LA SOCIEDAD DEL MALESTAR

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

A modo de introducción

Hablar del malestar en la cultura nos llama a definir los límites de la condición existencial de seres humanos en el Chile actual. Nos permite hablar de la intensidad del malestar en las condiciones imperantes, es decir, hablar de las condiciones de explotación y de dominación, a partir de una experiencia, de una sensibilidad, de una toma de posición sensible ante lo que nos está cercano a los sentidos, para paralelamente apostar a lo teórico analítico como manera de enfrentar la interpretación de un fenómeno o una multiplicidad de fenómenos sociales, desde los parámetros contenidos en la ciencia social.

El marxismo clásico, generalmente se identificó con los análisis estructurales de la sociedad, con las manifestaciones más generales de esta, elaboró categorías y conocimientos para la orientación de la acción política a partir de agrupamientos teóricos y conceptuales que por lo general se alejan mucho del mundo de la vida y de quienes, en su mayoría, no viven al interior de las discursividades del lenguaje de lo que denominamos ciencias sociales. Aquello fue necesario para
una sociedad altamente centralizada, donde la experiencia era una experiencia colectiva, una vivencia más jalonadora, una subjetividad más universal y no diseminada, tímida y fragmentada como las que tenemos hoy en este país que se acerca al bicentenario.

El Chile de «las multitudes incluidas», de maquillaje de pasta muro y del rostro embellecido de la pobreza que es él o la «h», letra muda que no se pronuncia pero que está de telón de fondo de aquello que se denomina «progreso».

Quizás sea la hora de poner de cabeza al marxismo más estructuralista y comenzar hablando de lo cotidiano que nos toca vivir y experimentar, de la vida en el capitalismo y su malestar, para avanzar en la definicion de categorías explicativas que sean de utilidad para la comprensión social y no gremial de un conjunto de fenómenos sociales.

Un tibio comienzo…

Marx definía en la Miseria de la Filosofía que: «La manera como se
presentan las cosas no es la manera como son; y si las cosas fueran como se presentan la ciencia entera sobraría».

Hegel nos dijo «la realidad no es idéntica a su concepto» y Adorno nos mencionó que «un conocimiento verdadero sólo es posible en una sociedad verdadera», es decir: que la sociedad necesita actualizar permanentemente una nariz de payaso para cubrir un rostro triste, precario y lleno de infelicidad, necesita de autopistas privadas para esconder sus miserias y suburbios, necesita olores exóticos para cubrir su olor natural, su textura, pintura de un pre-diseño; necesita promover cuerpos anómalos, estigmatizar segmentos de la sociedad para avanzar en una especie de salubridad social, que se define desde medidas de normalidad que no son producto de consensos sociales democráticos, sino formas de productos sociales coercitivos, biopolíticas de cuerpos dóciles y construcción estadística/mediática de una ciudadanía buena onda1.

Es ahí donde cabe preguntarse por los límites de las ciencias sociales, su institucionalidad y cual es el rol que le cabe en la producción social de formas alienadas de gustos, modales y formas de comportamiento.

Así, una de las condiciones fundamentales para el mantenimiento del orden social capitalista, es la estructuración y organización de imágenes sociales alienadas: individuos construyendo realidad y a la vez enormemente naturalizadas.

Esto nos lleva a plantearnos una manera diferente de entender la aproximación al problema de la sociedad del malestar, más bien, siempre nos acercamos a ella y a sus manifestaciones no asumiendo el carácter ideológico de las representaciones generales que la sociedad construye, despreciando a la vez lo cotidiano, la expresión más concreta de la realización del capitalismo, la realización más inmediata de la precariedad y la inseguridad social a la que nos atenemos en esta organización de la vida; y como respuesta a esto instalamos parámetros ideológicos que a la vez son altamente alejados de lo cotidiano, ya que son producidos por una ciencia institucionalizada, una ciencia social que sabe de la sociedad desde el lugar que la proyecta.

Decir que «la historia del hombre, es la historia de su represión»2 es tremendamente relevante a la hora de hablar de la ideología neoliberal y de los elementos que aparecen para sostener elevados índices de malestar social, sin hacerle ni siquiera cosquillas al tan delicado Índice Riesgo-país.

Lo que aquí se intenta hacer es hablar de las condiciones existenciales que presenta el actual momento del desarrollo del capitalismo en Chile; hablar de la dimensión cotidiana de su funcionamiento, para tratar de poner en evidencia la forma en que este se vive, se siente y se significa, como espectadores/actores de una forma de organizar la vida, capitalismo cultural, lo que de una u otra forma da legitimidad a la institucionalidad vigente y el conjunto de relaciones que permiten que la sociedad chilena sea como es; nada más ni nada menos.

Capitalismo cultural, sector hegemónico en la producción social

Se denomina capitalismo cultural a aquel donde las diferencias, los estilos de vida alternativos, no son sino sectores de mercado a ser atendidos y servidos, donde la pobreza tiene un capital a develar, donde las formas de vida de la resistencia al modelo se interpretan como la resiliencia de los que carecen de…

Entendiendo que la resiliencia se configura discursiva y prácticamente por la sociedad neoliberal con el objetivo de «dar apoyo a la posibilidad circunstancial de que personas pertenecientes a los lugares más desfavorables del orden social capitalista puedan tener la esperanza de integrarse exitosamente a un ambiente altamente desfavorable, que no es mas que la experiencia desfavorable de la pobreza».

De esta manera la idea del trauma, tal como la idea de marginalidad se remite a un otro indeseable, que en la figura de la resiliencia logra la «salvación individual» en un escenario despolitizado en el que el individualismo es el interlocutor para entender las condiciones de desventaja que aumentan proporcionalmente al crecimiento de la tasa de ganancia, en la estructura macroeconómica de Chile» 4.

Es decir, un mercadeo de compra y venta al interior de las calamidades, exclusión, enfermedad y encierro, pero sobre todo de consenso y discursividad social pacificada que agiliza la circulación del capital: la pobreza y la diferencia en alza.

El mercado es capaz de instalar de manera no coercitiva mecanismos de asimilación de diferencia y pobreza organizando campañas de benevolencia social donde oferentes y demandantes –quienes animan la relación mercantil–,
consumidores y productores de mercancías realizan la solidaridad social (Responsabilidad social empresarial).

Así estalla una subjetividad profundadamente liberal donde los conflictos sociales pueden ser superados por el mercado. Aquel estallido oxigena la circulación, promueve el orden, la fuerza y legitima a grandes empresarios que junto al denominado chileno medio, o chileno de a pie van haciendo equipo y familia de la beneficencia.

Capitalismo cultural, además, para denominar a aquel que se nutre de la explotación de la inteligencia social y su capacidad creativa, organizando las ideas y sentidos, las formas de expresar, los deseos y las expectativas. Las investigaciones de mercado más de punta son verdaderos laboratorios de subjetividad, trozos de sociedad rotulados, envasados, analizados y agregados residuales en la construcción y circulación de determinadas mercancías, explotación directa de las capacidades asociativas de cualquier grupo social. Y quién no ha escuchado «ésta es una encuesta para mejorar los productos que usted consume», o «te invitamos a una conversación sobre la gaseosa x».

Capitalismo cultural también que neutraliza el descontrol y los obstáculos a la circulación de capital, guardián de la circulación de todas las mercancías. Vende y acompaña formas alienadas de vida social, afectos, solidaridad, contiene modelos de vivencias pacificadas para los excluidos, intenta labrarlos.

¿Sociedad de mayorías o de minorías?

Habemos de suponer que la fundación de cualquier sociedad se erige como una inmensa acumulación de distancias y diferenciaciones entre los individuos y la cultura que los contiene, distancia que a la vez se vive como una inmensa imposición y nos instala en una experiencia asociada a un «sentimiento oceánico»4 que nos sitúa en medio de una inmensidad que nos contiene pero no nos identifica plenamente.

A lo que nos enfrentamos entonces, es a un alto nivel de centralización de las voluntades individuales , en pro de la constitución de un aparato de administración y control de dichas voluntades y libertades individuales. Por centralización no debe entenderse una tesis conspirativa –donde unos pocos controlan las vidas de muchos–, sino más bien, centralización como una lógica unitaria y agrupada de visión social, una ideología, que se pretende exclusiva,
natural, incuestionable, que sostiene y apuesta a la libertad de los mercados, la desregulación de la actividad económica y la hegemonía de esta última por sobre otros campos. Este aparato de administración y control, esta ideología goza de la bendición del capital financiero, de la industria mediática y de la clase política, con esto garantiza una avasalladora hegemonía por sobre otras formas de concebir la sociedad que igualmente existen.

La creación de formas de vida contra hegemónicas donde la autonomía, la creación reflexiva de alternativas es tensionada permanentemente por la sociedad instituida. Pero, esta sociedad agrupa dosis de autonomías individuales, libremente desplazadas a las esferas del poder, ¿O más bien, agrupa en la centralización de este, voluntades hegemónicas que organizan a la gran mayoría de la sociedad?

Es así como distinguimos voluntades hegemónicas y subalternas en la construcción de dichos » consensos» o lugares comunes de estructuración social.

La cuestión parece ser algo compleja, pero es sumamente simple, si buscamos una medida de atención política frente al problema:

– ¿Quién organiza y administra la producción de las instituciones sociales que vehiculizan, la moral y la normalidad de una sociedad completa?
– ¿Quién define y donde se definen dichas pautas de normalidad?
– ¿Son todos los ciudadanos participes de dichas definiciones de normalidad y anormalidad?

Estas son respuestas que debemos tratar de encontrar para develar el carácter social de esta crisis y conflictividad, para hacer una genealogía del modo de organización de los sentidos sociales de vida, impulsados por un viento desconocido, sin rostro ni anatomía definida que muchas veces nos instala en la posición de la contemplación, de la pasividad y de mirar como la realidad pasa por nuestras narices, sin ver que por la vereda del frente desfila la sociedad, se muestra y aclama por ser observada y no solo mirada en el mejor de los casos. La circulación del capitalismo cultural, donde la cultura es explotada, apropiada y se subsume en un mundo que tratamos de explorar: la cultura y su malestar, ¿expresión de la lucha de clases, o problema sociocultural?

Democracia neoliberal y trauma social

Podemos definir esas respuestas, pero más allá de ello, será interesante hablar de la constitución de un modelo mercantil de re-estructuración de la democracia. Más allá de las politicas de ajuste, las privatizaciones y un sin fin de modificaciones sufridas por la estructura social desarrollista, podemos definir el proceso de instalación y consolidación de una democracia neoliberal como un proceso traumático.

Este desarrollo histórico concreto se sustenta en una política de consensos que no contuvo a la totalidad de los actores que en gran medida, fueron los protagonistas de los cambios de la correlación de fuerzas políticas entre la dictadura y los sectores democráticos y revolucionarios que se oponían. A estas alturas, para muchos no será novedad que las políticas de consenso aplicadas a principios de la década de los noventa, fueron políticas cupulares, que desplazaron del escenario político y social a las organizaciones más activas de los procesos anti dictatoriales que avanzaron a un lento y paulatino desgaste de la dictadura como régimen de gobierno autoritario.

Esta política de consensos, más allá de su dimensión mediática y su «salida al mundo»; supo de segregación, construcción de cárceles de alta seguridad, torturas y asesinatos dirigidos contra aquellos dirigentes políticos de una izquierda que planteaba posiciones que tendían a profundizar este proceso democrático. Sectores que planteaban que lo que en Chile se gestaba era una política de continuismo capitalista por vías «democráticas»; o lo que Franz Hinkelamert denomina «democracias de seguridad nacional».

También supo de la desarticulación de una organicidad social independiente, de la desestructuracion y cooptación del tejido social que se había ido entramando durante el periodo de la resistencia antidictatorial –parece que esta «nueva democracia» ya no lo necesitaba–.

En esta medida podemos ir buscando respuestas a la idea que hoy gobierna como horizonte de sentido, y que constituye a la sociabilidad como esfera cotidiana y concreta, de la organización de la sociedad chilena, que es precisamente, una definición hegemónica del principio de realidad por sobre el cuerpo social en general y sobre el cuerpo social excluido en especifico.

Si hacemos de los excluidos un ejemplo y proponemos que la definición de las pautas de conducta pasa por señalar modelos de integración/exclusión; podemos hablar de un país donde lo normal y lo anormal, no lo define la sociedad en forma democrática, sino que se define desde esferas de producción de sentido altamente tecnificadas. La famosa política de los consensos, a la que hacíamos referencia, es una compleja operación de ingeniería política, donde aún siguen quedando claras las pautas que ellas definieron con un sentido político estratégico.

El discurso de Ricardo Lagos Escobar cuando las protestas Anti-Apec –y el presidente de EEUU, G.W. Bush visitaba Chile–, fue claro y habla de un continuismo en la manera de administrar los consensos y la definicion de las pautas de conducta política en el Chile en la entrada al XXI; Ricardo Lagos afirmo en dicha ocasion:

«Hay chilenos que se manifiestan de manera tranquila, hay otros que se cubren el rostro y usan la violencia… ¡Ellos no son chilenos!5. Lo paradójico no es que lo haya dicho Lagos, más bien radica en que hay una sociedad que criminaliza la protesta como forma de expresión del descontento social, criminaliza la protesta como mecanismo para luchar por los derechos sociales negados; es en este sentido que cobra vigencia hablar de la victoria
ideológica del neoliberalismo.

Esta lógica también se ve expresada en un carácter totalitario de la producción de pautas y consensos, y constituyen una dimensión absolutista de la vida política en Chile. Esto se vio reflejado en las ultimas elecciones presidenciales, específicamente en la segunda vuelta, donde podemos evidenciar que el PCCH y otras fuerzas de la izquierda «extraparlamentaria» entregaron su apoyo político a la campaña de la hoy presidenta Michelle Bachelet, y la crítica que aquí se puede plantear no es a dicha posición, más bien es a la situación que esa coyuntura generó.

Se estructuró un ambiente bastante incomodo, por decir lo menos, para quienes sostenemos que hoy no existen condiciones para que la izquierda posea alternativas reales en el sistema electoral y que el gobierno de Bachelet es una expresión concreta del continuismo neoliberal. Lo que se sostenía –un discurso común solidificado en los tres millones setecientos mil chilenos que votaron
por la Concertación en la elección presidencial– era que si votas nulo o no votas estás con Piñera, y si votas por Bachelet estás con nosotros.

Lo que marginalmente se daba a entender era que no se votaba por la Concertación al marcar la opción de la candidata, sino más bien se votaba contra la derecha económica y política que iba de la mano del empresario candidato. Entonces te encontrabas con frases como «no virar a la derecha», no dejándonos otra alternativa de real incidencia política, mas allá de un autocomplaciente pero digno voto nulo.

Hablamos entonces de una situación política que es capaz de subsumir, quiérase o no, a cualquier otra manera y diferencia, ya que el proyecto «democrático» simplemente no da alternativas. Esta otra alternativa, la abstencionista, no se incluye, simplemente no existe; de eso se trata precisamente la democracia después de dictadura: visibilizar o invisibilizar tal o cual opción en política. Las
legítimas y las ilegítimas, las válidas y las invalidadas –éste es uno de los roles, si no el principal, de la democracia post dictadura.

Progreso neoliberal e inseguridad social. Trabajo y vida cotidiana

Hablar de inseguridad es hablar de no tener conciencia sobre el presente y el futuro, no contar con una solidez para afirmar una identidad y una proyección individual y colectiva en el tiempo; es más bien una sensación de estar en el desamparo frente a al «desarrollo autónomo» de los sucesos sociales.

Robert Castel afirma que la inseguridad «se trata de un modo más general de la perpetuación de un estado de inseguridad social, permanente, que afecta a la mayor parte de los segmentos populares … La inseguridad social no sólo mantiene viva a la pobreza, actúa como un mecanismo de desmoralización, de disociación social, a la manera de un virus que impregna la vida cotidiana, disuelve los lazos sociales y socava las estructuras psíquicas de los individuos, introduce una corrosión del carácter»6.

Históricamente la contradicción entre propietarios y no propietarios se resolvía por medio de la coerción, por el enfrentamiento de clase de forma directa y donde el modelo desarrollista establecía, en muchas ocasiones, una suerte de derecho social, que cubría e incluía políticamente a los sectores de clase.

Lo importante aquí es decir que si el modelo desarrollista estructuró una serie de derechos sociales y una más o menos sólida propiedad social, el actual Estado neoliberal lo desecha progresivamente7, instalando la escena de un Estado subsidiario que produce crecientes grados de inseguridad social, desligándose de su función de ser garante de los derechos sociales y promotor de una propiedad publica o social. Eso ya no existe o está en vías de extinción, una categoría residual de un estado de bienestar que ya no volverá.

Un caso ejemplar de esto son las imágenes sociales que se generan en torno a las jubilaciones y a la vivienda social; el INP tiende paulatinamente a desaparecer del mapa dejando el destino de la tercera edad en manos de la privacidad de las AFP y estructura la imagen de la vivienda social como la figura de una «seguridad relativa a futuro» , pero paralelamente vemos como el mismo SERVIU desaparece progresivamente como institución a cargo del problema de la vivenda, dando paso a la banca privada como responsable de administrar esa área de los derechos sociales que parecen ser cada vez derechos de acceso que no son lo mismo.

Derechos de «sujetos de consumo», libertad para acceder a todo lo que se pueda, naturalmente si es que primero se tiene con la suma necesaria para «acceder».

Hoy no caben dudas de que el modelo genera inseguridades y miedos frente al abandono estatal de las reivindicaciones históricas del moviendo popular: techo, trabajo, salud, educación. Gobiernan pasiones tristes, perdiéndose así también la potencia de las fuerzas creativas del cambio social, especialmente en el mundo del trabajo. Para ser justos cabe mencionar que también emergen nuevas formas de acción política, de vida alternativa, voces del descontento social muchas veces en claves «no políticas», o en simples estallidos y huellas subjetivas: el malestar en la cultura.

Esta inseguridad puede verse reflejada en datos generados por instituciones validadas como emisoras de «estadísticas representativas», de esta forma podemos ver algunos indicadores que nos hablan de esta inseguridad. La última encuesta realizada por L y D en marzo plantea que el 49% de chilenos tiene alto temor a perder el empleo: paralelamente indica que en marzo de 2005 la cifra llegaba a 32%; mientras, los datos del oficialismo plantean una disminución de la tasa de desocupación.

La ultima encuesta de la realidad laboral (ENCLA), realizada por la Dirección del Trabajo de chile, nos habla de que un 86,1% de las empresas no cuentan con sindicatos. La misma establece que el 52,4 % de los encuestados, afirma no
pertenecer a sindicatos por «temor a consecuencias negativas en su trabajo».

De esta manera evidenciamos que la organización sindical representa un temor más que una efectiva forma orgánica de representación de demandas y derechos. Los sentimientos de temor e inseguridad se toman la subjetividad de los trabajadores chilenos y las investigaciones al respecto confirman el sentimiento de inseguridad que los embarga. Con esto se logra que el miedo y la inseguridad sean los sentimientos asociados a la actividad laboral. Un miedo e inseguridad que deviene tristeza; la tristeza es el afecto que envuelve la disminución de potencia de actuar. El afecto que envuelve al sujeto en su condición de trabajador aporta en definir la realidad del trabajo mismo.

Las depresiones, y todas las enfermedades y trastornos mentales asociados al exceso de trabajo o la alta tensión que produce en determinados actores conducen siempre a un estado de tristeza y desmotivación, que además de desmovilizadora hace de la conservación del empleo y los niveles salariales, variables que atormentan cotidianamente. Así, empleo atípico, no estructurado o informal son nombres de la precarizacion del trabajo. La idea central de la
precarizacion es responder conceptualmente la pérdida de los derechos laborales, de las garantías de estabilidad laboral provocadas por la desregulación de la relación contractual entre capital y trabajo. La flexibilidad deseada para el mercado del trabajo está en permanente discusión aunque el debate se estructura con especial vehemencia desde la ideología liberal, desalojando cualquier discurso o propuesta que no sea la hegemónica.

Lo que la precariedad en el trabajo consigue es el fin de la certeza en lo referido a la estabilidad laboral. En este sentido podemos optar por resaltar no tanto la composición formal de la precariedad o precariedades en el mundo del trabajo, sino que podemos comenzar por tematizar las formas de vida que genera la generalización del empleo precario. Es justo recordar que antes de esto existían grandes sectores sociales que siempre han vivido la precariedad: los excluidos, los pobres del campo y la ciudad; las mujeres históricamente han realizado trabajo invisible o precari sin recibir salario, como el caso de las mujeres en las
labores del cuidado de los hijos y la casa. Lo que ocurre en el presente con la precariedad –y le es particular– es la extensión, la modalidad y el contexto en el cual la precariedad se exhibe.

El trabajo precario se ha extendido por todos los sectores de la actividad productiva, desde el servicio público a la gran empresa privada. Muchos trabajadores hoy surfean en olitas de trabajo, caen de una y esperan otra que a veces tarda hasta tres años. La liberalización de los mercados en el mundo, y en particular en Chile, las nuevas formas de mando en la empresa, subjetivista e
intensivo, al mismo tiempo moldea un tipo de subjetividad de la cual poco sabemos.

¿Y qué pasa en la casa?

Es posible hablar de altos niveles de inestabilidad, de la construcción de relaciones sociales inmediatas, mercantilizadas; dondelo central no reside en un vínculo mediado por valores, sino que reside en el cálculo y la lógica pragmática que me hace acercarme al otro.

Es por esto que en el Chile de hoy todo pasa como un rayo, las relaciones, las músicas, las modas, la cultura y hasta los modos de vida pasan a ser una de las tantas ofertas que instala este capitalismo cultural como una manera de aferrarse a un escenario social donde las incertidumbres, por la retirada y repliegue del
Estado benefactor, son cada vez mas fuertes.

Es por esto que la producción social del orden salarial y del ocio como tiempo cada vez más productivo, se orienta a satisfacer, reorganizar y redireccionalizar diferidamente las necesidades de confort y placer que subyacen a un gran segmento de la población postergado histórica y cotidianamente, que solamente se realiza en la inmediatez, se niega a la proyección. Y es así como vemos que se
descompone progresivamente todo tipo de vinculo social proyectivo, la familia, la amistad y el amor pasan a ser elementos que hoy puedo tener y mañana no, hoy pueden realizarse en la figura de X y mañana en la figura de Y, da lo mismo quien porte la función; hoy las personas pueden ser cambiadas y las relaciones pueden ser perfectamente desechadas, por algunas que doten al yo individual de mayores gratificaciones societales.

Al no estar seguro de lo que pasara mañana, al no ser parte de un sostén, al estar en la inestabilidad, me aferro a lo inmediato, a lo que me sirve para el ahora y dejo el después a una especie de nebulosa que ojala otro se haga cargo de solucionar; el problema es que cada vez hay menos espacios sociales que se hacen cargo, solamente el poder adquisitivo, el consumo y la capacidad de endeudamiento son capaces de hacerse cargo de mi devenir, hipotecando lo que mi presente me da y lo que viene de manera paralela.

La violencia social, una formalización de todo esto

No es posible afirmar que en Chile existen altos niveles de violencia social en comparación, con otros países de la región, pero se hace necesario comentar algunos datos, ya que parecen ser un desprendimiento si no directo, relacionado con las figuras de la inestabilidad y la inseguridad a la que los individuos nos sometemos en la cotidianeidad, referencia a la calle.

Identificamos de esta forma datos que nos hablan de una violencia social funcional, es decir: escenarios que permiten que el ejercicio de la violencia social, se identifique con sectores que se necesita agenciar como lugares o territorios donde se sitúa la anomalía y por ende lo que la sociedad completa debe mirar para no imitar; una violencia social muy socavada, muy subterránea, bastante invisibilizada para la media de nuestra sociedad.

En la encuesta realizada por el INE en 2001 sobre calidad de vida de los chilenos se preguntaba por qué mecanismos se canalizada el estrés o la tensión; un 22,4% de las respuestas se asociaba a conductas autodestructivas (fumar, beber alcohol, consumir narcóticos, etc.), un 23,9% se asociaba a conductas evasivas caracterizadas por la soledad un 5,8% de los encuestados daba cuenta de la generación de conductas hostiles, gritar o ejercer violencia simbólica sobre otros.

Frente a la pregunta: ¿Con que frecuencia siente ganas de gritar, tironear, zamarrear, cuando tiene problemas con otras personas?, el 50,4% afirma que a veces mientras el 11,8% afirmaba que frecuentemente.

También es relevante revisar un estudio realizado por el instituto de asuntos públicos de la Universidad de Chile y la Escuela de Salud Pública de la misma universidad a cargo de Rubén Alvarado y Claudia Gutiérrez, donde se afirma que «el porcentaje de mujeres que refiere sufrir violencia física y/o sexual, es significativamente más elevado en el nivel socioeconómico bajo (31,7%), respecto del medio alto (18,4%)»8.

Inestabilidad y deterioro de la organicidad social

Esta inestabilidad a la que hacemos referencia, se expresa a la vez en altos grados de disolución de los mecanismos integradores de la sociedad, se identifica con altos niveles de desprendimiento de cualquier matriz organizativa –ya advertimos que hoy el yo individual te torna mas relevante que una noción de colectividad–, el cuerpo social necesita ser cada vez mas fragmentado, ligado a lo personal, que estructurado en torno a subjetividades colectivas auto concientes, donde la colectividad pasa a tener una iniciativa minúscula frente al desplazamiento del placer y la realización a la esfera individual de la sociedad, aparentemente.

Podemos ver en una encuesta realizada por el INE en el año 2001 sobre calidad de vida de los chilenos que los grados de organización social son sumamente bajos en comparación con otros momentos de la historia de nuestro país; la encuesta nos habla de un 45,5% que se organiza socialmente, teniendo alta frecuencia la participación en clubes deportivos, centros de madres, de padres y
apoderados y agrupaciones religiosas; presentándose un bajo nivel (10,8%) de organización en torno a la sindicalización, la participación en partidos políticos u otras instancias asociadas a temas de carácter político-ideológico; teniendo alta relevancia una pertenencia a organización una mera dimensión formal, una participación nominal mas que real y efectiva.

Así, los datos nos hablan de que tanto la clásica actividad del acto político en la participación en grupos políticos organizados, como también la participación en el sindicalismo, entre los trabajadores, no son cuantitativamente relevantes en las distintas versiones de la organicidad social. Organicidad formal que no alcanza a representar a la mitad de los chilenos.

Evidentemente no se podría sostener la existencia de una crisis de asociatividad ni menos pérdida de los lazos en la actualidad, sino más bien, queda claro que la organicidad de la sociedad, su identidad, su cohesión y densidad moral son representadas por «otros» ámbitos de la vida social, más allá de la participación, más allá de la militancia, más allá de la democracia, muchas veces con un origen extra-social, en contra de la creatividad, trascendental a los actos. Lo podemos ver a diario en el consumo, en la circulación de sentidos e identidades. El capitalismo cultural tiene como escenario un mercadeo que incesantemente va modelando las existencias que produce.

Derechos sociales, pobreza y culpa

Uno de los efectos sociales más relevantes de la consolidación ideológica del neoliberalismo en Chile, tiene que ver con la desvinculación del Estado –o una progresiva desvinculación del Estado– sobre las históricas áreas de cobertura social, propias de un Estado desarrollista; esto se traduce en el desdibujamiento de la noción de «derechos sociales» y la vehiculizacion de la problemática de la pobreza por medio de la estructuración de políticas de impacto social de carácter focalizadas y altamente individualizantes, políticas que construyen paralelamente una sensación de culpa frente a la situación de desventaja social; una sensación que tiende a situar al individuo en una especie de autoflagelación por la situación que le toca vivir.

Al introducirse la noción de capital social, se estructura una disposición culposa frente a la situación de pobreza, ya que en la relación contractual, aparentemente, no definiría una área de relación capital trabajo, más bien una relación de capitalista a capitalista.

«Ya no se trata de una relación entre patrón y empleado, una relación salarial, sino de una relación entre capitalistas, donde cada uno cuenta con dotaciones de capitales complementarios … Al cambiar el carácter de esta relación, ya no es posible sostener la «desigualdad originaria» entre trabajo y capital, sobre la cual se fundó el rol tutelar del derecho laboral … En ausencia de incumplimiento de los contratos, estos capitalistas siu géneris adoptan este discurso como sentido común, entonces también aceptan como propia la responsabilidad del daño provocado por los bajos salarios. Se desplaza así, sutilmente, la responsabilidad hacia los propietarios de la fuerza de trabajo, quienes por su escasa competitividad, aparecen como culpables de su condición de pobres»9.

Esta noción de culpa, de responsabilidad sobre la condición de pobreza descansa en la idea de que los problemas públicos, son ahora problemas propios de la esfera privada de la sociedad, es decir, cada cual es culpable de su propia pobreza. En este escenario podemos hablar de la vigencia de la categoría de malestar, entendiendo la totalidad de los fenómenos aquí mencionados y analizados, más una compleja y diversa gama de problemáticas sociales aquí no tratadas.

Concluimos que sigue siendo necesario y vigente preguntarse cómo se genera, cómo funciona (¡y vaya que funciona!), cómo se administra, cómo se legitima, cómo hegemonizan voluntades, cómo se instala el discurso del progreso social que presenta Chile con sus grandes cifras y manejo democrático, y paralelamente preguntarse por las posibles fugas, los excesos de subjetividad no cooptados por el capital, las rupturas, las resistencias, hasta aquellas etiquetadas como «no políticas», la arquitectura subterránea del descontento creativo, y sus posibilidades.

Si existe un malestar en la cultura –en estas líneas representado en los conflictos no declarados entre trabajo y capital– ese malestar cultural podría poner en evidencia un horizonte democrático y creativo, donde las nociones comunes no provengan de operaciones de mantenimiento de una gobernabilidad que solo se debe al cálculo y la especulación.

Notas.

1 Sean fiestas de la cultura, fiestas ciudadanas, fiestas del «Fin
de la transición», aproximaciones al Bicentenario de la mitad menos un cuarto de Chile, cambios de mando con represión nocturna en poblaciones, etc.

2 Marcuse, Herbert. «Psicoanálisis y Política». Ediciones 62. Barcelona 2004. Pág.35.

3 González, Bosco Camilo. «Anomalía, enemigo interno y pobreza en Chile».
http://www.movimientosurda.cl/article.php3?id_article=323

4 Freud, S. «El Malestar en la Cultura «. Siglo XXI Ediciones.2001. Pág.11.

5 Ricardo Lagos Escobar, conferencia de prensa, en Televisión Nacional de Chile. 19 de noviembre 2004.

6 Castel Robert. «La inseguridad social». Editorial Manantial 2004. Bs.As., pág. 40.

7 Basta con revisar las razones de las últimas movilizaciones y protestas en Francia, el proceso de alta beligerancia social en Argentina en 2001 y otros ejemplos para dar cuenta de este proceso de desestructuracion de la propiedad social.

8 Alvarado Rubén, Gutiérrez Claudia. «Violencia conyugal según Nivel socioeconómico en región metropolitana». Revista chilena de salud publica. 2002. Volumen 6 (1): 27-34.

9 Agacino, Rafael. «Los derechos sociales y el problema de la impunidad. Critica a la ideología y al sentido común dominante». Economía y trabajo, informe anual numero 7. 1997-1998.

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* Integrantes de Investigación y Cambio Social. Universidad Arcis Chile.
p.marcelop@gmail.

cabosco@laposte.net.

investigacióncambiosocial@gmail.com.

Los autores agradecen los certeros y nutritivos comentarios de Paula Astudillo, socióloga de la Universidad de Chile.
Este artículo se publica, en versión .pdf, en Rebelión,

www.rebelion.org/docs/29827.pdf.

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