Las campañas electorales en Venezuela y la mentira como último recurso

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Néstor Francia.*

La mermada asistencia a la marcha escuálida convocada por el llamado Frente Nacional de Mujeres no debe sorprender a nadie. El inicio oficial de la campaña electoral ha mostrado al país, rápidamente, las diferencias entre las dos maquinarias enfrentadas, una de ellas conformada por una numerosa, organizada, unida y entusiasta vanguardia popular, la otra por una caterva de grupos pegados con saliva, dispersos y que parecieran llevar las señas de la derrota en cada show que montan, en cada patética actividad que realizan.

 

Es tal la evidencia de lo que decimos, que se han empezado a levantar desde el principio voces críticas en la misma oposición ante lo que está ocurriendo.

Por ejemplo, el director de la encuestadora opositora Hinterlaces, Oscar Schemel, en una entrevista concedida el viernes al diario derechista El Universal, afirmó que la campaña política de la oposición “no arranca bien” y que tiene “fallas creativas muy graves”. Schemel considera que “el slogan ese ‘pa’ que coja mínimo’ polariza y además polariza con Chávez, con el presidente, con el liderazgo carismático, en vez de polarizar con la asamblea actual”.

Destacó que la campaña en Venezuela “no puede ser gerenciada bajo los parámetros o los criterios convencionales del marketing y la comunicación electoral, porque no solamente se está confrontando a un líder carismático, se está confrontando a un extraordinario aparato de propaganda y una clínica de masas”. El director de Hinterlaces opina que “Muchas veces la oposición actúa de manera colaboracionista, fortaleciendo la estrategia de polarización y de acentuación del liderazgo personalista o de fortalecimiento de la personalización en extremo de la política”.
 
Pero además, Oscar Schemel advierte que “Nos encontramos con un liderazgo carismático que ha logrado establecer lazos afectivos, lazos afectivos sociales muy poderosos con su gente, y normalmente en campañas electorales este liderazgo se fortalece…El Presidente Chávez ha recuperado, aunque parezca increíble, algunos puntos que había perdido como consecuencia de esta campaña de polarización”.

Schemel especificó que en el estado Barinas, un estudio que terminó hace 15 días revela que el jefe de Estado venezolano tiene 60% de respaldo y una intención de voto por encima de 40%. Esto confirma lo que hemos sostenido en estos análisis y ante otras audiencias: el chavismo obtendrá una victoria tan contundente en por los menos 15 estados del resto del país, que compensará con creces lo parejo que será el resultado en los estados de la región centro-occidental, donde las diferencias entre ganadores y perdedores no serán tan amplias. Es posible, inclusive, que el chavismo sorprenda con una alta votación en algunos de los estados centro-occidentales más difíciles. Schemel afirmó, en la misma entrevista, que en el estado Zulia “el chavismo ha crecido”.
Otro opositor que se muestra preocupado es Leopoldo López, líder del movimiento derechista Voluntad Popular. López afirmó en un artículo de prensa que “La consigna ‘Pa’ que coja mínimo’ y sus contenidos relacionados elaborados en una clave de confrontación le hacen el juego al oficialismo en el terreno de la polarización y la radicalización. Mantener esta estrategia puede significar que menos venezolanos se sientan interesados por una oferta distinta y, en consecuencia, se pierdan escaños que sabemos son vitales”.
López añadió que “Manifestamos nuestra preocupación por las múltiples campañas llevadas a cabo por los partidos que constituyen la alianza. En varias partes del país se observa una disputa para ver cuál tiene más espacios y cuál impone sus símbolos. La elección de septiembre va mucho más allá de eso: nos estamos jugando el país. Esta situación, además de crear confusión en el electorado, también podría causar un rechazo que se traduciría en menos diputados, pues se hacen más evidentes las diferencias que los acuerdos”. De manera patética, López concluye su artículo señalando que “Aún hay tiempo para corregir…Aún hay tiempo de hacer una campaña para ganar”. Es decir, que están haciendo una campaña para perder.
 
Por otra parte, mientras avanza la campaña, más claro se ve lo que cada quien representa en cuanto a los intereses de clase. Por eso es tan buena la consigna chavista de “El pueblo pa’ la Asamblea”. Un caso emblemático es el del circuito 3 del estado Lara, donde el candidato opositor es el conocido burgués golpista Eduardo Gómez Sigala, quien ha sido presidente de la patronal Conindustria, el mayor gremio de industriales, y que fue  arrestado por unas horas cuando denunció que el Gobierno intervino su latifundio en Lara. Gómez Sigala ha sido muy claro y le ha tirado la línea de la burguesía a la oposición: “La renovación entra por tener conceptos bien claros de qué es lo que queremos defender: las libertades, la propiedad privada, las leyes que permitan generar empleos”.

 Ante la situación que comienza a perfilarse de cara al 26-S, la derecha empieza a rebuscar sus dardos que lanzará de aquí en adelante de manera despiadada. Lo último es la “información” que suministra el periodista Manuel Isidro Molina, del semanario escuálido La Razón, en el sentido de que Chávez sufre de cáncer en los pólipos paranasales. Ya el Presidente ha desmentido esta conseja, pero Molina ha insistido en la confiabilidad de sus fuentes. Aquí ni siquiera estamos asegurando que esto sea una invención del propio comunicador de marras, pero al menos estaría siendo utilizado como instrumento para la falacia.

La intención es clara: ante la persistente alta popularidad del presidente, se trata de incapacitarlo “médicamente”. El mismo Molina se refiere al caso de Fernando Lugo en Paraguay, quien sufre de cáncer y eso ha servido para que la derecha emprenda una campaña aspirando al relevo del presidente paraguayo por supuestas razones de salud. No han podido matar a Chávez físicamente, ahora tratan de hacerlo sucumbir mediáticamente, sobre todo de cara a las elecciones parlamentarias. Por lo ocurrido hasta ahora, lo más probable es que se queden con los crespos hechos.

 En análisis anteriores hemos insistido en el carácter endémico y sistémico del problema de la violencia y la inseguridad en América Latina, como legado siniestro de las políticas neoliberales. El caso de la ciudad colombiana de Medellín es una muestra palpable de esta realidad.

La guerra entre pandillas que se disputan el territorio y operan bajo el mando de narcotraficantes y paramilitares se ha desbordado en esa ciudad, donde desde enero se contabilizan más de 1.250 homicidios, lo que ha puesto en alerta a todo el país. Si bien la violencia se venía registrando meses atrás, en las últimas semanas se ha agudizado en las llamadas comunas, los barrios más deprimidos ubicados en las laderas que rodean el centro de Medellín, en el noroeste de Colombia. Al 31 de julio, 2.266 personas habían abandonado sus hogares acosados por la violencia, mientras que los asesinatos ascendían a 1.250, sin contar los registrados en agosto, según el personero de Medellín, Jairo Herrán, cuya misión es velar por los derechos humanos en esta ciudad.

En una entrevista con la agencia española Efe, Herrán afirmó que “los homicidios y los desplazamientos intraurbanos tienden significativamente al aumento, mientras crecen los paros de transporte y la extorsión a todos los circuitos económicos de esas comunidades”.

La Personería de Medellín, dependiente de la Alcaldía, “ha documentado más de 400 agrupaciones ilegales y de ellas unas 200 están activas, con un total de 5.000 miembros”. Se trata, afirmó, de bandas “conformadas por paramilitares que no se desmovilizaron, por ex paramilitares que entraron a programas de reinserción del Gobierno, por nuevos delincuentes y muchachos reclutados”, un drama en el que el narcotráfico siempre está detrás. Además, señaló, hay “suministro de armas, que están entrando al país en el mercado negro y que no son de fabricación casera, sino sofisticadas, armas de combate, explosivos y pistolas”.
 
En términos similares se expresó Elkin Pérez, director de Con-Vivamos, una organización nacida en los años 90 a iniciativa de los vecinos. En Medellín, “hay 52 lugares de confrontación” y la Policía se alía a uno de los bandos, lo que produce “connivencia y corrupción, ya que la propia Policía entrega armas y ayuda en esa lucha”, matizó Pérez, quien añadió que “Ese panorama genera un caos a nivel de justicia y organización, una conflictividad permanente alimentada por la pobreza, hacinamiento, problemas de salud, educación y desempleo”.
 
Pero la oposición criolla sigue insistiendo en que Caracas es la ciudad más violenta del mundo.

* Analista de asuntos políticos.
 

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