé.

Ahora no, el más insignificante sujeto, así no haya pasado de los 15 años, tiene un currículo vitae en más hojas que en edad. Desde luego que para llenar todas las líneas de cada cuartilla no sólo anotan el nombre de la escuela, sino el color y el tamaño del primer perro peluche que tuvieron desde que tienen memoria.

Después se agrega, naturalmente, el liceo y el nombre del director que lo dirigía o dirigió y las veces que recitaron alguna poesía al final del curso. 

Si se menciona la universidad, se llenan muchos otros renglones no sólo con la especialidad que se ha estudiado sino las simpatías y antipatías con tal o cual sistema.

Párrafo aparte merecen las buenas notas, los premios, los viajes, los seminarios y congresos a los que haya asistido, aunque no se haya entrado a ellos o sean por gracia de la Universidad de la Riqueza. Ídem las presidencias honorarias, los cargos públicos que ha tenido y demás se suman o inventan, etc…

Hojeando esos curriculum vitæ et studiorum uno se pregunta: ¿cuántas hojas debería de tener el de Boves, el urogallo, y demás personajes que nos trae la historia? El currículum de Simón Bolívar o el de  Napoleón Bonaparte serían algo así como una especie de enciclopedia de varios temas.

Viendo todo esto el currículum vitæ más que el resumen de lo que ha sido y vivido nuestro personaje es un verdadero ridículum vitae.

Una persona modesta generalmente llena una cuartilla en cada 10 años de existencia, pero hay otros, y quizás sean los más, que tal vez creen que vivirán muy poco porque los atropellará un vehículo o le sucederá algo más  espantoso. Y se apresuran a llenar hojas con sus merecimientos y hazañas.

Hay personas que llenan una hoja cada vez que cruzanuna calle o cumplen años y, si uno no va a sus fiestas, cuando los encuentra te dicen con toda entereza, como si se estuvieran olvidando de hacerte un favor: “Perdóname,  amiga, que no te haya dado mi currículum, Tómalo”.

Gisela Ortega es periodista y docente.

 

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