La pluma y la espada: De WikiLeaks al Plan Colombia

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Miguel Ángel Contreras Natera*
Los 92.000 documentos secretos sobre las acciones del Ejército de los Estados Unidos en Afganistán filtrados por el sitio web WikiLeaks y enviados para su publicación y análisis al diario estadounidense The New York Times, el británico The Guardian y el semanario alemán Der Spiegel representa la primera crónica de una de las mayores fugas de información de la historia de las guerras contemporáneas.

 En la Conferencia de prensa en El Club Frontline de Londres Julian Assange advertía que "la verdadera historia de este material es que la guerra es una maldita cosa (…) las muertes continuas de los niños, los insurgentes, las fuerzas armadas (…) el pueblo mutilado (…) esta es la historia de la guerra desde 2004. Esto es el equivalente a la apertura de los archivos de la Stasi. El curso de la guerra tiene que cambiar. La manera en que se tiene que cambiar todavía no está clara. El ejército de los Estados Unidos es un barco inmenso que es muy difícil de revertir y la cubierta de arriba comienza en la parte inferior y se traslada a la parte superior. Es muy difícil adoptar una nueva política".

Los documentos revelan que los servicios de espionaje de Pakistán se reunían con los talibanes en sesiones secretas de estrategia para organizar redes de grupos combatientes para que luchen contra soldados estadounidenses en Afganistán, e incluso para tramar asesinatos de líderes afganos. Por ejemplo se detallan las acciones de las unidades secretas (Task Force 373) de las fuerzas especiales que tienen como objetivo señalar a los líderes talibanes para ejecutarlos, evitando que sean juzgados o detenidos.

Reciben las órdenes directamente del Pentágono operando fuera de la cadena de mando de la Fuerza Internacional de Asistencia para la Seguridad. También se hace referencia en la documentación a los mil millones de dólares que Estados Unidos envía a Pakistán anualmente. ¿Para sufragar a los servicios de inteligencia que ayudan a los talibanes? Los informes dejan ver que se ha engañado sistemáticamente a la opinión pública internacional.

Con las guerras de Afganistán e Irak el gobierno de los Estados Unidos profundizó el diseño de una nueva arquitectura del derecho internacional. La idea construir un Nomos Imperial. Para ello, la Escuela de los Expertos Alarmistas (neoconservadores straussianos) trabajó en la construcción de la legalidad de las intervenciones en Afganistán e Irak. Pero, también, en la sacralización de sus guerras. El centro de gravedad narrativo era representar una guerra cósmica entre el bien y el mal. En palabras del vicepresidente Dick Cheney, una guerra infinita. La vulnerabilidad de los Estados Unidos después de los atentados del 11 de septiembre de 2001 se convirtió en el suplemento político-moral de las justificaciones de las guerras contra el terror global.

Principalmente, por el alcance y la intensidad de la operación semántica, informativa e imaginaria de encubrir bajo la mentira noble los intereses estratégicos, económicos y militares de los Estados Unidos en euroasia. Por un lado, la invasión a Afganistán diseñada como parte de una estrategia de destrucción de la infraestructura de la red terrorista Al Qaeda implicó un primer desarrollo de la guerra infinita. Por el otro, las pruebas racionales de la guerra contra Irak estaban enfocadas en la posesión de armas de destrucción masiva del régimen opresor e irracional de Sadam Hussein.

En ambos casos, la inescrutabilidad de sus intenciones, se convirtió en la base del modelo expresivo de la información de guerra. El áncora del Nomos Imperial es la guerra. Su divinización, la única justificación política y moral para enfrentar al terrorismo global y los regímenes proscritos. La guerra es la forma esencial de reproducción del actual sistema de dominación. De allí, la necesidad permanente de producir y construir enemigos. En palabras de Carl Schmitt, "la guerra procede de la enemistad, ya que ésta es una negación óntica de un ser distinto. La guerra no es sino la realización extrema de la enemistad"

En una frase la distinción entre amigos y enemigos. El Nomos Imperial representa el poder para gobernar, declarar la guerra, emprender la batalla y condenar a muerte según sus mandatos. Es el símbolo del orden en prácticamente todas sus acepciones. La idea de imperio es el orden de lo eterno enraizado en lo temporal. En sentido estricto, lo temporal está subordinado a lo eterno. El imperio se convierte de nuevo en cósmico y celeste. El Nomos Imperial implica la persistencia de lo que Danilo Zolo ha llamado la Justicia de los Vencedores.

Por tanto, los urgentes desafíos políticos que plantea la filtración de información en el sitio web WikiLeaks son de una acuciante actualidad. Las interrogantes centrales giran alrededor de la omnímoda presencia del poderío militar e informativo de los Estados Unidos. Es obvio su incuestionable poder fáctico en el vértice de la jerarquía mundial. Por ello, la filtración fortalece la minuciosa e inescrupulosa capacidad vigilante en la Internet. Cuestión constatada por los analistas de inteligencia desde su creación. En cuanto la lucha por la hegemonía se libra inclusive en el ciber-espacio. Esto plantea un profundo debate democrático sobre la extensión de las formas sutiles de la vigilancia y el control. Sobre todo, da cuenta de los desplazamientos del mundo de la observación por el mundo de la información.

En todo caso, los agujeros de legitimidad de la brutal y descarnada estrategia en Afganistán e Irak son anteriores a la filtración de información. El genocidio y la brutalidad de las ocupaciones imperiales-coloniales siguen estando ocultos en la guerra informativa. La apelación constante a los instrumentos del multilateralismo (ONU, OEA, entre otras) sirve para imponer sus propios intereses. Las estratagemas en una diversidad de escenarios globales y regionales deben ser enfrentadas en el campo de una política destinada a visibilizar la guerra informacional.

En las tensas relaciones entre Venezuela y Colombia se cruzan escenarios globales y regionales. Diagramas donde se tensan campos de fuerzas. La búsqueda de nuevos enunciados políticos orientados a establecer acuerdos de mediano plazo es uno de los urgentes desafíos en la UNASUR. Apelar al principio de todos los sujetos afectados puede servir de marco para el fortalecimiento de instituciones regionales. Pero, también, es necesario socavar la tradición belicista de los halcones en la región.

El campo de fuerzas entre la política y la guerra, entre la pluma y la espada nos conmina a fortalecer los mecanismos de diálogos sobre la unilateralidad del Nomos Imperial. En la actualidad de las guerras informacionales el secreto funciona como un virus.

Contra la industria del chantaje de los hagiógrafos de la guerra es necesario reivindicar la política. Por ello, las distantes –aunque cercanas- imágenes sobre los efectos de la guerra deben servir como correlato práctico para los nuevos arreglos poswefatlianos en la región. Quemar la tierra desde el aire, hacer que sea imposible algún tipo de vida económica, social y cultural ha sido la regla de las actuaciones del Nomos Imperial.

*Sociólogo, Universidad Central de Venezuela (UCV, 1993). Especialista y Magíster en Planificación del Desarrollo
 

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