Los costos humanos de la Segunda Guerra Mundial

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Josep Fontana*

Se cumplieron 70 años del inicio de la mayor guerra de la historia. Se nos suele ofrecer una visión de la II Guerra Mundial que se compone sobre todo de escenas de batallas terrestres y navales: Stalingrado, El Alamein, Normandía, Midway, protagonizadas por tanques, aviones, acorazados o submarinos. Pero si tomamos en cuenta lo que la guerra significó en términos de su coste en vidas humanas, que se cifra en torno a los 70 millones, su historia se transforma por completo.

Lo primero que sorprende es descubrir que la supuesta contienda mundial fue, sobre todo, una guerra entre alemanes y rusos: de los 20 millones de militares muertos, unos 16 millones corresponden a las pérdidas de los ejércitos soviético y alemán, mientras que las de los ejércitos de Francia, Reino Unido y EEUU, sumadas, pasan muy poco de un millón.
 
Más importante aún es percatarse de que una de las características que distinguen esta guerra de las que se produjeron anteriormente en la Historia es el hecho de que hubo muchas más muertes civiles que militares: por lo menos dos de cada tres de los fallecidos en la guerra fueron hombres, mujeres y niños asesinados al margen de cualquier proceso legal, aniquilados en campos de internamiento o de trabajo, o víctimas del hambre causada por la contienda.
 
Las batallas nos ofrecen espectáculos terribles: los 60.000 soldados alemanes muertos en Stalingrado y la destrucción producida en Kursk, la mayor batalla de todos los tiempos, en la que participaron millones de hombres, 13.000 tanques y 12.000 aviones. Jrushchov, que recorrió aquel campo días más tarde, recordaría toda su vida los centenares de tanques que empezaban a oxidarse bajo el sol del verano, después de haber ardido con sus tripulaciones dentro, y el olor a muerte que se extendía por todos lados. O la última gran batalla de la guerra, la de Okinawa, donde murieron 70.000 soldados japoneses y 12.000 norteamericanos y donde perecieron también más de 100.000 de los habitantes de la isla, atrapados entre el fuego de ambos bandos.

Dos grandes carnicerías
 
Investigadores nipones experimentaron armas bacteriológicas en los presos chinos. Y, sin embargo, estos no son más que episodios menores en comparación con las dos mayores carnicerías de la guerra, que fueron el holocausto nazi y el más olvidado, pero no menos atroz, de los japoneses en su intento de conquista del continente asiático.
 
Pero la existencia de estos casos de impunidad, de los que se beneficiaron sobre todo las clases dirigentes, no implica que la derrota no causara numerosas víctimas, de las que no se suele hablar y que no se agregan a las listas de las de guerra, como en estricta justicia debería hacerse. El mayor de los daños sufridos por los derrotados fue, en Europa, el del desplazamiento de civiles, en especial de alemanes, no sólo de las tierras ocupadas después de la conquista nazi, sino de regiones en que sus familias vivían desde hacía mucho tiempo.
 
Todo comenzó con la despavorida marcha hacia el oeste de los que habitaban en la Prusia oriental, en Pomerania y en Silesia, ante el avance de los ejércitos rusos. En el verano de 1945, apenas acabada la guerra, cinco millones de alemanes habían participado en esta fuga. Y ése era tan sólo el comienzo. Lo peor fue la expulsión, en los tres años siguientes y de acuerdo con medidas aprobadas en Potsdam por las potencias vencedoras, de otros siete millones de hombres y mujeres que habitaban en Polonia, Checoslovaquia, Rumanía o Hungría.
 
El costo total en términos de vidas humanas de esta sangrienta posguerra europea, como consecuencia de los malos tratos, violaciones, linchamientos y suicidios que sufrieron los expulsados, en especial los que vivían en Polonia y Checoslovaquia, puede haber sido de unos dos millones de civiles, sin contar otros tantos, o tal vez más, entre los soldados presos en manos de los vencedores.
 
Japón se vio igualmente obligado a repatriar a cerca de siete millones, que no eran sólo los soldados, sino los numerosos civiles que se habían instalado en Corea, Manchuria y Taiwán.
 
Esta mirada hacia atrás sobre los costes humanos de la II Guerra Mundial debería no sólo cambiar nuestra percepción del drama de esta guerra, sino hacernos más sensibles a los costes humanos de la violencia que reina hoy en un orden mundial desquiciado, que sigue cobrándose vidas humanas en los últimos 10 años, por ejemplo, unos cinco millones en el Congo ante la indiferencia general.

* Catedrático de Historia y dirige el Instituto Universitario de Historia Jaume Vicens i Vives en la Universitat Pompeu Fabra de Barcelona. Consejo editor de Sin Permiso. España.

 

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1 comentario
  1. Luigi Lovecchio dice

    Excelente artículo para la memoria. Sería bueno que cada uno revise la historia y recuerde también las genocidas bombas atómicas lanzadas sobre las dos ciudades de japón, los millones de Pieles rojas masacrados en territorio de la democrática América. Recuerdo una exposición del año 1962, itinerante en Milán sobre el holocausto Judío, un cartel en letras negra rezaba: En todos los campos de exterminios nazis se contaron 2.580.000 judíos. Un verdadero horror. Otra reflexión: durante la guerra todas las naciones estaban hambrienta. Lo sé porque nosotros en el campo recibíamos gente de la ciudad con mucha hambre. En estas condiciones mal se podrían haber alimentados a los prisioneros, los cuales morían de inanición. Terrible.

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