La diferencia entre un país y los dibujitos animados

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 Es absolutamente inconcebible que un gobernante contemporáneo contrate entre su personal a quienes ignoran la historia del país, en especial los capítulos más tristes y conflictivos. La última burrada de la Moneda —felicitar el homenaje a la bestia Krassnoff—  es un ejemplo tanto de quienes gobiernan como de la sociedad gobernada. LAGOS NILSSON.

De quienes gobiernan porque deja al desnudo su incultura y desinterés por los asuntos republicanos (y de paso su nula calidad humana), pero también de aquellos que, una vez levantada la ola de protesta (por lo demás necesariamente tormentosa), se plegaron a su espuma sin parar mientes que durante años e insistentemente procuraron hacer de la memoria social otra tela rasgada.

Me refiero a los que se amparan bajo la bandera de las concertaciones, ¿o acaso hemos olvidado eso de "son malos chilenos" pronunciado con el dedo admonitorioalado de un ex presidente? El viento no hace sino arrastrar polvos de lodos que antes se generaron.

No nos engañemos, la "boutade" de Labbé no es gratuita, no fue un gesto espontáneo. Su padrinazgo al libro que pretende "salvar" ¿qué? del asesino solo pudo haberse producido a sabiendas de que el gesto no iba a perturbar el reposo —o la cena— de las gallinas de más arriba. En política —y la seudo cultura es politica— no hay gestos gratuitos.

Labbé fue echado —literalmente— de una universidad ecuatoriana, lo que sienta un precedente para futuras acciones ciudadanas; lo que el inefable ministro del Interior paree no registrar, y no creemos que por ignorancia. Sienta la duda de si la política es una actividad en todos sus sentidos tribiutaria de la ética o si se define por acciones más allá de la ética.

El "peso de las instituciones" grava poderosamente las acciones ciudadanas en este país de tantas morales como horas —o segundos— tiene el día. ¡Si hasta la dictadura habló en nombre de las instituciones que destruyó y el regreso a la "democracia" se pavimentó sobre esas mismas destrucciones!

Un ejemplo de la inmoralidad política lo brinda el Presidente de la República, cuyos juegos y otras acciones en tiempos dictatoriales construyeron su fortuna; asuntos sobre los que jamás dio explicaciones claras, sino que sumergió en el aburrido y gastado tenor de su peculiar retórica. Que la ciudadanía mandó —para votar por él sin sentirse (demasiado) culpable— al cajón de los "quizá" con el repugnante alivio de la coalición hoy "opositora" y no pocos de los opositores ayer extraparlamentarios —que ya van por más.

Y no se trata de salvar la institucionalidad, se trata de poner al edificio social-polítio sobre sus verdaderos pies; el gobierno que encabeza (peor para él) el señor Piñera refleja el final de una historia; su incapacidad para comprender los fuegos que mantiene viva la fragua social es apenas anécdota. No es él el gran culpable, es uno entre muchos.

 Cometió el error, Piñera, de querer montar el potro chúcaro de la sociedad indignada con amadrinadores no mejores que él, creyendo que podría montarlo; pero ya el público de tan peculiar circo no era la cómplice Concertación (que estuvo antes en el ruedo), el público es el pueblo que parece dispuesto a cambiar el plástico por el regreso de su conciencia.

El proceso será lento, pero no reversible. Y se irán con sus inmoralidades, en una alianza de concertaciones, para no volver. Ojalá tomen el tren en la estación de la paz.

Sólo que buenos deseos sobran a los tristes del mundo (y al camino al infierno).
 

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