Hacia dónde va el mundo; fracasos y perspectivas hasta 2025

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RW
El tiempo y la política no son buenos compañeros; al juntarlos pueden parecer imbricados, pero díscolos desafían toda expectativa y terminan convertidos en materia de novela, no de análisis; de fe, no de razón; de fantasía, no de probabilidad. Y ahí quedó la promesa de los mil años del Tercer Reich (exploraciones para descubrir la entrada a la ciudad de Asgard incluidas) del mismo modo como se perderá en anécdota la otra más modesta promesa formulada antes de que terminara el siglo XX (destino manifiesto por delante), del advenimiento de un siglo americano —en rigor estadounidense.

 

Quizá porque sabe, como los pueblos nórdicos, que el tiempo es deseo convertido en bruma o como los pueblos de las costas cálidas que el deseo es un tiempo que se llevan las mareas, Roberto Savio no despega la mirada de los datos duros que enmarcan los días que vivimos. Nos referimos a su ensayo periodístico Hacia dónde va el mundo; fracasos y perspectivas hasta 2025. Viejo periodista —en el sentido admirativo de la expresión— Savio no extrapola ni confunde. Su relato es el armado de un rompecabezas que no contiene necesariamente buenas noticias. Y cuyas conclusiones pertenecen al lector.

 

El desafío

 

Para ayudarlo con esas conclusiones al lector le formula una pregunta: «¿Seremos capaces de responder a este desafío, los 6 mil millones que somos ahora? Si este redescubrimiento de los valores continuara, sería posible. De otro modo, cuando seamos 9 mil millones, todavía será mucho más difícil, porque la escasez de bienes y recursos aumenta los conflictos y no reduce los egoísmos». El desafío a que alude se ha ido proponiendo en cada una de las 41 páginas de este breve ensayo.

 

Las primeras líneas de Hacia dónde va el mundo… describen nuestro tiempo a partir del siglo recién pasado: un mundo que pasó por dos guerras mundiales con más de sesenta millones de muertos, aunque se reconoce que también fue una época que intentó ordenar las relaciones internacionales. Objetivo, señala: «…fue un siglo en que la ciencia permitió ver con claridad en qué dirección estamos yendo a causa del cambio climático y la destrucción de la diversidad de las especies, lo que condujo a la convocatoria en Río de Janeiro de la gran Conferencia sobre el Desarrollo y el Medio Ambiente. Después de su celebración no se hizo nada al respecto. Un siglo en que los datos de la pobreza y el hambre en el mundo han estado claros y precisos como nunca antes. Sin embargo, el derroche continúa aumentando y actualmente los perros y gatos estadounidenses ingieren más proteínas que todos los niños africanos, como nos informa el UNICEF. Un siglo en que la conciencia de los privilegios se ha tornado clara, pero también la decisión de no renunciar a ellos por parte de quienes los poseen».

 

Para rematar: «Pocas veces en la historia de las teorías económicas y políticas, una de ellas ha conocido un apogeo tan completo y una decadencia tan rápida, como la neoliberal del libre mercado y su cosmogonía política, la llamada globalización neoliberal, propugnada por los economistas que se definen en esa línea de pensamiento».

 

El asunto del cambio hegemónico

 

Una advertencia que no se formula como tal, pero en absoluto gratuita, bien puede determinar el espíritu de la lectura (probablemente fue la suya al escribir las páginas que comentamos): «Quienquiera que haya tratado en los últimos años de defender términos como justicia social, igualdad, participación, solidaridad, sabe bien que es visto como un romántico pasado de moda». Agrega a modo de ejemplo: «los 60 estadounidenses más ricos (la denominada lista Slate 60) exceptuando a Bill Gates y Warren Buffet, han devuelto sólo siete billones de dólares por concepto de filantropía, de un capital total de 630 billones».

 

La discusión contemporánea tiene uno de sus centros en el cómo y de qué modo se producirá en la próxima generación el cambio en la estructura del poder mundial; si de veras transitamos hacia un mundo multipolar con la emergencia de China como primera economía o si hasta el último sueño de la más modesta de las personas —ajena, por cierto, a estas preocupaciones— acabará en una ordalía de viento de fuego y después ceniza que se helará en el plantea devastado.

 

La mención, así, a la doctrina imperante en EEUU («Pocas veces antes se había visto, como es el caso de George W. Bush, a un Presidente hablar siempre “on behalf of the American people and the Humankind” [en nombre del pueblo americano y de la Humanidad]; declarar a los cadetes militares que, en la crisis mundial, los Estados Unidos eran el único ejemplo sobreviviente de civilización; dividir al mundo en ejes del bien y del mal, con él como juez supremo) no es gratuita. Tampoco las menciones al peso de las religiones en cuanto se vuelven fundamentalistas, sea éstas cristianas o no. El islamismo ocupa un espacio importante en este ensayo. El conflicto, señala, no es entre civilizaciones, sino en las civilizaciones.

 

A la realidad de los mártires del islam —las bombas humanas— opone el hecho de que el 71% de los cristianos evangélicos, como se llaman formalmente los fundamentalistas estadouniderses, cree que el mundo acabará en una lucha apocalíptica entre Cristo y el anticristo.

 

Por ahora, empero, no se vislumbra una Cruzada de fe. Al contrario, lo que rige está escrito: «En el documento estratégico de 2002 sobre el siglo americano de la administración de Bush, se lee: ‘El crecimiento de la potencia militar de los Estados Unidos en Asia Oriental es la llave para enfrentar la ascensión de China como gran potencia.'»

 

Y más adelante las preguntas:
«¿Cómo será entonces el mundo de 2025? ¿Un mundo multipolar, con China y la India como potencias mundiales, o sólo China a la cabeza? Este es el debate interno del Departamento Internacional del Partido Comunista chino. Es significativo que en la edición de noviembre de 2005 se publicó un ensayo de un funcionario, Wu Wang, titulado: «Es nuestro interés no sacudir la hegemonía americana.» En este estudio se indicó que los Estados Unidos están destinados a convertirse en una potencia regional como Europa. (…) Es mejor, por lo tanto, que este paso de potencia mundial a regional se haga gradualmente y sin grandes saltos, para no provocar una crisis en el país, cuya economía está en buena medida a merced de China.»

 

Y aunque una conflagración que sacuda la Tierra no debe descartarse, es bueno recordar que muchas realidades indican que iniciarla sería un suicidio para la potencia agresora. Si ésta es EEUU, su realidad militar en el plano humano, y su incidencia económica no le son favorables:

 

«Los Estados Unidos hoy, con el 4% de la población mundial, utilizan el 20% de los recursos del mundo. Sin hegemonía, esto sería imposible. Y ya la hegemonía está en crisis, aunque los estadounidenses no se hayan percatado. La famosa supremacía militar se ha desmitificado en Irak». ( …) El problema no es vencer en una guerra, es controlar el territorio ocupado. Por otra parte, desde la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos no ha vencido en ninguna de las guerras emprendidas, desde Corea hasta Vietnam.

 

«A esta hipertrofia no productiva de la maquinaria militar (según la General Accounting Office del Congreso estadounidense, se han disparado 22.000 tiros por cada guerrillero muerto en Irak) se acompaña una progresiva decadencia de la hegemonía económica y financiera estadounidense. (…) De los 25 bancos más grandes del mundo, 19 no eran estadounidenses.»

 

En fin, un texto para leer, reflexionar, discutir y volver a reflexionar según aparecen nuevos datos e informaciones.

 

Hacia dónde va el mundo; fracasos y perspectivas hasta 2025 puede leerse en la Biblioteca digital Logos aquí.

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