La lluvia es por dentro: funeral de un weichafe

3.008

 Rivera Westerberg.

En todas las lenguas de la Tierra el sentido de las palabras está detrás de su definición cotidiana. Decir que un weichafe es un soldado constituye casi un insulto a su significado; un guerrero en todo caso. Cabe preguntar entonces qué es un guerrero y quiénes lo son. No basta combatir y morir en combate para ser un weichafe. El weichafe no pertenece a la muerte: es un mensajero de luz.

Está claro, las autoridades del Estado chileno carecen de capacidad para mostrar respeto a aquello que no comprenden. No son las únicas. Está en la raíz de la concepción del Estado la necesidad de reprimir para uniformar. Reprimir hasta matar al otro cuando se habla de Estado-nación, esa falacia teórica europea.

Uno de esos muertos –el último que se conozca– fue llevado hasta su sepultura en la comunidad mapuche Requem Pillán (¿conocerán los asesinos y sus mandantes lo que envuelve el nombre de la comunidad?); más de tres mil almas acompañaron a la que se despedía. Jaime Facundo Mendoza Collío era el weichafe acompañado. El Pillán de los suyos lo esperaba para el abrazo de la inmortalidad.

"He venido al velorio de nuestro hermano mapuche porque como pastor de esta diócesis estoy impresionado por lo sucedido. Es un fracaso de nuestra sociedad por no haber solucionado los conflictos por medio del diálogo", dijo el obispo Vidal, de Temuco, luego de presentar sus condolencias a la familia.

El funeral debió tener lugar bajo el espionaje de la misma policía que lo asesinó por la espalda (ver aquí). No se acercaron los uniformados, empero. Mantienen un perímetro de "seguridad" de unos 15 kilómetros, para evitar su presencia visible –lo que evidentemente constituiría una provocación, en especial porque alega que lo mataron en defensa propia.

En el modo antiguo de pensar podía el sabio elegir dos caminos: el del santo o el del guerrero. El santo se entrega a la fe, el guerrero pugna por despertar al rey que duerme en cada persona. Llaman weichafe los mapuche al que se convierte en símbolo en el que nos podemos reflejar cuando hay nuevas batallas.

El asesinato de Mendoza Collío rubrica una escalada de ocho años de violencia y represión de parte del gobierno hacia las comunidades mapuche en su territorio ancestral, detallados no sólo por las víctimas, sino por organizaciones de defensa de los derechos humanos y organismos internacionales.

Los métodos conforman una inaceptable voluntad genocida justificada por la persecución sistemática de dirigentes y autoridades destacadas, que ha finalizado en la mayoría de los casos con su encarcelación tras juicios irregulares y montajes muy bien urdidos para lograr las condenas de los procesados luego de días de tortura.

La sacrosanta empresa privada colabora gustosa en estas tareas –o influye en los gobiernos para que no cejen en ellas–; un ejemplo es lo que hoy sucede en la localidad costera de Mehuin, donde se ha pagado a personas para amedrentar y agredir a todos quienes se opongan a la instalación de un ducto, que, de construirse, arrojará desechos tóxicos al mar.

Otros muertos

Entre los luchadores sociales mapuche asesinados en tiempo reciente puede recordarse a:

Jorge Antonio Suárez Marihuan. Su cuerpo apareció el día 11 de diciembre del 2002 en la ribera del río Queuco. La causa de muerte fueron lesiones provocadas por terceros. Este hecho sería en represalia por participar en procesos de recuperación de tierras y de freno a las inversiones de las empresas energéticas en la zona del Valle del Queuco en el Alto Bío Bío.

– Edmundo Alex Lemun Saavedra. Tenía 17 años cuando lo ejecutó fríamente con un balazo en la cabeza el teniente de Carabineros de Chile Marco Aurelio Treuer, el jueves 7 de noviembre de 2002, cuando una recuperación de tierras de la comunidad Montutui Mapu, en el sector Aguas Buenas de Ercilla. Treuer ha sido absuelto en todas las instancias; en la actialidad elcaso se debate en instancias internacionales.

Julio Alberto Huentecura Llancaleo. Detenido en la ciudad de Osorno, el joven fue trasladado a la ex Penitenciaría de Santiago; al no reconocérsele su carácter de preso político fue puesto junto a reos comunes violentos. Fue asesinado de una puñalada a las 20 del domingo 26 de Septiembre de 2004. Había conocido previamente las cárceles de Temuco, Nueva Imperial y Osorno.

Xenón Alfonso Díaz Necul
, 17 años, de la comunidad Lonko Mahuida de Collipulli, IX región, fue embestido en la noche del 10 de mayo de 2005 por un camión maderero. Murió en forma instantánea. La manifestación se realizaba en torno a las reivindicaciones territoriales de la comunidad Ranquilco y en repudio a los abusos perpetrados por guardias privados de Forestal Mininco contra lugares y símbolos sagrados –como el Rewe–. Carabineros en el lugar con numeroso contingente armado efectuaron dispararon y reprimieron violentamente a los manifestantes.

Juan Lorenzo Collihuin Catril. El 29 de agosto de 2006, alrededor de las dos de la madrugada los efectivos policiales llegaron hasta la casa de las familias Collihuín Catril y Collihuín Llanculef, ubicada en el sector de Boyilco Chico, al sur de Nueva Imperial. En un procedimiento irregular le dispararon a quemarropa al lonko de 71 años. Además Juan (36) y Emilio (44) Collihuín Llanculef resultaron heridos, uno con un impacto de bala en la pierna derecha y el otro en la cadera izquierda.

Matías Valentín Catrileo Quezada. El 3 de enero de 2008. Cerca de las seis de la mañana y mientras participaba en la ocupación pacifica del predio Santa Margarita, vieja usurpación cuya de propiedad contemporánea reclama Jorge Luchsinger en la comuna de Vilcún, recibió por la espalda una ráfaga de subametralladora UZI por parte del cabo 2º de Carabineros, Walter Ramírez Espinoza. Las únicas balas disparadas aquella mañana provinieron de armas policiales. Matías Catrileo, de 22 años, fue resguardado por sus hermanos para no entregarlo a Carabineros que podían vulnerar las pruebas. Hasta el día de hoy su muerte sigue impune.

Jhonny Cariqueo Yañez. Participó el 29 de marzo de 2008 en un acto homenaje a la conmemoración del día del joven combatiente en la comuna de Pudahuel, Santiafgo, que terminó a las 20 de manera pacifica. En compañía de varios amigos, cuando se dirigían a sus hogares fueron interceptados por un furgón del GOPE y tras recibir una golpiza son detenidos y derivados a la 26° Comisaría, donde las agresiones físicas a todos los detenidos se hicieron cada vez más crueles. Trasladado muy tarde al Servicio de Urgencias, el lunes 31 de marzo, una vez en su casa, cerca de las 14 se recostó en su cama y, pese a los intentos de asistencia de sus padres y amigos, falleció en pocos minutos. No se conocen imputados por las torturas recibidas.

La sombra de José Huenante

(Se lee el artículo completo en la edición del 22 de marzo de 2009 en el diario La Nación bajo la firma de la periodista Alejandra Carmona).

Hace más de tres años que nadie sabe de él. La última vez que lo vieron fue dentro de una patrulla de Carabineros. Tres policías están formalizados por su secuestro y su familia cree que si aún no hay responsables claros es porque son pobres. Esta es la historia de un adolescente de 16 años que un día salió de su casa y nunca más volvió.

Su dormitorio está como lo dejó. Ni un lujo: sólo una cama y el televisor IRT de 21 pulgadas que compró con el primer sueldo que ganó ordeñando vacas.

En la pieza no hay nada que revele qué música le gustaba, si era fanático del fútbol o los planes que tenía después de la noche que desapareció.

El recuerdo de José Huenante Huenante es una sombra

"¿Está segura que estudió acá? Es que todos siempre recordamos a los buenos y a los malos alumnos, pero no a los del medio", dice Rudy Karachón, director de la Escuela Los Ulmos, en localidad de Los Muermos, a 110 kilómetros de Puerto Montt.

José fue un estudiante con promedio 5 sobre un máximo de 7.

Antes de su desaparición, había trabajado durante siete meses envolviendo erizos en envases plásticos de 100 gramos en la empresa Roxana, de Puerto Montt. "¿Está segura que trabajó acá?", pregunta la secretaria de la planta. Después de dos minutos aparece alguien al teléfono.

Llevo siete años acá y conocía bien a José dice Marcelo Cárcamo, un operario que compartió con el joven. Era simpático, tranquilo y trabajador.

–¿Qué más recuerda de él?

–Nada más.

La mamá de José, Cecilia Huenante, dice que la culpa la tiene el tiempo, por eso la gente no recuerda. Hay varias cosas que incluso ella ha olvidado de su hijo: su comida favorita o la música que escuchaba.

Era la madrugada del 3 de septiembre de 2005. Según testigos, él junto a otros jóvenes tomaban alcohol en una de las calles de la población Mirasol de Puerto Montt, cuando apedrearon a un vehículo de Carabineros y éstos les devolvieron la mano.

Según los mismos testigos, el radiopatrullas 1375 de la Quinta Comisaría, un Nissan V16 con los colores institucionales de Carabineros, detuvo al menor. Pablo es uno de los adolescentes que estaba con José. En sus declaraciones ha dicho que esa noche los carabineros realizaron una redada. Pablo corrió hacia un lado, junto a un amigo; y para el otro siguió José con dos jóvenes más.

El caso es un misterio. Otro largo silencio.

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