La globalización: distintas telas, la misma tijera

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Son los «disturbios», que también a veces motines llaman, son las quejas de una sociedad (de muchas sociedades) heridas. Es el reclamo universal, la palabra «basta» que es vastamente reprimida por los mismos métodos, más brutales aquí, menos brutales allá; pero siempre en el mapa apestoso de los intereses que se protegen. En definitiva, son éstos días que tratan sobre sueños y luchas.|GONZALO TARRUÉS.

 

Cuando la memoria es corta —y su recorte depende de la astucia de los gobernantes— se cree que la «violencia juvenil», siempre inexplicable en los saraos del poder, parte con la Batalla de Seattle, Estados Unidos, a fines de noviembre de 1999; otros piensan que la «la cosa» debe rastrearse hasta la Plaza de Tiananmen, en Pekín una década antes, protesta famosa por los tanques detenidos por un manifestante.

 

Otros más, porque la historia es un caracol infinito, ponen el hito de la incomprensibilidad de las conductas sociales miradas desde el poder acomodado más atrás, entre los adoquines de mayo de 1968. Los más memoriosos recuerdan a los sans coulottes de París «haciendo desorden» a fines del XVIII (pero no era un asunto de calzones a la moda).

 

Y, entre vueltas y revueltas, algunos más citan desde los campesinos de Atenas todavía no «clásica» hasta esos jóvenes criollos que no querían rey en América, pasando, naturalmente, por la mención a Espartaco y, quizá fijando la mirada de los símbolos en Madrid o Barcelona poco antes de la segunda guerra mundial.

 

De cualquier modo que se encare el análisis de las actuales protestas encabezadas por jóvenes en dos continentes (al menos, que la información contemporánea gozan del privilegio de la infidelidad a los hechos) no es posible soslayar que, en definitiva, todas esas rebeldías —incluyendo a los muertos en las escaleras del Palacio de Invierno— fueron combates que concluyeron en la derrota de los rebeldes.

 

Cayó su sangre y empapó, empapa, birretes y togas judiciales, sombreros de cóctel de damas empingorotadas, mancha pantalones de augustos caballeros. Fueron derrotas, cierto; pero no las fueron. Son amaneceres de una victoria que llegará, pese a quién le pese.

 

Ayer tocó el turno de los estudiantes de un secundario en Valencia, España (a los estudiantes que tenían frío en sus aulas en este, el invierno más crudo en años en España y Europa, a ellos y también a los trabajadores, no solo de Valencia, sino de toda España, obligados a pagar esta nueva fiesta ahora de la no-aristocracia). Ayer también, y todavía, en Grecia —sin olvidar Irlanda, Portugal, Italia, Alemania, Francia…

 

…Sin dejar de lado a los chilenos más jóvenes (abandonados por sus «maestros» en el paro mayor de los últimos 50 años), a los jóvenes colombianos, a los argentinos, a los que viven en Honduras, en México…

 

Basta mirar las fotografías y los vídeos para saber que no se puede saber quiénes son esos ultraindiganos. Podrían ser griegos, o argentinos, o dinamarqueses, o chilenos, o brasileños, o mexicanos, o ingleses, o… Sólo se distingue la policía, o los uniformes policiales (porque el rostro de los «guardianes del orden» es el mismo en todas partes: la cara y el ladrido del pitbull, la sombra secular de los que matan si no pueden seguir usufructuando la explotación de los demás.

 

La explotación tiene mil perfiles, rara vez muestra el frente; usa todas las herramientas y todas las armas —contra ella habrñá que usar todas las armas y todas las herramientas—, pero carece de razón, y sin razón la fuerza es una entelequia sumergida, tan hondo como hondo las víctimas que causa son enterradas.

 

Todo consiste en no ceder, amar hasta la lágrima al prójimo —a la mujer o al otro que amamos—, y no ceder. Ulises se ató al mástil, recordemos que se navega entre islas. García Márquez previno sobre la cola de chancho, Neruda llamó al enterrado…

La historia que hoy se escribe es, sin duda, una historia global —aunque no acerca de la mundialización que el poder imaginó. Y eso porque los sueños no se pueden robar y la lucha es tan gratis como aquellos —aunque cueste un poco más.

 

Todo poder corrompe, es antisocial.

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