Latinoamérica: Comparaciones y explicaciones de la crisis

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Claudio Katz*
El impacto de la eclosión global en América Latina ha sido inferior a los países desarrollados y más agudo que en las economías ascendentes de Asia. Afectó en mayor grado a Centroamérica que al hemisferio sur. El origen externo del temblor desmiente el mito de la responsabilidad autóctona de estas conmociones, pero no exculpa a las clases dominantes locales.

La crisis no presenta hasta ahora el alcance que tuvieron los colapsos de las últimas dos décadas. Esta diferencia obedece al carácter acotado de la transmisión financiera y a los efectos de la monumental cirugía de los bancos en la región. Paradójicamente este contrapeso atrae capitales de corto plazo, que amenazan recrear las burbujas especulativas.

El dato central de la coyuntura ha sido el freno de la retracción comercial, pero se confirmó la fragilidad que genera la dependencia regional de las exportaciones básicas. El desempleo y la pobreza han vuelto a primer plano con la disminución de las remesas. El éxodo rural ensancha la brecha social y potencia la marginalidad urbana.

Los economistas heterodoxos pasaron de un diagnóstico de catástrofe a otro de irrelevancia de la crisis. Explican el impacto atenuado del temblor por la acertada intervención del estado, pero olvidan el generalizado vuelco internacional hacia esta acción. También encubren el auxilio brindado a las clases dominantes y no perciben, que se buscó evitar un desplome del poder adquisitivo por el temor que suscita la resistencia popular.

Los economistas ortodoxos atribuyen el limitado alcance de la crisis a la primacía de políticas de superávit fiscal, restricción monetaria y endeudamiento controlado. Pero ocultan el costo social de esta orientación y el impulso que brindó a la concentración y extranjerización de las finanzas. Los indicadores de presupuesto, inflación o tipo de cambio confirman la continuada vulnerabilidad de la región.

El alivio que ha sucedido al duro impacto inicial de la crisis reproduce en América Latina una tendencia mundial. A mediados del 2008 irrumpió la recesión, el incremento del desempleo y la retracción del comercio, a pesar de los socorros a las empresas que improvisaron todos los gobiernos.

Pero al promediar el año pasado se generalizó la distensión financiera, se contuvo la compresión del crédito y la desvalorización de las materias primas. El producto bruto sufrió un significativo retroceso, pero tendería a recuperarse durante el 2010. ¿Qué dimensión presenta esta crisis, en comparación a las eclosiones que sacudieron a la región en las últimas décadas? [2]

Magnitudes y comparaciones
El PBI latinoamericano aumentó 4,1% en el 2008, declinaría 1,8% en el 2009 y volvería a subir 4,1% en el 2010. Este vaivén también sigue los lineamientos internacionales, con porcentuales más favorables que los países desarrollados y más adversos que las economías ascendentes de Asia. Este resultado intermedio confirma que el impacto ha sido inferior al Primer Mundo, pero no tan atenuado como en China o la India.

El estallido no se originó esta vez en América Latina, sino en el epicentro del capitalismo. No sucedió a los descalabros de la deuda externa, los desmoronamientos fiscales o las fuertes devaluaciones, que periódicamente acosan a la región. Esta localización externa destruye el mito de la invariable responsabilidad autóctona de las desgracias que padece la zona. Nadie puede atribuir el vendaval actual a la “corrupción de los funcionarios”, a la “escasa disciplina de la población” o la “menguante laboriosidad de los trabajadores”. Los neoliberales han debido resignar su argumento predilecto para explicar el temblor en la región.

El detonante externo es ahora esgrimido para exculpar a las clases dominantes locales de cualquier responsabilidad, olvidando que el capitalismo no funciona en otra galaxia. América Latina está inserta en un sistema que periódicamente soporta conmociones globales. Las mismas convulsiones que ahora desplomaron a los bancos estadounidenses, arrasaron en varias oportunidades a las finanzas de la periferia. Las crisis cambian de localización, pero obedecen siempre a un mismo determinante capitalista.

Al confirmar esta inestabilidad estructural del sistema, el nuevo estallido sacudió al establishment latinoamericano, que se había acostumbrado a un quinquenio de crecimiento y apostaba a un período semejante de apacibles negocios.

Pero el efecto de esta crisis ha sido muy desigual. El gran desplome del 7% del PBI que afectó a México dista de la moderada caída que soportó Brasil (uno o dos puntos). Mientras que Centroamérica sufrió el efecto inmediato de la recesión estadounidense, las economías diversificadas de Sudamérica lograron atemperar esa incidencia.

El origen estadounidense del crack y su menor impacto relativo sobre América Latina constituyen, hasta ahora, los únicos puntos en común de la eclosión reciente con la depresión del 30. Las comparaciones con los colapsos más recientes de las últimas dos décadas de neoliberalismo son más aleccionadoras [3] .

La recesión actual sería más aguda que las registradas durante 1990 y 2002 (caídas de PBI menores de un punto), pero no alcanzaría la gravedad de 1983 (declinación de 2,6%). Sería un shock profundo, pero de incidencia inferior a la “década perdida” del 80 o a la “media década perdida” de 1998-2003 [4] .

En los derrumbes de esos períodos se verificaron desmoronamientos más dramáticos del PBI en varios países. Hubo colapsos de 17 % en Chile (1983-84), 10 % en México (1994), 11 % Argentina (2001-02) y declives muy pronunciados de Brasil (1998). La crisis actual presenta hasta ahora una magnitud inferior a esos antecedentes.

Sólo en México la escala de la tormenta presenta semejanzas con el Tequila de 1994, tanto en la regresión industrial, cómo en la expansión del desempleo. Pero la turbulencia actual no ha incluido los desmoronamientos de bancos y la pulverización de la moneda, que condujeron en esa oportunidad al inédito socorro de la Reserva Federal.

El brusco freno que ha sufrido la economía argentina tampoco guarda punto de comparación con la histórica catástrofe del 2001. La crisis ha puesto fin a un quinquenio de alto crecimiento, pero no produjo el desplome de un modelo (convertibilidad), ni generó cesaciones de pago, confiscaciones de depósitos bancarios o descalabros monetarios.

El mismo contraste se extiende a Brasil. La principal economía latinoamericana fue muy golpeada el año pasado, pero la devaluación inicial no precipitó fugas de capital, depreciaciones monetarias, rebrotes inflacionarios o astronómicos ascensos de las tasas de interés. Estos episodios acompañaron, en cambio, al ocaso del cruzado (1986), al fin del plan Collor (1990) y a la última quiebra fiscal (1999). La conmoción actual se ha caracterizado por un tipo de transmisión muy diferente.

Mayor impacto comercial que financiero
Página 12, 27-1-09.

*Economista, Investigador, Profesor. Miembro del EDI (Economistas de Izquierda).

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