La sangre y la mierda: un ensayo de historia fantasiosa

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Varela.*

Para comprender mejor ciertas cosas en la vida —según mi psiquiatra— se debe comparar todo pero en parábola, tal y como hacía Jesús para hablarle al prójimo. Recuerden que cuando aquello la gente era muy ignorante, casi como ahora, pero sin crucifijo. Fíjense que Jesús decía que primero pasaba un camello por el hueco de una aguja que un rico por la puerta del cielo.

Y de allá para acá todos los ricos se han puesto a picar camellos en pedacitos para ver si lo cuelan por el agujero.

Pero bueno… yo para entender ciertas poses de guerra, pretextos de lucha y oportunismos militantes siempre comparo contra ideas demasiado exageradas. Pero así comprendo todo más rápido.

Por ejemplo, magino este escenario…
 
José Martí viene a colectar dinero para la independencia en Tampa y decide quedarse viviendo en Cayo Hueso con toda la colecta; se compra un bungalow y se pone a lanzar proclamas y octavillas en botellas al mar para que la corriente del golfo las dejase en La Habana. Una manera de lucha, desde luego.

A Antonio Maceo, por ese entonces, lo imagino poniéndole bombas al consulado español de Caracas y hundiendo veleros españoles por todo el Mar Caribe repletos de civiles, para arrodillar a la Corona de España, según él.

De la misma manera visualizo a Ignacio Agramonte marchando los domingos por la plaza de Camagüey —vestido de blanco y con un gladiolo en la mano— para que soltasen a Sanguily, al que habían apresado las tropas colonialistas.

Mientras tanto, en una finca de Villareña, en mi mente veo a Serafín Sánchez tirado en una cama en huelga de hambre para que renunciase Martínez Campo. Y luego trasladado al Hospital Militar Naval de Cienfuegos para recibir sueros intravenosos de manos de médicos ibéricos.

Y asimismo veo a Calixto García, con un proyecto de independencia bajo el brazo, recogiendo diez mil firmas para legitimizarlo y entregarlo al Capitán General de la isla.

Desde luego, a ese paso España nos hubiera dado la independencia cuando las Olimpíadas de Barcelona en 1992, presionada por el Comité Olímpico Internacional y el periódico El País ante tamaña cita mundial.

Sigo y salto en el tiempo al siglo XX

A Fidel Castro, tras ser deportado a México por Batista, lo veo disgustado en casa de María Antonia porque no tiene papeles para regresar a su patria. Y el consulado cubano en el Distrito Federal le niega el permiso para entrar a Cuba. Castro entonces revalida su título de abogado, pone un bufete y ejerce en Acapulco donde compra un palacete en un acantilado junto al mar y se casa con María Félix a la que conoce en una fiesta de recaudación de fondos para la democracia cubana.

Y desde México todavía, Fidel Castro se enreda en un careo interminable por internet contra Gloria Estefan —que fuera la cantante principal cubana dentro de la isla ya que su padre era el chofer del palacio batistiano.

Y finalmente imagino a Raúl Castro (que regresa a Cuba tras la amnistía declarada por el golpe de Estado a Batista en 1972) dándose sillón en una finca de Birán como el disidente Nº1 del país, protestando en entrevistas ante la prensa internacional: "El gobierno ilegítimo actual del general Roberto Martín Pérez no deja entrar a mi hermano a la isla".

¿Se nota la comparación de imagen?
El patriota que pone machete, caballo, bala y desembarco tiene licencia para decir que todo imitador de patriotismo (escudado en periodismo o cualquier otro oficio intelectual) no es patriota ni la cabeza de un guanajo, es un pacotillero vendido y mercenario.

No recuerdo quién fue el que dijo que toda revolución genera derechos. Y eso es la pura verdad.

Los farsantes ex-presos que están ahora en España protestando hasta por la mosca en la leche, pudieran conseguirse —o robarse— un yatecito y atravesar el atlántico de allá para acá, desembarcar cerca de Manzanillo y subirse a la Sierra Maestra. Y desde allí plantear sus quejas y sugerencias…

Pero los que hacen eso son de otra estirpe, no de otra época.

* Periodista.
En http://progresosemanal.com

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